José María García los define como “jornaleros del elogio”. Cada vez abundan más en las tertulias y las tribunas de prensa. Son “trincones y trinconcetes” que siguen el ritmo que les marca el presidente mientras ingresan sobresueldos por colaborar en programas de actualidad de las televisiones y radios públicas. Nunca falta uno de esos aduladores en las comparecencias de Pedro Sánchez. Admirador, amigo, esclavo y siervo, que diría José Luis López Vázquez. El pasado miércoles, después de anunciar su nuevo programa de ayudas sociales, el presidente no recibió ninguna pregunta incisiva. ¿Quién contrarresta su cesarismo? Hubo medios críticos que quisieron ponerle en aprietos y no les dieron la palabra. En cambio, El País, Infolibre, El Periódico, RNE y Ara sí que tuvieron esa posibilidad.
Ese mismo día, el principal periódico del grupo de medios de comunicación cuyas acciones valen 29 céntimos de euro -me refiero a Prisa- difundió varios mensajes que abundaban en los bonos, beneficios y subvenciones que acababa de aprobar el Ejecutivo, con un coste de más de 5.000 millones de euros para las arcas públicas. Lo hacía con la claridad expositiva que utiliza la prensa cuando le conviene ensalzar la acción de un líder. Pedro había repartido regalos. Sólo los hombres de mal corazón serían capaces de criticar la generosidad de los Reyes Magos.
Todo esto tiene matices, por supuesto. Puede entenderse que una parte de los recursos del Estado se destine a aminorar los padecimientos de los ciudadanos más desfavorecidos. Habrá quien considere que esta opción es un remedio injusto contra la irresponsabilidad individual, pero creo que entra dentro de lo lógico que las administraciones gasten una parte de los impuestos en dar impulso a quienes menos recursos tienen. Ahora bien, cuando la deuda española alcanza el 111% del PIB -a 32.000 euros por habitante-, a lo mejor habría que preguntarse si se están gestionando bien los recursos públicos o si se están utilizando para engordar un sistema clientelar que a largo y a medio plazo arruinará al país.
¿Y cómo se paga todo esto?
Porque quizás sería interesante escuchar la respuesta del presidente a algunas cuestiones bastante relevantes. Así, a bote pronto: ¿Comparece usted para explicar estas medidas o para transmitir que Pedro I El Generoso reparte dinero entre los pobres? ¿Cree que es positivo para la economía el prorrogar los impuestos extraordinarios sobre varias de las grandes empresas españolas a cambio de mantener determinadas ayudas y descuentos? ¿Considera que eso es gestionar España con cortoplacismo? ¿Piensa que es bueno para los jóvenes el incrementar la deuda pública con este tipo de medidas, a sabiendas de que harán falta impuestos más elevados para pagar las facturas del Estado en el futuro? ¿De veras eso será positivo para sus vidas o les convertirá en súbditos, en lugar de en ciudadanos libres y con derecho a prosperar?
Sánchez no respondió a esas preguntas porque sus funcionarios lo impidieron. Porque no era el día, porque no tocaba. Porque su comparecencia del pasado miércoles estaba pensada para ensalzar su figura, ante el beneplácito de todos esos medios que se zampan los 175 millones de euros de publicidad institucional que ha repartido Moncloa en 2023 -los de este año y los de contratación anticipada- y que han renunciado a ejercer su labor crítica a cambio de las lisonjas que les entrega el poder, que son el tocino del chuletón, pero con las que están contentos. Ellos y los ciudadanos, acríticos y adormilados que, mientras les descuentan un porcentaje de la factura de la luz, piensan, ¡qué bien!, en lugar de: ¿pero qué país decadente es éste (o qué estoy haciendo mal) que ni siquiera tengo dinero para afrontar los gastos básicos? ¿De veras se puede considerar que un Gobierno persigue la prosperidad cuando pretende freir a impuestos a quien ingresa más de 30.000 euros anuales?
Mientras las Angélicas Rubio defienden todo esto en las tertulias y disparan contra los enemigos que Moncloa les marca, el presidente abandonó la sala de prensa sin dar explicaciones una vez más sobre la forma en la que sus 'regalos de Navidad' incrementarán el montante de la hipoteca pública que pagarán nuestros hijos y sus descendientes. Tampoco nadie le preguntó sobre el modo en el que sus ataques hacia el tejido productivo español pueden provocar que el país se vacíe poco a poco de emprendedores y de talento. A quien está dispuesto a incidir en eso, ni siquiera le pasan el micrófono. En cambio, si usted decide publicar cinco tribunas sobre la supresión de la Ley Trans en Madrid, le ofrecen un asiento en las tertulias de RTVE, no tenga duda.
Los sin vergüenza
Tampoco ofreció explicaciones Sánchez sobre el carguito que le ha regalado a Pedro Saura en Correos o a Raquel Sánchez en Paradores. Este último lugar, asediado desde tiempos inmemoriales por personas de contrastada experiencia en el sector turístico como la exmujer de Rodrigo Rato u Óscar López. Lo mejor de cada casa, vaya.
No queda un socialista de alta alcurnia al que no le hayan asignado un cargo apetitoso en España. Desde Miguel Ángel Oliver -EFE- hasta Miquel Iceta -embajador de asuntos fantasiosos cuyos únicos méritos son el COU, el perreo y las intrigas-. Todo eso también cuesta dinero. Todo eso también lo paga el contribuyente. Incluso aquel al que le prometen un descuento del IVA de los alimentos mientras meten un rejonazo a su renta.
Porque todo eso es muy caro. Son muchos sueldos. Son muchas bocas que alimentar. La mafia siempre cuida a las viudas y a su prole. Cuanto más soldados haya al servicio de la organización, más dinero hará falta para sostenerlos. La factura la pagará usted, aunque le hablen de subvenciones, regalos y descuentos. Los periodistas deberían denunciar todo esto, pero una buena parte están muy ocupados con el elogio y el trinque. No crea que son pocos. Mire usted sus perfiles en las redes sociales. Hay quien incluso parecería dispuesto a pasar una noche en la cama presidencial. O varias. Las mil y una noches.
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