Opinión

El castillo de naipes se derrumba

No logro entender la expresión “clases medias trabajadoras”, entre otras cosas porque las clases medias siempre fueron trabajadoras

Quizá sea cierto que todo es líquido, pero resulta que al haberse convertido en una riada amenaza con arrastrarnos. ¡Vaya semanita! Liquidan al pasmarote que habían elegido con mucho cuidado para que les pastoreara RTVE. Los barones autonómicos y el gobierno pujan por la rebatiña impositiva. La subida del 9,5% a los funcionarios se estrangula como medida preelectoral antes de haberse consumado; es sabido que a los funcionarios debe dárseles un trato preferente, como hacía el viejo Régimen. El gobierno de Cataluña se esfuerza por digerir la pócima que llevan macerando desde hace una década. Los socios de Podemos desarrollan su imaginación para encontrar un motivo -la vida secreta de los árboles o la precocidad sexual de los niños- para que se acuerden de ellos… Y, por si fuera poco, la victoria de Meloni echa por tierra cualquier alternativa que no sea mirar y sufrir. Los líderes de nuestro mundo nos advierten, por primera vez en la historia, que lo peor está a la vuelta de la esquina. Es insólito que los dirigentes estén empeñados en acojonarnos aún más de lo que estamos.

Por supuesto que la culpa la tienen los medios de comunicación, que no se atienen a la verdad revelada. El gobierno que defiende a “las clases medias trabajadoras” está en ese momento del circo en el que al director le crecen los enanos. Ya sé que la teoría no es su fuerte, pero no logro entender la expresión “clases medias trabajadoras”, entre otras cosas porque las clases medias siempre fueron trabajadoras; de no ser así no podrían llegar a “medias” y se quedarían en “precarias”. Además ¿cómo cabría denominar a los que están por debajo y que constituyen la mayoría de la población?

Deben ser estas chorradas a las que la derecha tontuna denomina de manera enfática “hegemonía ideológica de la izquierda”; una prueba de que la necedad sobresale por encima de las clases. Se discute sobre hegemonía cuando el asunto se reduce a inversión en propaganda y charlatanes. Son hegemónicos los que pagan más y eso es consecuencia de los tiempos líquidos que el agudo Bauman trató de explicar a la cofradía de bobos sin complejos.

Cuando nombraron por “concurso de méritos” -otra genial expresión- a Pérez Tornero como director de RTVE, me quedé perplejo. Periodista ágrafo, colaborador de programas documentales educativos, cucañero de la Universidad Autónoma de Barcelona donde se licenció, se doctoró, se becó y no hubiera salido de su mediocridad profesoral si no le hubieran montado en el carrusel del poder. La imagen que mejor le calificaría, y sin ningún ánimo de ofender su honor académico, sería el de un pingüino en el desierto. Los dueños del oasis calibraron que un tipo así estaría a su servicio siempre y por eso le consentían que se buscara amigos en un mundo viciado del que apenas tenía idea. Ni ideas, ni ocurrencias, ni nada que no fuera apañar los recursos a fondo perdido. ¡Cumple, que para eso te sacamos del anonimato! No soy televidente adicto y confieso que el único programa de RTVE que veo regularmente es el de las campanadas de Fin de Año. Al parecer la entrevista que la cadena pública dedicó al presidente Sánchez hace unos días provocó las alarmas del Gobierno. Sólo un 5,9 de audiencia, lo que se traducía en 787.000 espectadores. La verdad es que me parecen muchos, incluso demasiados para un actor tan repetitivo. Los tribunos de Podemos, que ahora trabajan en la competencia mediática, le tacharon de parcial y reaccionario. El pingüino se agostó.  

Fuera disfraces. Lo que ahora se necesita para ese 2023 de dobles elecciones y habiendo entrado ya en campaña, es una persona adicta y sobre todo fiel. Elena Sánchez conoce el paño y sabe lo que se espera de ella. Las ocurrencias se las suministrarán, que no por nada tienen una legión de asesores. En tiempos de las buenas intenciones, sobre todo desde la oposición, todos apelaban a convertir RTVE en una especie de BBC. Luego, cuando llegaron al poder, se inclinaron por lo obvio; dictar a los medios públicos sus necesidades inmediatas. Una televisión que exalte los éxitos y las melonadas de personajes sin nada que ofrecer salvo su desfachatez. Hoy hasta el sueño de una BBC hispana ha desaparecido de las intenciones. La propia historia interna de RTVE es como para estremecerse y bien merecería una memoria histórica que nadie parece dispuesto a hacer. El único intento que conozco de primera mano fue en “Diario 16” y se paró porque había que esperar a que el Gobierno de Adolfo Suárez nombrara al propietario miembro del Consejo directivo del Ente. Luego que el patrono estuvo ya ascendido al olimpo, informaron al redactor que había llegado el momento de publicarlo y él no aceptó el chalaneo. Eso era en 1977 y desde entonces cada cual se fue retratando. Si hay un espejo del devenir de la profesión periodística ninguno mejor que RTVE.

El drama de Pérez Tornero parte de un equívoco. En la misma medida que un profesor de filosofía no es un filósofo, pese a la selva de libros, conferencias y artículos indexados, algo similar sucede con los profesores de las escuelas de periodismo. Por más que el gremio de la pluma se haya deteriorado, se da la particularidad de profesores que ni conocen los medios de comunicación, ni han escrito nunca -algunos ni lo han intentado- pero orientan a los que ingenuamente se apuntan a las clases de la Facultad de Periodismo. No digamos ya si esto lo sumamos a los rostro-parlantes de los programas informativos; lectores de una pantalla que el televidente no detecta y con un texto que ni conocen ni les interesa. Pero que con los años llegan a firmar novelas. Añadamos la inflación de internet, donde todo individuo tiene derecho a hacer sus necesidades en público y en ocasiones con gran éxito de audiencia.

Los cabos y sargentos han tomado los mandos que monopolizaban los viejos mariscales, porque ni los altos mandos merecen el más mínimo respeto ni los furrieles del cuartel asumen que su papel será el de floreros con fecha de caducidad. Lo ocurrido con Pérez Tornero no es un caso aislado si no una corriente que fluye y que amenaza con ahogarnos. Se necesitan gentes sin pasados ni mochilas ni intenciones que exijan renuncias o coherencias. Las ideas se han deteriorado tanto que el estar ayuno de ellas es un pasaporte para que un día alguien te disfrace de pingüino. Alegría sin embargo, porque somos clases medias trabajadoras.

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