Lo suyo sería titular “morir matando”, pero me faltó valor. La referencia a la muerte está demasiado ligada al crimen y de momento no corre la sangre ni matan a nadie que no sea de manera simbólica. Lo cual no obsta para que tengamos ante nosotros cadáveres llenos de vida, que bailan, gritan y se inventan lo inimaginable para hacer ver que aún sobreviven. Las elecciones en Andalucía han disparado todas las alarmas y hemos de afrontar un tiempo en el que todo se convertirá en una guerra a contrarreloj, sin piedad y a conciencia. Algo parecido a contemplar como Jean Paul Belmondo echa a correr sus últimos metros en aquel filme inolvidable de Godard.
Saben que van a perder y les queda la conciencia de esos últimos metros para escapar a lo que nadie duda que es su destino. Será un año y pocos meses de carrera en la que no hay que dárselas de adivino para asegurar que se va a utilizar todo lo que esté a mano para conjurar la derrota. Ya ha empezado. Ni Maquiavelo, ni Marx, ni hostias viejunas. El espíritu que domina los tiempos lo marcan los Corleone o su variante más siniestra de Totò Riina; sin sangre pero con empeño. ¿El baile de los cinco valencianos -¡y valencianas!- sobre el siniestro asunto de una menor maltratada, acaso no parece una escena del “Accattone” de Pasolini? Les da una higa lo que puedan pensar los ajenos a “la familia”, siempre que se seamos conscientes de que “si tocan a una, nos tocan a todos”.
Una operación de la extrema derecha. Jodidos estamos si negamos a un reaccionario el derecho a denunciar, porque ese es el principio de “la tiranía de los nuestros”, de la que está cargada la historia. Pero lo más grave es que los mafiosillos con aire fallero aleguen los orígenes de una denuncia, recogida por una jueza de inequívoca trayectoria progresista, para blindar su impunidad. El jarabe democrático en dosis que atragantan. Como el idioma se ha ido reblandeciendo hay que recuperar el valor que tenía decir “sin vergüenza” y no simplificarlo en el “sinvergüenza”, tan deteriorado. Ni Oltra ni sus secuaces son otra cosa que gente “sin vergüenza”, porque de tenerla sencillamente hubiera dimitido a la espera de una investigación y evitando el “daño reputacional” -ahora se dice así- que ha causado en todo lo que rodea su desvergüenza. El 7 de julio la simple operación de “Sumar” de las Chicas de Oro tendrá una partida que descuenta.
Como las abejas van al panal así se lanzaron a defender una causa sórdida en la que se metió la arrogancia sumada a la indignidad. Mezclaron la miel del poder con la mierda de sus ambiciones y el resultado es un producto que ni huele bien ni es apto para estómagos sencillos. Aún no había salido a la luz el bebé de diseño de Yolanda Díaz y a la primera de cambio se empotra en una Falla jaleando fuego. Quizá sea el destino de esta izquierda sin vergüenza, ni historia, ni mochilas, pero con demasiado jarabe espesado por la irresistible levedad de hacer política como quien escribe un twit o maneja una tertulia.
La factoría Sánchez está en otra guerra, la de verdad, y con armas propias, letales. Como si hubiera gritado “todos a sus puestos de combate” debemos de ser conscientes de que esto va en serio y no de “cucadas” de damas sin destino y con funcionariado de por vida. Ha nacido una nueva clase política y es de mujeres; nos atrevamos o no a decirlo. Y lo desazonador no es el género, por supuesto, sino el caso. “Lo más revolucionario que podemos hacer las mujeres es hablar entre nosotras y cuidarnos”. El enunciado es una muestra de que la estupidez no es monopolio de “los señoros”. La idea hubiera disgustado a nuestras abuelas que entre sofoco y sofoco quizá llamarían a hacer algo más allá del encaje de bolillos con la lengua. En el fondo una humillación para las mujeres que trabajan sin subsidio público y se miman poco.
La factoría Sánchez no está para frases como la de Aina Vidal dedicada a Mónica Oltra: “me faltan brazos para abrazarte”. Y no porque conozca y desprecie esta deleznable literatura de señoritas del XVIII si no porque los brazos que necesita están para ahogar al adversario. El martes, José Félix Tezanos presentó ante “la familia” su biografía del patrón, que lleva el ambivalente subtítulo de “Había partido”; ¿de fútbol o político? Tezanos, como estadístico y como teórico, da plano, pero es un termómetro para las calenturas del partido. Fue arrebatado guerrista, palanganero con Solchaga, beato de monseñor Rubalcaba, y apóstol siempre de González, el muñidor intocable. Se adaptó como un guante a Zapatero y al Gran Pedro se le hizo imprescindible como amanuense con fondos públicos bajo las siglas del CIS. Hay que observarle cuando amenazan tormentas.
La guerra necesita mandos de una pieza, aunque sea de piedra u hormigón. Es la misión de Adriana Lastra. Siempre ha hecho lo mismo, detestar al adversario con esa pasión que construyen los mediocres para aspirar a codearse con el padrino. Preparémonos porque es implacable en sus odios y veleidosa en sus quereres; la timidez de los inseguros. No conoce otra cosa que el PSOE. En él se fue desasnando y se hizo mayor porque nadie era capaz de condensar tanto fervor y tan aviesas intenciones. Es asturiana de Ribadesella; su único mundo conocido: un puerto chungo, un río desfondado y una cueva prehistórica. No sabe reír y cuando lo intenta remeda al chacal. Condensa el futuro de un partido en pleno descenso a los infiernos de la marginalidad. No tiene ideas, porque para su función constituirían un menoscabo a la furia. Hasta ahora no era conocida salvo por sus palabras arrebatadas en la pequeña Sicilia del socialismo asturiano. Pero no minusvaloren su capacidad de ofender. A Zapatero, sus compañeros en León, le consideraban un chiquilicuatre.
Las guerras pueden hacer de un cabo un mariscal. Era el señuelo que esparcía Napoleón entre sus servidores. Pero ni estamos en tiempos del Imperio, ni los mariscales alcanzan a oficiales de complemento, ni los enemigos forman un ejército uniformado a la prusiana. Son tiempos líquidos. De momento el jefe, acorralado y sin crédito, se prepara a extender un cheque para millones de hogares. A falta de “la oferta que no podrás rechazar”, hay que contentarse con el “Perón, qué grande sós”. Es el comienzo para conjurar la derrota.
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