Con el precio del gas natural en máximos históricos se ha abierto un interesante debate en Europa acerca del culpable de la crisis que la carestía repentina de la energía. Una parte de la población culpa directamente a las energías renovables, otros a las energías fósiles. Los primeros señalan a los aerogeneradores y a las placas solares que, aparte de necesitar una inversión previa muy costosa, son intermitentes, por lo que no generan electricidad cuando hace falta. Los segundos se centran en la odiosa dependencia del gas y del petróleo, dos materias primas contaminantes que en Europa hay que importar en su práctica totalidad y cuyo precio es muy volátil.
Ambos tienen razón, pero las autoridades europeas y los gobiernos nacionales llevan décadas convirtiendo la política energética en un apartado más de la política climática, sin prestar atención alguna a la seguridad del suministro o al precio del kilovatio para el consumidor final. El fracaso de la política energética europea es algo más complejo y tiene poco que ver con el debate entre las energías renovables y los combustibles fósiles. Conseguir seguridad en el suministro y precios razonables requiere valorar distintos factores de mercado, tecnológicos y geopolíticos. Eso no encaja bien con las agendas ideológicas.
Veamos antes cómo Europa ha diseñado su mercado energético en los últimos años. Como parte de la liberalización del comercio de energía, la Unión Europea alentó a los Estados miembros a pasar a contratos de suministro de gas basados en el precio spot diario en lugar de negociar precios fijos a largo plazo con proveedores como Gazprom o Sonatrach. Esto ha ocasionado algunos efectos negativos. Confiar en el mercado con sus altibajos diarios ha permitido a Rusia influir decisivamente en los precios del gas. Rusia es el mayor proveedor de gas de Europa, de allí proviene el 35% de todo el que se consume en el continente. Esa posición de dominio le permite modular el suministro a su antojo y, por lo tanto, fijar los precios. Junto a esto, se ha invertido mucho dinero en unir Europa occidental con Rusia mediante gasoductos submarinos como el Nordstream, lo que ha desincentivado para que otros productores inviertan en el suministro de gas a Europa.
Europa se ve condenada a pagar precios asiáticos, en lugar del precio más ajustado proveniente de sus propios proveedores regionales a través de gasoducto
Una de las razones que explican la subida del gas en estos meses es la disminución en los envíos de gas desde Rusia a través de los carísimos gasoductos recién construidos. Con menos gas llegando desde Rusia, Europa tiene que depender de las importaciones en barcos metaneros de gas natural licuado, que es más caro y además tiene que competir con China y otros países de extremo oriente, que pagan más por el gas. De este modo, Europa se ve condenada a pagar precios asiáticos, en lugar del precio más ajustado proveniente de sus propios proveedores regionales a través de gasoducto.
Pero si bien la UE parece comprometida a favorecer el libre mercado en algunos ámbitos, en otros no quiere saber nada de él. Los Estados miembros diseñan sus políticas energéticas pensando más en el clima que en el precio, esto obliga a las empresas eléctricas a generar con lo que le indican y no con lo que produce una electricidad más económica. Además, casi todos los gobiernos fijan en mayor o menor medida las tarifas eléctricas y aplican peajes varios, lo que introduce un elemento extra de complejidad al asunto. Las dos principales fuentes de energía renovable, la solar y la eólica, dependen del sol y el viento, que a menudo no luce o sopla cuando más se les necesita. Eso implica que las eléctricas deben disponer una red de respaldo que pueda atender a toda la demanda en caso de que se ponga el sol y reine la calma chicha. Mantener esta capacidad cuesta mucho dinero ya que las centrales de gas o carbón tienen que estar listas para funcionar tan pronto como se precise de sus megavatios. Todos esos costes políticos las eléctricas los repercuten al cliente final.
Los gobiernos insisten en electrificar el parque móvil porque es menos contaminante, pero las redes eléctricas actuales en Europa no podrían soportar ahora mismo que todos los vehículos fueran de propulsión eléctrica
Pero, a pesar de que los países europeos han invertido millones de euros en centrales renovables, se han descuidado inversiones cruciales en la red eléctrica porque no hay dinero para todo. El suministro estable de electricidad requiere infraestructuras de transporte y transformación que garanticen la redundancia de suministro. Una red bien mallada también cuesta mucho dinero. Entretanto, los gobiernos insisten en electrificar el parque móvil porque es menos contaminante, pero las redes eléctricas actuales en Europa no podrían soportar ahora mismo que todos los vehículos fueran de propulsión eléctrica.
Por último, ni la Unión Europea ni la mayor parte de sus Estados miembros quieren saber nada de buscar y extraer gas en el continente a pesar de que se sabe a ciencia cierta que hay grandes reservas de gas de esquisto en nuestro subsuelo. Hay un gran depósito en el norte de Alemania y los Países Bajos, otro en el centro de Francia y otro más en el norte de España. Pero no se quiere explotar por motivos medioambientales. Los Gobiernos han cedido a la presión de las organizaciones ecologistas y, o han prohibido explícitamente la fracturación hidráulica o han aplazado la decisión sine die. Extraer gas de esquisto tiene, efectivamente, complicaciones medioambientales, pero en otros lugares del mundo no son tan escrupulosos, lo extraen y se lo venden a precio de oro a los europeos. Algo similar sucede con la energía nuclear. Con la excepción de Francia, el resto de Europa no quiere saber nada de esta forma de generar electricidad barata y libre de emisiones. Ninguno de estos pruritos tiene el Gobierno ruso. Allí se extrae de la Tierra hasta la última brizna de gas y no se le ponen cortapisas a la energía nuclear.
Disponibilidad de gas
La electricidad rusa no llega hasta Europa, pero si su gas. Para Rusia el gas es una interesante fuente de ingresos y un arma geopolítica de primera magnitud. Hace dos semanas el embajador ruso en la Unión Europea, Vladimir Chizhov, sugirió que hay un vínculo entre el suministro de gas y el comportamiento de Europa, insinuando que la escasez de gas podría resolverse si Europa dejaba de tratar a Rusia como a un "adversario". Esto provocó un sonoro escándalo en Alemania, que es el país más dependiente del gas ruso. La Agencia Internacional de la Energía estimó en septiembre que Rusia podría hacer más para aumentar la disponibilidad de gas en Europa. Putin respondió airado asegurando que Gazprom ya ha enviado un 10% más gas a Europa este año que durante el mismo período en 2020.
Es posible que así sea, pero cabe preguntarse por qué Rusia no está bombeando más aprovechando la capacidad sobrante en los gasoductos ucranianos y su precio de mercado. Por ser más directos, ¿está Vladimir Putin reteniendo deliberadamente el gas? Si así fuese, ¿qué pretende con ello? Putin tiene tres objetivos que ya ha dejado claros a quien desea escucharle. El primero asegurarse de que Rusia tenga suficiente gas almacenado para el invierno, El segundo acabar con la oposición en Alemania al Nord Stream 2, y el tercero evitar los gasoductos ucranianos para que el Gobierno hostil de Volodímir Zelenski no ingrese tasas de tránsito y se vea debilitado.
Gazprom, que tiene el monopolio de las exportaciones de gas por gasoducto, se defendió diciendo que necesitaba recargar sus propias instalaciones
El verano pasado, los importadores europeos de gas advirtieron que Gazprom estaba reduciendo el bombeo a través del gasoducto Yamal-Europa que pasa por Bielorrusia y Polonia, y del Transgas que va por Ucrania y Eslovaquia. Gazprom, que tiene el monopolio de las exportaciones de gas por gasoducto, se defendió diciendo que necesitaba recargar sus propias instalaciones de almacenamiento, casi agotadas desde el invierno pasado.
En abril el inventario nacional de Gazprom estaba en el 16% cuando normalmente ronda entre el 35% y el 45% al llegar la primavera. Al igual que en Europa, el frío y el repunte de la producción industrial después de la desaceleración provocada por la pandemia habían fulminado las reservas. La compañía necesita bombear hasta 60.000 millones de metros cúbicos de gas, más de la mitad de lo que consumió Alemania en 2020, para mantener el suministro en Rusia de cara al próximo invierno. Gazprom ha priorizado reponer antes las reservas nacionales al tiempo que cumplía con sus obligaciones contractuales en Europa, pero sin entregar ni un metro cúbico adicional. Esto junto con la fuerte demanda asiática que ha llevado a los proveedores de gas natural licuado a desviar sus cargamentos allí, ha estrangulado el mercado europeo. Según el Gobierno ruso, Evgeny Grabchak sus depósitos estarán llenos a primeros de noviembre. Ahí es cuando Gazprom podría comenzar a desviar una cantidad significativa de gas a Europa.
Tasas a países de tránsito
Es en este punto donde la política entra en acción ya que hay varias rutas para bombear ese gas. Puede hacerlo por los gasoductos ucranianos o por los del Báltico. Putin no quiere enviar gas por Ucrania, lo ha dicho por activa y por pasiva. Tiene tres poderosas razones para hacerlo. La primera de orden económico. Si envía el gas directamente a Alemania no tiene que pagar tasas a los países de tránsito como Ucrania o Polonia. La segunda de orden político. Ni Ucrania ni Polonia están en buenos términos con el Kremlin. La tercera de orden empresarial. El Nord Stream 2 ya está finalizado y listo para entrar en operación, pero parte del Bundestag se opone a él, entre ellos Los Verdes, que podrían formar Gobierno con los socialdemócratas antes de que termine el año. Gazprom ya ha comenzado a llenar el gasoducto, algo que les llevará alrededor de un mes porque hay que introducir 1.500 millones de metros cúbicos de gas. A partir de ahí dependerá del Gobierno alemán que los 9.500 millones de euros invertidos en esta infraestructura sirvan para algo.
Que Rusia logre todos esos objetivos dependerá de las condiciones del mercado, de los vaivenes de la política europea y, por supuesto, del clima. Si el invierno viene frío y el gas empieza a escasear, Putin podrá salirse con la suya, pero a expensas de los bolsillos de los consumidores europeos que han terminado pagando la miopía de sus dirigentes.