No desearía ser irrespetuoso con quienes dirigen los diferentes canales de televisión. Ni tampoco con quienes los ven. Pero, a juzgar por las parrillas de programación, parece que lo único que interesa a unos y otros es que cada día seamos más cenutrios, más maleducados, más gritones, más asilvestrados y tengamos menos criterio. Los informativos parecen loritos que repiten lo que les dice su amo; los programas donde se supone que hay debate – léase confrontación de ideas, conceptos, posturas y visiones de la vida – se dividen entre los que gritan mucho y los que gritan más. Da lo mismo que se hable de política, de eso que llaman prensa rosa y que ahora se ha quedado reducida a prensa de casquería, o de fútbol. Todo se limita a producir ruido, mucho ruido, y con ese aumento de decibelios producido por laringes ágrafas y estultas rellenar un par de horitas. Los concursos han eliminado todo elemento cultural de nivel, salvo excepciones que confirman la regla, y si pueden tener como participantes a famosillos de cuarto y mitad, mejor. Ver meter la gamba a alguien medianamente conocido siempre excita más la schadenfreude del espectador. Es el estilo de “Mira quién…” Mira quién baila, cocina, hace payasadas o se pone en plan Tarzán empelotado en una isla.
Los programas de literatura serios estilo Apostrophes, del añorado Bernard Pivot, donde hablaban de libros sin la menor censura, empezando por las editoriales, brillan por su ausencia. Me refiero a debates intelectuales, con la profundidad y vehemencia sustentada en la cultura de sus participantes. Otrosí digo de la retransmisión de obras de teatro, óperas o conciertos de grandes orquestas filarmónicas. O debates que giren alrededor de temas filosóficos o científicos. Nadie quiere, ni puede orquestar algo similar, insisto, salvo contadas excepciones.
Porque un medio como el televisivo o sirve para elevar el nivel cultural de la población o sirve para embrutecerla todavía más, que ya es decir
Los que tienen capacidad de decisión en las cadenas llevan el negocio como quien administra un almacén de papel viejo o de patatas. Pretenden conocer el medio y se las dan de expertos a base de introducir muchos anglicismos, pero son incapaces de asumir la responsabilidad que recae en sus manos. Porque un medio como el televisivo o sirve para elevar el nivel cultural de la población o sirve para embrutecerla todavía más, que ya es decir.
Sostengo que no es un problema de partidos, ni siquiera de intereses políticos. Es algo mucho más hondo y peligroso. Es social. Probablemente, si se emitieran este tipo de programas que he mencionado nadie los vería. Recuerdo que en cierta ocasión, hace décadas, estando servidor sentado en el despacho de Valerio Lazarov en su atalaya de Torre Picasso, conversábamos acerca del tipo de televisión que se hacía en España. Como yo dijera que tanto Mama Chicho – el salvajismo de Sálvame todavía no había hecho irrupción – me parecía banal, el inteligente Valerio respondió: “¿Tú te crees que hago este tipo de programas porque me gusten? Si el National Geographic diera un veinte por ciento de share sería el primero en llenar Tele 5 de sus reportajes. Pero aquí lo que vende es otra cosa”. Mucho me temo que el inteligentísimo rumano tenía razón. Lo dijo el clásico acerca de las obras de teatro: Puesto que es el vulgo quien las paga, justo es hablarle en necio para darle gusto.
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