"La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo", Nelson Mandela
Si algo está dejando claro la pandemia, más allá de las capacidades de gestión de unos y otros gobiernos, es la distinta capacidad de los mercados de trabajo para absorber las nuevas y terribles circunstancias. Hemos sabido que la tasa de desempleo en el Reino Unido, por ejemplo, se ha incrementado en prácticamente un punto en un año, alcanzando valores que no se veían desde 2016. Eso sí, sólo menos de una de cada veinte personas en edad de trabajar se encuentra en situación de desempleo, mientras que en España son más de una de cada seis. Cuando nos fijamos en los menores de 25 años, las diferencias son aún más alarmantes, pues mientras que allí el 14,6% se encuentra en situación de desempleo, aquí le ocurre al 40,4%. Una sociedad que no es capaz de ofrecer una alternativa laboral a sus jóvenes, un futuro en el que desarrollar sus capacidades, es claramente una sociedad abocada al fracaso.
Tiene esto que ver con las habilidades que nuestros jóvenes adquieren en las etapas previas a su incorporación al mercado laboral, esto es, en la enseñanza obligatoria. Mientras que nuestros vecinos están todos, sin excepción, modificando sus planes de estudio para dar una respuesta a las necesidades laborales actuales, nosotros lo enfrentamos con perspectiva de género y mucha educación afectivo-sexual. Sólo ver el gráfico de la suma de las tres capacidades que valora PISA dentro de la OCDE da una idea de lo que está sucediendo.
España no está presente en esa lista por dos razones. La primera, porque fueron tantas y tan graves las irregularidades que se dieron en la evaluación de la competencia lectora, que la OCDE decidió no ofrecer el resultado; la segunda es, si cabe, más triste aún; si sumamos a las dos competencias evaluadas en 2018 (ciencias y matemáticas, 964 puntos) la evaluación de la comprensión lectora del anterior informe de 2015 (496 puntos), el resultado de 1460 puntos tampoco nos permitiría vernos reflejados en el citado gráfico. Y eso siendo conservadores, esto es, asumiendo que el resultado de la capacidad lectora no se hubiese deteriorado, como sí ocurrió con los de ciencias y matemáticas.
Ahora, ya, es impensable que los conocimientos que se puedan adquirir, no ya en la educación obligatoria, sino en el bachillerato y en la universidad, tengan un recorrido más allá de los cinco años
El mercado laboral está cambiando al mayor ritmo de la historia de la humanidad. Hasta hace cuarenta años, cualquier persona podía llegar al mercado de trabajo con una expectativa razonable de que los conocimientos que hubiese adquirido, mayores o menores, le permitirían mantenerse en el mismo de una forma más o menos estable, jubilándose a los 65 con una experiencia suficiente que no era necesario suplir con un elevado número de nuevos conocimientos. Eso ya empezó a cambiar hace 20 años, en los que la introducción generalizada de los procesos informáticos en prácticamente todas las áreas laborales (desde la agricultura y la ganadería a los servicios, pasando por toda la industria) ha cambiado radicalmente nuestra relación con el trabajo, provocando actualizaciones en una buena parte de los trabajadores que hoy tienen alrededor de 40 años. Ahora, ya, es impensable que los conocimientos que se puedan adquirir, no ya en la educación obligatoria, sino en el bachillerato y en la universidad, tengan un recorrido más allá de los cinco años. Y, evidentemente, no me refiero sólo a los fundamentos teóricos, sino a sus aplicaciones, imprescindibles para el desarrollo de la actividad profesional en casi cualquier sector.
Esto lo recoge claramente el último informe del World Economic Forum (WEF), The Future of Jobs, que comienza afirmando, de forma taxativa, que la mitad de los empleados necesitarán volver a formarse para 2025, a medida que aumente la adopción de la tecnología. Y es en la educación de los más jóvenes donde más urgente es la introducción de nuevos contenidos, para que puedan ejercer la necesaria presión sobre la educación universitaria.
Los contenidos asociados a las profesiones emergentes son los más demandados por los empleadores, y todos ellos están asociados a materias STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés). Por supuesto, las habilidades relacionadas con la comunicación del conocimiento, la resolución de problemas o el pensamiento crítico, tan alejados de la mera repetición de contenidos que se enseña en nuestros colegios y universidades, crecen con las anteriores ante un entorno cada vez más complejo, más volátil, más ambiguo y, por ende, más incierto. Las plataformas de enseñanza como Coursera, Udemy o EdX crecen para ofrecer lo que la enseñanza tradicional parece incapaz de dar. Toda la enseñanza deberá adaptarse, porque serán las habilidades, y no los títulos, las que definan nuestra relación con el empleo.
La inversión extranjera acude allí donde la mano de obra esté más preparada, donde la formación previa al empleo marca la diferencia
Es el momento de actuar, porque cada año que pasa son cinco más de retraso real. La inversión extranjera acude allí donde la mano de obra esté más preparada, donde la formación previa al empleo marca la diferencia. Nuestros jóvenes deben ser actores de su provenir, y no se merecen ser meros espectadores de los contenidos que generen sus compañeros de generación de nuestros países vecinos. Al reto que nos plantean los países mejor situados en la escala de PISA, que endurecen los requisitos para ser cada vez mejores, nuestra ministra Celaá y el Gobierno responden con una ley que permite a los alumnos pasar de curso sin límite de suspensos, devaluando más, si cabe, la enseñanza obligatoria, y aumentando todavía más la brecha entre ricos y pobres. Y mientras las autoridades no tomen nota de lo que está ocurriendo, y se dejen de declaraciones grandilocuentes sobre transformación digital y no se pongan manos a la obra, nuestros jóvenes seguirán poniendo cafés en el futuro. Eso sí, con mucha perspectiva de género y rechazando el capitalismo.
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