Una vez más, el eje francoalemán ha vuelto a marcar el paso de la Unión Europea. No es ninguna novedad, porque es lo habitual, y, además, en realidad es lo más práctico en un club con 28 miembros donde, como se ha visto esta semana, tomar decisiones es cada vez más complicado.
Ante el bloqueo de la renovación de los altos cargos de la UE, París y Berlín, como tantas otras veces en la historia reciente, han dado un golpe sobre la mesa para imponer sus candidatos: Francia conquistará la presidencia del Banco Central Europeo (BCE) con la actual directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, mientras que Alemania se hará con los mandos de la Comisión Europea de la mano de su actual ministra de Defensa, Ursula von der Leyen.
El éxito del eje francoalemán es casi total. Lo único que lo empaña es que, si nos ponemos exquisitos, Berlín hubiera preferido hacerse con el BCE y París con el Ejecutivo comunitario, pero ese reparto hubiese sido un insulto para los países del sur, tradicionalmente temerosos de la política monetaria alemana.
A cara descubierta
Además, hay que subrayar que esta vez Francia y Alemania han decidido actuar a cara descubierta y colocar directamente a sus peones, sin utilizar personas interpuestas, como tantas veces hicieron en el pasado, por ejemplo cuando eligieron como presidente de la Comisión al luxemburgués Jean Claude Juncker hace cinco años.
Que el eje francoalemán pilote la UE tan descaradamente no tiene por qué ser una mala noticia para Europa, y menos si es a través de dos mujeres talentosas, algo inédito en la historia de ambas instituciones comunitarias.
Sin embargo, resulta curioso que el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, haya vendido el acuerdo como un éxito. Sánchez era el encargado de negociar los nuevos cargos por parte de la familia de los socialistas europeos... y resulta que las dos piezas clave han acabado en manos de perfiles conservadores. Von der Leyen es del partido de Angela Merkel y Lagarde fue ministra con Nicolas Sarkozy, aunque ahora está más próxima a Emmanuel Macron.
Que Sánchez se alegre porque dos mujeres conservadoras triunfen en Europa es como si aplaudiese que Ayuso le birle a Gabilondo la Comunidad de Madrid por el simple hecho de ser una mujer
Sánchez ha celebrado los nombramientos alegrándose especialmente por la condición femenina de las agraciadas, pero resulta algo pueril comprarle ese argumento porque, en el fondo, es como si mañana se regocijara de que Isabel Díaz Ayuso (PP) consiguiera la presidencia de la Comunidad de Madrid por el simple hecho de que es una mujer, y aunque ello suponga que Ángel Gabilondo (PSOE) se queda sin ese puesto.
Por mucho que Sánchez quiera abanderar la causa feminista, no puede utilizarla como cortina de humo para tapar su fracaso negociador como líder de los socialistas europeos, que aspiraban a lograr la jefatura del Ejecutivo comunitario de la mano del holandés Frans Timmermans y que se quedaron con la miel en los labios.
Obviamente, Sánchez lo tenía complicado, pues resultaba harto difícil que los socialistas se hicieran con el liderazgo de la Comisión Europea cuando la ley no escrita en la UE dice que ese puesto tiene que ser para la familia política que gana las elecciones europeas. Y, aunque los resultados del pasado 26 de mayo fueron más ajustados que otras veces, esta vez volvieron a ganar los populares. Por tanto, en teoría, el puesto debía haber sido para el alemán Manfred Weber: Merkel sabrá por qué le ha sacrificado en el último minuto por su ministra de Defensa.
Un motivo de alegría
No obstante, el presidente del Gobierno tiene un buen motivo para estar contento. Su actual ministro de Exteriores, Josep Borrell, será el encargado de pilotar la diplomacia europea y estará integrado en la Comisión con rango de vicepresidente. Este puesto es un avance respecto al cargo que actualmente tenía España (la cartera de Energía y Medio Ambiente de Miguel Arias Cañete) pero, no nos engañemos, hubiera sido mucho más importante para los intereses de nuestro país una vicepresidencia de claro perfil económico.
El puesto de Alto Representante de la Política Exterior no deja de ser una especie de correveidile de los 28, una especie de secretario encargado de llevar por el mundo los mensajes de la UE. Sin embargo, si Borrell hubiera sido comisario de cualquier otra cosa, su grado de influencia en la actividad legislativa comunitaria hubiera sido mucho mayor. Por no hablar de que el encargado de la diplomacia suele estar de viaje por el mundo y, aunque es miembro nato de la Comisión, está ausente de la mayoría de las reuniones y debates semanales, por lo que su influencia dentro del Ejecutivo de Bruselas se reduce muchísimo.
Dicho lo cual, hay que congratularse de que España, quizás gracias a que Sánchez se ha quedado como único gran referente de la socialdemocracia europea, haya recuperado peso institucional en la UE. Con la decisión de Borrell y la llegada de Luis de Guindos a la vicepresidencia del BCE el año pasado, nuestro país recupera posiciones y, de facto, con el Reino Unido en pleno brexit e Italia en manos de los antieuropeos, se ha convertido en el tercer país más influyente en los círculos europeos.
Un puesto muy complicado
Borrell tendrá una larga tarea por delante. Sus dos predecesoras, Federica Mogherini y Catherine Ashton, fueron sistemáticamente opacadas por los ministros de Exteriores de los grandes países, que en el fondo se resisten como gato panza arriba a dejar la diplomacia en manos de un tercero. El hombre que se inventó ese puesto, que entonces se llamaba Señor Pesc (Política Exterior y de Seguridad Común), el también español Javier Solana, sí consiguió sacar la cabeza, pero le costó muchas horas sin dormir y no pocos quebraderos de cabeza.
En general, los puestos europeos suelen ser una página en blanco en la que cada cual escribe lo que quiere. En la historia reciente hemos tenido ejemplos de comisarios españoles que han preferido tener un perfil bajo, como Arias Cañete, y otros que sacaron petróleo de sus cargos, como la fallecida Loyola de Palacio o Pedro Solbes. Por tanto, Borrell tendrá ahora que demostrar si prefiere emular el modelo estajanovista de Solana u opta más bien por hacer de su puesto un retiro dorado. Placentero, eso sí, no lo será: coordinar la política exterior de 28 países con intereses muy diversos en el mundo es, sencillamente, imposible.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación