Opinión

El efecto derrame en las redes sociales

Desde hace ya algunos años explico en clase una pequeña historia. Les cuento a mis alumnos que no hace mucho tiempo una de las bebidas de mayor predilección para los

Desde hace ya algunos años explico en clase una pequeña historia. Les cuento a mis alumnos que no hace mucho tiempo una de las bebidas de mayor predilección para los europeos era la cerveza. Esta, no entendían entonces la razón exacta, era más segura que el agua para saciar la sed. Incluso se la daban a los niños. No mataba tanto como cuando se bebía agua. Hoy conocemos las razones, entonces no. Todos pueden imaginar sus efectos en la gente que la tomaba durante todo el día. Sin embargo, un cierto día el café sustituyó a la cerveza con consecuencias por todos imaginadas. El café, dicen algunos, fue la musa de las buenas ideas y por ello, según otros, de la revolución industrial, social y política.

Sea o no sea así, el otro día tuve la sorpresa de escuchar a Steven Johnson el mismo relato. Es evidente que no es mío. Lo leí o escuché ya hace algunos años y no recuerdo la fuente de entonces, aunque hoy asumo que fue del propio Johnson o que acudí a similar fuente que él. O simplemente es una hipótesis comúnmente aceptada. Da igual. Lo relevante de dicha historia es que asume una cuestión interesante: cómo surgen las ideas y que cómo estas se reproducen no responde a hechos fortuitos ni aleatorios. Así, según Johnson, lo relevante no era el café, sino los cafés, lugares de reunión donde las ideas nacían y fluían a la espera de un entorno propicio para explosionar de su elaborada crisálida.

La relevancia hoy de las ideas es mayor si cabe. Por ejemplo, las empresas con mayor valor añadido dan prioridad a las mismas. Las nuevas empresas se alejan hoy en día de líneas de producción basadas en tareas rutinarias y reproductivas que generan como resultado ciertos ítems (bienes o servicios) mientras que se acercan más a cápsulas de desarrollo de ideas e información.

Incluso en las grandes empresas que producen bienes tangibles dan una enorme importancia a las presentaciones, los informes, memorandums, mails, “brain storms”… Por ejemplo, si queremos saber cuánto cuesta fabricar un iPhone no sólo debe incluirse el valor de la actividad manufacturera en el Este Asiático, sino además todo el generado por la actividad de mentes pensantes en sinfonía armoniosa en Palo Alto. Seguro que gran parte de las decisiones sobre cómo es hoy un iPhone se decidieron con un café en la mano. La cafeína es la mayor y mejor droga para el desarrollo.

Yo mismo he experimentado tal evidencia. Cuando visito a coautores o ellos vienen a mí, en un solo par de días de trabajo presencial conseguimos avanzar en nuestro lo que de otro modo podría llevar meses. Las conversaciones de comedor o en la sala café son las más valiosas. El cara a cara sigue siendo importante para que surjan las ideas.

O al menos siempre ha sido así, hasta ahora. Internet y en particular las redes sociales mitigan esta necesidad del cara a cara. Realmente no la sustituyen sino que la complementan. Skype, Slack, Twitter, Facebook o el email permiten comunicación continua y un flujo de información sin precedentes. Su provecho puede limitar esa necesidad de estar en la misma habitación.

Teleconferencias, presentaciones a distancia, todo es ya posible. La red eleva a la cuarta potencia la posibilidad de transmitir información de forma que su potencial es ilimitado. Aumenta la fluidez con la que las ideas
circulan entre las personas.

Igual ocurre con las empresas. En el momento en que estas ya no tienen la típica representación de factorías, y para muchas es la información su materia prima, el lugar concreto del trabajo se difumina. Puede ser simplemente, de nuevo, un café, un foro, una intranet, un tren de alta velocidad o una red social creada al efecto.

En mi caso la red Twitter es ya una plataforma de trabajo. Información tanto académica como docente para mis clases o investigación en economía están disponibles. He asistido a hilos que son seminarios de investigación en toda regla. Me llegan los últimos trabajos disponibles y amigos y compañeros que saben de mis preferencias me hacen el enorme favor de pasarme trabajos académicos, apuntes de clase o presentaciones que seguro me pueden interesar (gracias a todos).

Si las ciudades en parte lo son porque permiten un contacto entre gente que tiene ideas que compartir, las redes se convierten en una ciudad global donde podemos interactuar como si estuviéramos en el mismo café

Los costes de transacción colapsan, las externalidades del conocimiento se disparan. Hay un auténtico derrame (spillover, en su alocución anglosajona) de información e ideas. El valor de estas redes para el surgimiento de nuevas ideas, innovaciones o conocimientos es inconmensurable. Las redes sociales pueden así ser un buen instrumento para la difusión de ideas e información que facilite el desarrollo económico. Si las ciudades en parte lo son porque permiten un contacto entre gente que tiene ideas que compartir, las redes se convierten en una ciudad global donde podemos interactuar como si estuviéramos en el mismo café.

Pero todos sabemos de los riesgos que implican estas mismas redes. Es absolutamente que se sepa amaestrar, reconociendo qué canales de información se deben abiertos, cuáles cerrados y cuáles ignorados. Estas mismas redes pueden ser usadas para todo lo contrario. La creación de ideas maliciosas, muchas virales a la espera de una mente que contagiar y desde la cual seguir su camino contaminante. De clubs con prejuicios o de grupos que se alimentan de su propia retórica. Un decálogo mínimo es necesario para saber relacionarse en las redes y poder interactuar de un modo educado y positivo. Lean a Sebastián Puig si quieren un decálogo mínimo sobre cómo debatir en la redes sociales, y fuera de ellas.

Esta última semana hemos asistido a lo peor de las redes, pero también a lo mejor. Yo prefiero centrarme en lo positivo y en la parte que enaltece a gente con deseos de crecer y ayudar a crecer a los demás. Todo el resto, como saben, no merece la pena mencionarlo. En cada café que construimos en las redes cada cual tiene el derecho de admisión de lo que crea conveniente. Apliquemos este derecho de un modo razonable. Si lo hacemos, las redes solo nos devolverán cosas buenas.

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