Lo primero que ha hecho Alberto Núñez Feijóo, nada más tomar posesión de su despacho de presidente nacional del PP, ha sido elaborar, con la ayuda de “decenas de personas de la sociedad civil” –según declara en la carta que ha enviado a La Moncloa-, un documento que ha titulado “Plan de defensa de las familias y de la economía en España”. Se lo ha enviado a Sánchez y, en esa carta que lo acompaña le ofrece su colaboración y sus consejos para que el gobierno tome las medidas adecuadas para mejorar la situación económica de los españoles, que ahora, por citar sólo un dato, tenemos que afrontar una inflación interanual del 9,8%, récord absoluto de los últimos 30 años.
La medida más llamativa que propone Feijóo –y digo Feijóo y no el PP porque ni los militantes ni los dirigentes del PP han tenido que ver en la redacción del documento enviado- es la rebaja de impuestos. La respuesta inmediata –simple, vulgar y predecible- de los socialistas y sus socios comunistas y separatistas ha sido la de acusar al pobre Feijóo de querer desmontar el estado de bienestar.
El banquillo de los suplentes
Pero no voy a comentar los detalles del plan de Feijóo, que no parece que contenga ninguna medida radical y que es, simplemente, una colección de sencillos consejos de sentido común. No. Lo más significativo para mí, y en lo que quiero fijar mi atención es en que lo primero que ha hecho Feijóo como líder de la oposición ha sido reconocer al establishment, es decir, a los que mandan de verdad en España, que acepta para el PP el papel subsidiario que le tienen asignado desde siempre, que no es otro que el de acudir a salvar la economía cuando los socialistas fracasan estrepitosamente. Para, eso sí, volver al banquillo de los suplentes, en cuanto la han aseado un poco, porque según ese establishment ideológico-político en España sólo tienen derecho a gobernar los socialistas y los nacionalistas; con el PP de suplente, solo para emergencias de ruina económica.
Claro que la economía va mal. Pero hay otras cosas que van mucho peor en España y no hay que estrujarse mucho la cabeza para verlas: el desafío independentista; la educación, utilizada como arma ideológica por la coalición gobernante; el proyecto de la siniestra ley de la memoria democrática; la escandalosa diferencia que la ley otorga a los testimonios de las mujeres, que rompe con la imprescindible “igualdad de todos ante la ley”, que es clave en todo Estado de derecho; la ruptura de hecho del consenso constitucional; el desprecio continuado a la independencia judicial; la presencia de golpistas y filoterroristas en el CNI; la vulneración del derecho básico a ser educado en la lengua materna en un tercio de España. Y esto sólo es un rápido inventario de los inmensos problemas que este gobierno ha creado a los españoles, y que son mucho más graves para la convivencia y la estabilidad institucional de España que la inflación.
Si el proyecto estrella del nuevo presidente del PP es gestionar la política económica un poco mejor que Sánchez, y el resto de esos grandes problemas lo deja sin tocar, no sé quién va a tener ilusión por votarle.
Feijóo, acordándose quizás de aquel “economy, stupids!” que dicen que le sirvió a Bill Clinton para ganar las elecciones americana de 1992, ha creído que apelar a la economía es el mejor camino para llegar a La Moncloa. Puede ser, pero si eso ocurre tendríamos una versión repetida de la llegada de Mariano Rajoy en 2011, que fue consecuencia del desastre económico que había liado Zapatero -con la inestimable ayuda, eso sí, de personas teóricamente capaces como Pedro Solbes o Elena Salgado-. Lo que pasa es que, como brillantemente explica Marx en su introducción a “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, la historia se repite, pero como farsa, y no está claro que Sánchez vaya a ser tan torpe como lo fue su antecesor socialista. Además, si el proyecto estrella de Feijóo es gestionar la política económica un poco mejor que Sánchez, y el resto de esos grandes problemas lo deja sin tocar –como, por otra parte, hizo Rajoy con aquella extraordinaria mayoría absoluta del 2011-, no sé quién va a tener ilusión por votarle.
Rajoy fue un aseado contable y siguió aquel cínico consejo de Franco, el de “haga usted como yo, no se meta en política”. El resultado es que la derecha se fragmentó y Vox irrumpió con fuerza. Si Feijóo cree que lo que España necesita es un aseado contable, Vox seguirá creciendo y el marco político e ideológico español seguirá siendo cada vez más Frankenstein, es decir, más podemita-comunista-separatista. Su error será catastrófico. Y que no diga que no tiene delante el ejemplo de Isabel Díaz Ayuso, que, yendo de cara contra el establishment ideológico que nos asfixia, no sólo ganó en Madrid, sino que hizo que se la votara con ilusión, olvidando hasta que era del PP, ese partido que Casado y Egea estaban entonces descomponiendo con una torpeza sideral.
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