Tras conocerse el decepcionante dato del PIB del primer trimestre de este año, por fin el Gobierno ha actualizado el cuadro marco que, obligatoriamente, debía enviar a Bruselas antes del 30 de abril. En él se asume que las previsiones sobre las que se elaboraron los Presupuestos Generales del Estado de 2022 eran erróneas. Probablemente ya lo eran al hacerse, puesto que eran notablemente más optimistas que el consenso de los análisis independientes, pero la invasión rusa de Ucrania es la excusa perfecta para justificar aquel fallo. Precisamente porque no sabemos cuánto durará el conflicto ni sus consecuencias tampoco hay que darle demasiada importancia a lo que se prevé hoy, aunque es conveniente resaltar algunos puntos.
Por una vez, nuestro Gobierno no es más optimista que el consenso, rebajando las del FMI de hace unos días. Reconoce que espera un crecimiento en 2022 menor al de 2021 y con una subida de los precios que supera ampliamente el avance del PIB. Por un lado, que este año en el que entra el grueso del dinero europeo y en el que se espera que la cifra de turistas se asemeje mucho a la de 2019 se crezca menos que el año pasado, no parece buena señal pero por otro, estamos hablando de una economía que crecerá en torno al 4%, y con una tasa de paro históricamente muy baja para los números que estamos acostumbrados a padecer en nuestro país. Esa es la extraña situación en la que vivimos los españoles de a pie: no notamos una crisis como eran las anteriores, puesto que no hay destrucción de empleo y hay dinamismo económico pero, por otro, el dinero cada vez nos cunde menos.
Que ello implique un menor consumo puede significar que los ingresos empresariales caigan y por tanto dejen de contratar e incluso prescindan de trabajadores y entonces sí que veremos una crisis como las que conocemos. Si las familias siguen tirando de ahorros y mantienen el gasto, unido a la fuerte inversión pública gracias al dinero europeo, viviremos un 2022 con muchos miedos pero un crecimiento más que aceptable. No obstante, si nos fijamos en este gráfico comparando las grandes economías europeas, e incluyendo la previsión para el PIB de este año realizada por el FMI, es evidente que España se queda atrás
Se puede comprobar que otras economías han recuperado el nivel prepandemia, algo para lo que nosotros tendremos que esperar a 2023. Las excusas de este peor comportamiento suelen ser que en nuestro país el turismo es muy importante y el virus lo hundió en 2020 y no se recuperó lo bastante en 2021, pero su importancia es similar en Italia, e incluso superior en Grecia, y ellos lo han hecho mejor. Tampoco hay una explicación a por qué tenemos un nivel de IPC tan alto, de casi el doble que Portugal. Es más, si hacemos el mismo gráfico que antes pero desde la recesión anterior, resulta que también estamos en cola, aunque peor le fue a Italia en cuanto a crecimiento:
La burbuja inmobiliaria y la posterior crisis del euro nos afectó mucho, es cierto, pero es curioso que a otros países que fueron rescatados (Irlanda es el ejemplo más sonado) les ha ido mejor que a nosotros. Todo esto con un nivel de desempleo claramente superior a la media de la Eurozona. Y quizás lo peor es que en 2007 España, con un PIB de un billón de euros de tamaño, debía de deuda pública algo menos de 400 mil millones (en torno a un 40% del PIB) y ahora, con un PIB de 1,2 billones debe casi 1,5 billones (120% del PIB). Eso nos ha hecho cada vez más dependientes de las acciones que toma BCE. El encarecimiento del dinero y el fin de las macro inyecciones de liquidez de nuestro banco central, algo que puede ocurrir en los próximos meses, suponen una sombra enorme para las cuentas públicas españolas. Todo esto debido a una mala gestión económica de nuestros gobiernos que llevan, desde 2008, acumulando déficit presupuestarios año tras año; es decir, nos gobiernan manirrotos que por sistema gastan más de lo que ingresan. Y eso que estamos en máximos históricos de recaudación fiscal.
Lo más triste es que el milagro económico español existe y es especialmente relevante desde que el país ingresó en la UE en 1986. Incluso con todo lo mal que han ido las cosas desde la crisis de 2008 en comparación a nuestros vecinos, aún hoy, como podemos comprobar en este siguiente gráfico, somos los que más hemos crecido de las grandes economías del continente, destacando mucho sobre Italia que es la economía de las grandes más similar a la nuestra, y que además tiene más deuda pública que España:
En resumen, España ha ido muy bien en crecimiento, muy mal en tasa de paro y, desde 2008, tenemos una propensión a que nuestros gobiernos gasten mucho más de lo que ingresan por lo que la deuda pública se ha disparado muy rápidamente a niveles muy peligrosos, y que pueden ser aún más graves si, como parece, se reduce el, hasta ahora, muy generoso apoyo de BCE. Por otra parte, tenemos un problema de envejecimiento poblacional que, unido al enorme gasto en pensiones y en cuidados médicos, está condenando a la Seguridad Social a un déficit crónico de muy difícil solución. Como además el próximo año hay elecciones generales, es casi seguro que no se tomarán medidas impopulares, aunque sean necesarias. Y a más corto plazo tenemos el problema, global pero claramente agravado en España, de la alta inflación.
Todo esto en medio de un contexto internacional complicado, con una guerra en Europa, hospitalizaciones por coronavirus crecientes, problemas de confinamientos en China, un acaída del PIB estadounidense -el motor económico mundial- en el primer trimestre y unos mercados que han empezado a corregir con mucha brusquedad las bajísimas rentabilidades de la deuda y con cierta notoriedad los altos niveles de muchas cotizadas. Es decir, que no estamos en crisis, pero nos ronda.
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