La corrupción sistémica es el peor cáncer de la democracia española. Consiste en el saqueo de los bienes públicos, la adulteración de las instituciones y el incumplimiento de la ley por quienes tienen la obligación de impedir todo eso. Por eso es una práctica vedada a los simples mortales, por mucho que la ñoñería moralista quiera confundir ahorrarse el IVA de una factura con montar una red mafiosa al estilo de los Pujol, las del saqueo de las Cajas de Ahorro o los Eres de Andalucía, por la que han sido condenados José Antonio Griñán y otros antiguos altos cargos del PSOE andaluz. Pero 4000 ilustres ciudadanos han decidido firmar una petición de indulto para ese señor, creando un personaje insólito: el buen corrupto socialista, ese sujeto amable que roba 680 millones por el bien común y el interés general.
Era de esperar de los socios de gobierno y partido de Griñán, pero es incomprensible en los demás e inaceptable en todos. Porque el caso de los Eres tiene una dimensión delictiva propia: el dinero público robado era dinero extraído de la economía productiva y reinvertido en crear más paro. Servía para mantener el ecosistema social más favorable a la izquierda en Andalucía: desempleo crónico y sociedad dependiente de la caja B de la Casa del Pueblo. Pura generosidad mafiosa: te doy para que me des tu voto. Lucro personal que tantos niegan en el caso Griñán, pues sin esa trama de saqueo y reparto a los adictos los griñanes de turno habrían perdido cargos, prebendas e ingresos.
Nada más típico de los abajofirmantes socialistas, sindicalistas y nacionalistas, con su prensa concertada, que rechazar la independencia del poder judicial
Hablamos de una sociedad empobrecida en todos los aspectos por una política corrupta. Si la corrupción es grave, su impunidad es peor. La democracia prevé que haya políticos corruptos y adopta leyes para prevenirla y castigarla. La que está excluida es la impunidad, pues admitirla deroga el Estado de derecho y anula de facto los principios de igualdad ante la ley y responsabilidad penal y política. También liquida al poder judicial como control y contrapeso del ejecutivo y legislativo. Nada más típico de los abajofirmantes socialistas, sindicalistas y nacionalistas, con su prensa concertada, que rechazar la independencia del poder judicial. Según ellos, un político no puede delinquir porque la verdadera política (inclusive el fin del terrorismo o el golpismo separatista) no puede quedar limitada por la Constitución ni por el Código Penal. Puede parecer que un político miente, malversa o prevarica, pero en realidad hace política elástica como el chicle, al decir de Patxi López. ¿Y quién puede ser penalizado por algo tan noble como hacer política, aunque resulte pringosa?
La generación de oro de la Transición
Esta vez, junto a los abajofirmantes habituales de la cosa nostra socialista aparecen expolíticos de la derecha y un llamativo grupo de respetados escritores, músicos y deportistas ajenos a ese mundillo. Lo cierto es que la lista pro indulto es representativa de la generación que pilotó, aconsejó o ilustró la Transición, y sin duda ha sido recabada con la idea de que esa generación manifieste su solidaridad con uno de los suyos; una idea brillante. Sin duda muchos abajofirmantes consiguieron sus éxitos gracias al esfuerzo y el talento, pero también ayudó la red de favores mutuos tejida al calor de la extinción pactada del franquismo, que dejó miles de jugosas vacantes y creó muchas de nueva planta, generosamente regadas con dinero público.
El indulto a Griñán reconocería nuestra supuesta deuda colectiva con esa generación. Para entenderlo, recordemos que nadie abogó en su día por indultar a Rodrigo Rato, también condenado por malversación y que, si bien quebró Bankia, como poderoso ministro y banquero repartió premios, honores y prebendas tan buenas como las socialistas, aunque más ingratas. Pero Rato formaba parte de la clase tradicional de familias ricas de derechas; su ejemplar condena no atacaba a la generación de homines novi que, según dicen, nos han regalado el Estado de Bienestar y la libertad. En contraste, recordemos a otro socialista de esa generosa generación, Narcís Serra, absuelto de delitos muy parecidos a los de Rato y perpetrados en Caixa Catalunya (para los interesados en recordar, cuento todo esto en La democracia robada).
Cuando falla la superioridad moral, la vieja izquierda recurre al no sabía, no se enteraba, no se podía saber
Algunos abajofirmantes rechazarán cualquier apoyo al robo de los Ere, pero hablarán del buen hombre que “no se ha quedado nada para él”, obviando el poder obtenido con la compra de voluntades. Dirán que el castigo de la condena es suficiente o, como Miguel Ríos, que la justicia es muy de derechas. Y queda la excusa de la ignorancia, blanqueadora de los malos actos con buenas intenciones: Griñán no conocía el destino de los 680 millones robados, firmaba papeles sin entender lo que firmaba. Es torpeza, descuido, ineptitud, pero no dolo delictivo. La misma excusa que absolvió a Narcís Serra y le permitió quedarse con los millones extraídos despistadamente. Pues si el banquero y rico ministro de Economía Rodrigo Rato no podía pretender ignorar los arcanos del dinero, el pianista aficionado y honrado socialista catalán Narcís Serra carecía del trato íntimo con los pecados del capital. Cuando falla la superioridad moral, la vieja izquierda recurre al no sabía, no se enteraba, no se podía saber.
Así que la solicitud del indulto a Griñán renueva la alianza moral entre la generación dorada de la Transición y el socialismo que la acunó. Sobre todo, busca rescatar la reputación moribunda del PSOE y su mundo, objetivo de la inquina de los “poderes oscuros” de la derecha (por qué algunos liberales se apuntan a esta misión es un problema ¿psicológico? que no podemos atender aquí). No debemos encarcelar a Griñán porque representa “una intachable trayectoria vital caracterizada por su lucha por la libertad y la democracia, la igualdad, el Estado de Bienestar…”, según afirma el orgulloso manifiesto de la familia. La verdad es que esa trayectoria ha instaurado la corrupción sistémica con ineptocracia rampante y pretensiones de superioridad moral. Es la última “batalla por el relato”: el cuento del buen socialista corrompido por amor al Estado de Bienestar; puede ser tonto pero no malo, pues la maldad nunca es de izquierdas.
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