Es probable que la historia futura designe al periodo iniciado hacia 2004, y que parece lejos de acabar, como nuestra era de pérdida de oportunidades y pérdida de la comprensión de la actualidad. En 2004, España alcanzó el PIB medio de la UE de entonces, pero a partir de 2007 ese indicador no ha dejado de bajar en términos absolutos, aunque acumule modestos crecimientos relativos: el año pasado, quedamos a 15 puntos de la media de la UE. Hemos retrocedido respecto a los países bálticos, Chipre, Malta, Polonia o Chequia. Entre tanto, la deuda pública ha seguido subiendo incesantemente y solo reinamos en solitario en la horrenda cumbre del desempleo y paro juvenil, mientras perdemos a chorros jóvenes cualificados que emigran y que los inmigrantes sin cualificación profesional no pueden sustituir. Somos más pobres, más desiguales y menos libres, y el verdadero milagro español actual es no querer creer o entender lo que nos pasa.
No creo que la economía explique todo y menos que justifique cualquier cosa, pero tampoco cabe ignorar la relación entre economía y demás esferas de la vida social. Es un indicador privilegiado porque, como observó el sociólogo alemán Georg Simmel en La filosofía del dinero, la moneda tiene la rara propiedad de una casi estricta neutralidad racional: ideas, creencias y emociones le son indiferentes porque solo responde a los cambios materiales. Así que la pregunta es qué nos dice la avería del motor económico sobre el estado de los otros motores sociales, políticos y culturales. Por ejemplo, la relación entre el crecimiento desorbitado y posterior quiebra de las indestructibles Cajas de Ahorro con el desmoronamiento y posterior rescate político de una banda terrorista que, según algunos, era invencible: ETA.
Vidas paralelas poco ejemplares
En 2002, los partidos se pusieron de acuerdo para convertir las Cajas, hasta entonces instituciones discretas de finalidad financiera limitada, en verdaderas instituciones bancarias en competencia con los bancos tradicionales. La pequeña diferencia consistía en que su control seguiría en manos de los partidos, patronales, sindicatos y poderes locales, ingresados por este atajo en el mundo de los grandes negocios. La esfera de expansión financiera elegida era el crédito a pymes, infraestructuras públicas e inmobiliario. Fue el inicio de una loca carrera expansiva que no paró hasta la quiebra del sistema de Cajas, en 2011, que requirió del rescate europeo con un coste para las arcas públicas en torno a los 100.000 millones €. Una cifra sencillamente gigantesca que supera al PIB de muchos países.
La crisis inmobiliaria de 2008 y el consiguiente crack financiero demostraron errónea la puesta de casi todos los huevos en la cesta del crecimiento ilimitado de esa demanda.
La apuesta por la expansión de las Cajas consolidó el modelo económico de pequeñas empresas con baja productividad, innovación y competitividad, basadas en los servicios y necesitadas de influencia política para financiarse y defenderse de la competencia. Se olvida que la inversión del ahorro concentrado en las Cajas podía haber ido, al menos en parte, a formación profesional, innovación y crecimiento tecnológico. Pero fue desviado al ladrillo y a grandes infraestructuras, muchas económicamente dudosas: aeropuertos sin vuelos, autopistas sin coches, o el deslumbrante AVE. La crisis inmobiliaria de 2008 y el consiguiente crack financiero demostraron errónea la puesta de casi todos los huevos en la cesta del crecimiento ilimitado de esa demanda.
Sin embargo, ese modelo en crisis crónica no se puso realmente en cuestión ni se investigaron en serio, en un verdadero debate público, las causas y alternativas políticas posibles. Al contrario, los gobiernos posteriores a 2007 insistieron en que se trataba de un bache pasajero y de un modelo económico sólido y prometedor, una vez puestas las cuentas en orden. Sea por falta de imaginación o exceso de vieja ambición, defendían la continuidad del modelo político-económico-financiero del capitalismo de amiguetes, del que todos dependían. Y hoy, en 2024, seguimos con el calendario y el reloj parados en 2004.
¿Qué pasaba con ETA entretanto? El asesinato de Miguel Ángel Blanco marcó el orto de la crueldad y prepotencia terrorista y también el inicio de su ocaso criminal imparable. Desencadenó un movimiento de rechazo activo civil aún por reconocer, una ofensiva antiterrorista política y judicial sin precedentes y una sucesión impresionante de éxitos policiales que pusieron a la banda contra las cuerdas a pesar de la tregua trampa de 1998, del infame Pacto de Estella paralelo de mutua protección firmado con el PNV, y de la kale borroka o terrorismo difuso expandido para compensar la caída de los atentados tradicionales.
En 2011 la banda reconoció la derrota, pero condicionó su final a la aceptación de su continuidad política. Condición asumida por los socialistas porque tenía un objetivo muy distinto a la pacificación: preservar la legitimidad y continuidad del nacionalismo vasco, tanto institucional como terrorista (y de rebote el catalán), como otro agente necesario y normal del sistema de partidos. En suma, la conversión de la llamada izquierda abertzale en socio contra la derecha. El blanqueamiento que ha terminado convirtiendo la herencia de ETA en socio preferente del PSOE -el recorrido de Oslo a Pamplona- comenzó en las conversaciones entre Eguiguren y Josu Ternera, que no buscaban paz y libertad sino consolidar las respectivas hegemonías de partido.
Esta concurrencia en bucle de menor libertad política con menor libertad económica, de mayor dependencia social de un Estado cada vez más débil y vulnerable, no son otra cosa que el sanchismo y la ineptocracia
La maniobra canceló por mucho tiempo cualquier reforma constitucional lesiva para los intereses antidemocráticos del nacionalismo separatista y de la izquierda reaccionaria. No es muy diferente del astronómico rescate bancario de 2011, que socializó las pérdidas catastróficas de la gestión política de las Cajas y sirvió para eludir cualquier reforma económica liberal capaz de modificar de verdad el modelo productivo agotado. Una vez más, la restricción de la libertad económica ha ido de la mano de la merma de la libertad política.
Esta concurrencia en bucle de menor libertad política con menor libertad económica, de mayor dependencia social de un Estado cada vez más débil y vulnerable, no son otra cosa que el sanchismo y la ineptocracia. Pues no solo es un modelo desastroso de gobierno, sino también de oposición impotente y anacrónica. Comparten el calendario caducado. Los peores anhelan el clima guerracivilista de 1936, y los incautos siguen en el relato de otro bache pasajero y el regreso al glorioso 2004. Ninguno parece darse verdadera cuenta de los profundos cambios no solo de España, y demasiados muy negativos, sino también del resto del mundo. El tiempo solo tiene una dirección y excluye la marcha atrás. ¿No es el momento de poner el calendario al día y el reloj en hora? ¡Feliz 2024!
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