La deuda pública española ha crecido entre finales de 2007 y el cierre del primer semestre de 2022 un 284%. Es decir, casi se ha multiplicado por cuatro. Sin embargo, el PIB apenas lo ha hecho en igual periodo un 18%. En cifras absolutas, mientras la Nación ha incrementado su producción en 195.000 millones de euros, el endeudamiento público lo ha hecho en 1,1 billones de euros o, lo que es lo mismo, ha sido 5,65 veces superior. Estas cifras, así expuestas, resultan aterradoras.
Primero, por lo que parece menos evidente: si el déficit es una manera de impulsar la economía, como sostienen algunos, ¿es necesario endeudar al Estado tanto para un crecimiento tan exiguo? ¿O más bien habría que preguntarse lo contrario? Es decir: ¿no será este desmesurado crecimiento del gasto público lo que está impidiendo el crecimiento?
Segundo, por lo que primero se nos viene a la cabeza: los gastos financieros. ¿Cuánto estamos pagando, cuanto destinamos del gasto público, al pago de los intereses de esta inmensa bola de nieve?
Si los tipos se hubieran quedado en todos los plazos al 0% para siempre, como estaban las nuevas emisiones a finales de 2020, bien podríamos haber dejado vencer la deuda y renovarla hasta el infinito
Los gastos financieros pagados por la deuda, sin embargo, no han crecido tanto desde diciembre de 2007. Al cierre de 2022 lo habrán hecho en un 89%, respecto de dicha fecha, y venían cayendo desde los máximos de 2013. Así, desde 2013, mientras que la deuda habría crecido un 44%, los intereses para atenderla habrían caído casi un 22%. Hemos venido pagando cada vez menos por estar cada vez más endeudados. Si los tipos se hubieran quedado en todos los plazos al 0% para siempre, como estaban las nuevas emisiones a finales de 2020, bien podríamos haber dejado vencer la deuda y renovarla hasta el infinito en importe y plazo porque nunca tendríamos que pagar intereses. ¡El paraíso de la política! Un paraíso donde podríamos financiar todo el gasto sin cobrar impuestos a base de emitir deuda que no paga intereses y se puede ir renovando. Consumir sin trabajar. Un sinsentido.
Pero el paraíso parece que ha comenzado a tocar a su fin. Los tipos subieron, utilizaremos la referencia del bono a diez años, un 0,4% durante 2021 y en lo que va de año lo han hecho en un 3%. Los presupuestos de 2023 ya pronostican una subida de 1.101 millones de euros en la partida de gastos financieros: 31.372 millones de euros de intereses en 2023 frente a 30.271 millones de euros en 2022. ¡Poco me parece!, que diría el alcalde de Madrid, pero los números serán esos. ¿Y cómo es posible?
El Tesoro lleva muchos ejercicios alargando ese plazo medio emitiendo bonos a plazos largos, aunque los tipos fueran más altos, para asegurarse durante más tiempo el coste de la financiación
Es posible porque el Tesoro (nunca me cansaré en decir que es el segundo mejor servicio público de España tras la Guardia Civil) ha ido alargando el vencimiento de la deuda de modo que las subidas de tipos no impactan de manera inmediata en las cuentas públicas. Al fin y al cabo, si usted está endeudado a tipo fijo no le importan las subidas de tipos hasta el vencimiento de la deuda. Y el Estado está endeudado a un plazo medio, que alcanzó su máximo en abril de este año, de 8,15 años. Eso supone que las subidas sólo le preocupan por la parte de deuda que vence y ha de renovar cada año y por la nueva, la que financia el déficit público, que debe emitir. El Tesoro lleva muchos ejercicios alargando ese plazo medio emitiendo bonos a plazos largos, aunque los tipos fueran más altos, para asegurarse durante más tiempo el coste de la financiación. Pero, además, ocurre que las renovaciones últimas se han hecho a tipos más bajos que los que soportaban los importes que iban venciendo a pesar de las subidas de tipos. ¿Y eso cómo es posible?
Pues ha sido posible porque la deuda que ha ido venciendo este año de 2022 estaba emitida en plazo medio en 2015. El coste medio de las emisiones en 2015 era del 3,1%, mientras que las últimas renovaciones se han hecho (septiembre y máximo anual de 2022) a un tipo medio de 2,3%. Es decir, las renovaciones ahorraban un 0,8% de intereses u otra forma de verlo: un bono a diez años emitido en 2012 habría estado pagando todos estos años un 5,8% pero al renovarlo el pasado mes de septiembre habría comenzado a pagar sólo un 2,8%. Así se explica por qué la fuerte y rápida subida de los tipos de interés en 2022 no impacta de igual modo en los gastos financieros del 2023 a pesar del incremento de la deuda que supone el déficit.
En el caso de los bonos que venzan en 2024 de plazos inferiores a diez años este efecto de sustitución será más fuerte aún, porque se emitieron a tipos mucho más inferiores que los actuales
Sin embargo, esto ya no seguirá siendo así porque en 2013 y 2014 los tipos ya cayeron fuertemente. Las emisiones a diez años de 2014 ya se hicieron a finales de ese año a tipos inferiores a los actuales. Es decir: las renovaciones en 2024 serán más caras. En el caso de los bonos que venzan en 2024 de plazos inferiores a diez años este efecto de sustitución será más fuerte aún, porque se emitieron a tipos mucho más inferiores que los actuales. Es decir: en 2024 la partida de gastos financieros subirá bastante más que esos 1.101 millones que va a experimentar en 2023. Y de mantenerse los tipos actuales unos pocos años (¿4 o 5?) los gastos financieros crecerán rápida y aceleradamente por el efecto sustitución que hasta ahora nos ha protegido: la deuda que vaya venciendo dejará de pagar tipos mucho más bajos que la nueva y la diferencia entre ambos tipos, el nuevo y el viejo, será cada vez mayor.
El Tesoro ha comenzado a rebajar el plazo medio de vencimiento de la deuda. Ahora es de 7,91 años. No sabemos si como un modo de abaratar la que se nos viene encima (siempre se paga menos por plazos más cortos) o porque espera que este nuevo escenario de tipos no se mantenga muchos años y aspira a un nuevo efecto sustitución a la baja, en lugar de al alza como el que comenzamos a sufrir. De hecho, el tipo de interés medio de la deuda en circulación viene subiendo desde su mínimo histórico en marzo de este año.
En cualquier caso, de mantenerse los tipos actuales durante un quinquenio bien podríamos irnos a los 40.000 millones de gastos financieros anuales, si no más. Una auténtica losa para el que venga detrás.
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