El gobierno italiano (o como haya que llamar a esa desgracia que tienen allí, pobre gente) está tomando medidas para obstaculizar la obligatoriedad de que se vacune a los niños. La ministra de Sanidad, Giulia Grillo, estaba hasta hace poco directamente a favor del movimiento antivacunas; ahora ha modificado su posición y ha pasado a impulsar una “política de no coacción”, como la llaman esos prestidigitadores de las palabras. Y no está detenida: es ministra. Y de Sanidad.
La fuerza de los antivacunas en Italia es notable. Se trata, como sin duda saben, de un movimiento esencialmente antisistema que, en lo ideológico, es transversal: hay antivacunas de extrema izquierda y también de extrema derecha, y también los hay de esa zona media de la tabla que no tiene ni repajolera idea de nada y además les da igual.
La tesis inicial, del siglo XVIII, para oponerse a las vacunas era esta: si las enfermedades las manda Dios para castigar los pecados de los hombres, ¿quiénes somos nosotros para tratar de curarlas? Semejante disparate, que convierte a Dios en una especie de psicópata o asesino en serie, tuvo notable éxito. Lo tiene aún, pero ahora triunfa la idea de que el gobierno, cualquier gobierno, es enemigo del pueblo, está al servicio de oscuros poderes económicos, hay que prevenirse contra él, hay que hacer lo contrario de lo que dice y, esto sobre todo, no tiene derecho a intervenir en la libertad de decisión de cada cual, que es muy libre de vacunarse o no.
Así las cosas, es de lamentar que los gobiernos (los que sean) no hayan prohibido, bajo severísimas penas, que la gente se tire por los acantilados. La reacción contraria, equiparable a los de las antivacunas, nos habría librado de gente claramente peligrosa.
La ecuación es muy sencilla: si la gente no se vacuna, sobre todo si no vacuna a los niños, mueren muchas más personas. Así de claro. Está pasando ya. Están regresando enfermedades que estaban casi erradicadas.
La ecuación es muy sencilla: si la gente no se vacuna, sobre todo si no vacuna a los niños, mueren muchas más personas. Así de claro. Está pasando ya. Están regresando enfermedades que estaban casi erradicadas. En países como Italia, Grecia, Rumanía o Ucrania vuelven a darse, cada año, miles de casos de sarampión, por ejemplo. En España, donde esos locos antivacunas aún no tienen tanto peso, se dieron 184 casos en 2017.
Que haya chiflados dispuestos a poner en riesgo la salud de sus hijos por pura ignorancia o por lo que ahora se llamaría postureo político es algo prácticamente inevitable. Pero que eso lo favorezca un gobierno entra dentro de lo criminal. Es de imaginar que esa mala bestia, Giulia Grillo, ministra de sanidad de Italia, haya terminado el bachillerato. Cabe sospechar que su jefe, el terrorífico Salvini (Benito Mussalvini le llaman), también. Es decir, que saben que lo que están haciendo es peligrosísimo para la gente. ¿Por qué lo hacen, entonces? Es obvio: tratan de atraerse el apoyo, o los votos, de esa franja de ignorantes antisistema que desconfía de las vacunas con los mismos argumentos con que podría desconfiar de la ley de la gravitación universal o creer que los extraterrestres construyeron las pirámides. Es decir, están buscando votos a cambio de vidas humanas. Ni más ni menos.
Hace poco encontré en las redes sociales un anuncio (o meme) genial. Se veía un tubo de hierro completamente oxidado, forroñoso, carcomido. Y decía el texto: “Esto es óxido. Es causado por el oxígeno en un proceso llamado oxidación. Si el oxígeno le causa esto a un tubo de hierro, imagínate lo que le hace a tus pulmones. Únete al MAO (Movimiento Antioxígeno) para que sea eliminado del medio ambiente y que el gobierno no nos controle a través de él”.
Solté una carcajada tremenda, como es lógico, pero la risa se me deshizo cuando empecé a leer los comentarios de no poca gente que estaba airadamente a favor de prohibir el oxígeno; porque, según ellos, eso de que es esencial para la vida es una mentira inventada por los poderes ocultos que gobiernan el mundo para tenernos a todos engañados. Se lo juro: muchos lo decían en serio.
Son los “buenos salvajes” que sostienen que las vacunas son malas por las razones antedichas. Pues muy bien, sus hijos enfermarán de sarampión, de rubeola, de difteria, de polio o de lo que pillen, y su vida correrá peligro
Hay una corriente que a mí me gusta llamar edadepiedrista o cuaternaria. Son los “buenos salvajes” (término sacado del arte renacentista) que sostienen que las vacunas son malas por las razones antedichas. Pues muy bien, sus hijos enfermarán de sarampión, de rubeola, de difteria, de polio o de lo que pillen, y su vida correrá peligro. Sostiene también, por ejemplo, que lo mejor de esta vida son los alimentos “orgánicos” sin control sanitario, porque ese control sirve nada más que para enriquecer a no se sabe qué tenebrosos negociantes. Pues muy bien, coma usted lo que le dé la gana y, cuando se envenene, acuda al hospital que pagamos entre todos, no faltaba más. ¿Los partos? Lo mejor es que sean “naturales”, o sea en casa. Perfecto, como se hacía hace un siglo, cuando la tasa de mortalidad infantil en España era de 173 por cada mil niños; en 1970 era de 20 y ahora es del 4. ¿Y la leche? Ah, lo más sano es tomarla cruda, directamente de la ubre de la vaca, de la oveja o del animalito del Señor que sea. ¡Eso es lo más natural! Pues estupendo: seguramente va a pillar usted una brucelosis que lo derribará durante varios años, eso si tiene suerte y no se muere. Etcétera.
Que haya botarates que pretendan regresar a un tipo de existencia así, como el que había cuando la esperanza de vida media en nuestro país era de 40 años (siglo XIX) o de 30 (Paleolítico superior; ah, qué tiempos aquellos), es lamentable. Pero que haya gobiernos, por más mussalvinianos que sean, que favorezcan esas barbaridades con el solo objetivo de lograr los votos de los tontos conspiranoicos, pertenece ya al campo de lo espeluznante.
Como decía Friedrich Dürrenmatt, qué tristes son los tiempos en los que hay que luchar por lo que es evidente.
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