A principios de este mes, el Gobierno alemán anunció que eliminaba un subsidio sobre el gasoil del que los agricultores disfrutan desde hace muchos años. El subsidio supone una rebaja de 21 céntimos por litro de combustible, es decir, si de promedio el litro de gasoil suele costar 1,7 euros, se les quedaba en torno a un euro y medio. La maquinaria agrícola como los motocultores, los tractores o las cosechadoras se mueven con motores diésel, así que esta gente es consumidora intensiva y cualquier descuento por pequeño que sea se multiplica automáticamente y se transforma en un ahorro considerable. El subsidio al gasóleo supone para el agricultor medio alemán un ahorro de entre 1.500 y 2.000 euros mensuales. No es mucho, pero todo suma, más aún cuando el gasoil se puso por las nubes el año pasado con motivo de la guerra de Ucrania y la inflación lleva más de dos años disparada.
El Gobierno retiró el subsidio porque está metido en pleno plan de ajustes postpandémicos. A finales de 2023 el tribunal constitucional alemán dictaminó que un paquete de 60.000 millones de euros que sobraba del plan de recuperación de la pandemia no se podía emplear. Eso fue un varapalo para el Gobierno, que contaba con ese dinero y ya había presupuestado el gasto. Eso les ha dejado un agujero en las cuentas de 17.000 millones de euros y Scholz no ve la manera de taparlo cuanto antes. A diferencia de otros gobiernos como el español, los alemanes se toman muy en serio la estabilidad presupuestaria. Si no hay dinero suelen dejar de gastar en lugar de engrosar aún más la deuda pública.
Dentro de ese plan de recortes el subsidio al gasoil estaba de los primeros de la lista. Es un subsidio polémico. A Los Verdes no les gusta porque implica subsidiar un combustible fósil, que es precisamente lo que quieren eliminar. A los liberales tampoco les gusta porque de forma genérica no son partidarios de los subsidios. Scholz gobierna con verdes y liberales así que la cosa parecía sencilla: suprimía el subsidio, ahorraba 440 millones este año y satisfacía los deseos de sus socios. Parecía sencillo, pero no lo fue en absoluto. Tan pronto como lo anunció, las asociaciones de agricultores que orbitan en torno a la Deutscher Bauernverband pusieron el grito en el cielo y amenazaron con movilizaciones. Scholz reculó y les prometió que no lo haría de golpe, sino que lo iría reduciendo gradualmente en un plazo de tres años. Pero de nada sirvió. El campo ya estaba en pie de guerra por otras razones y los líderes campesinos utilizaron esto del subsidio al gasoil como mecha.
Acusaron a Scholz de cruzarse de brazos mientras se muere el campo alemán y se dirigieron directamente a los alemanes tratando de convencerles de que por este camino no van a ningún sitio
Durante todo el mes las carreteras y calles de las ciudades alemanas se han llenado de tractores, que suele ser el arma empleada por los agricultores cuando se quieren hacer visibles. Realizaron cortes y se manifestaron por pueblos y ciudades, incluyendo algunas grandes como Múnich, Hamburgo y Berlín. La noticia abrió los noticieros de toda Europa y puso sobre el tapete un descontento que estaba ahí, pero que nadie conocía. Los agricultores se quejaban de que cada vez está todo más caro y que la agenda medioambiental del Gobierno está acabando con ellos. Acusaron a Scholz de cruzarse de brazos mientras se muere el campo alemán y se dirigieron directamente a los alemanes tratando de convencerles de que por este camino no van a ningún sitio.
El hecho es que los agricultores alemanes son pocos y no precisamente pobres. Hay menos de 300.000 en un país de 83 millones de habitantes y el ingreso promedio de un agricultor alemán a tiempo completo es de unos 82.000 euros al año, muy por encima del salario medio alemán, que está en 49.000 euros al año. Una porción considerable de esos ingresos (aproximadamente la mitad) proviene de subsidios a la agricultura, que se entregan por hectárea. Las explotaciones agrarias alemanas son grandes porque están muy tecnificadas. Gracias a la maquinaria y los avances en agronomía un solo agricultor atiende muchas hectáreas de terreno. Los que la semana pasada decían que esto era una reedición de la guerra de los campesinos de la Alemania de 1520 no andaban muy atinados. Aquella guerra se produjo porque los campesinos del sur del Sacro Imperio malvivían en condiciones de mera subsistencia acogotados por las exigencias de los señores. Nada que ver con lo que hay ahora.
El grueso de los subsidios proviene de la PAC, la Política Agraria Común de la Unión Europea, que asignó a los agricultores alemanes alrededor de 7.000 millones de euros en 2023. El gobierno alemán aportó otros 6.000 millones de euros. Pero eso no es todo. Las dos últimas cosechas en Alemania han sido especialmente buenas. El sector agrícola disparó sus ingresos un 30% en 2022 y 2023. Eso se debe a que el clima ha sido benigno (Alemania es extraordinariamente fértil porque sus suelos son muy ricos y no falta el agua) y a que los agricultores alemanes están bien formados, cuentan con maquinaria moderna y, por lo tanto, son muy productivos.
Los alemanes perciben estancamiento económico y esa percepción no está desencaminada. La primera economía europea se contrajo el año pasado un 0,3% y el futuro no pinta bien
Hambre, como vemos, no están pasando, pero la Deutscher Bauernverband es de talante conservador y muy afín al CDU. No resultaba extraño ver en la manifestación de Múnich al presidente de Baviera, el socialcristiano Markus Söder, subir al escenario principal y transmitirles su apoyo. El CDU perdió la cancillería hace ya dos años y trata de reconstruir su base de votantes, que está seriamente amenazada por AfD, que tiene expectativas de voto del orden del 22-23%, solo 7 u 8 puntos por debajo del CDU y muy por encima del SPD, cuya esperanza de voto hoy ronda el 14-15%. En las federales de 2021 el SPD obtuvo el 25% y AfD el 10%. Los democristianos no quieren perder el primer puesto y que eso les dé la oportunidad de gobernar tras las elecciones de 2025.
El descontento hacia el Gobierno Scholz está muy extendido. Los alemanes perciben estancamiento económico y esa percepción no está desencaminada. La primera economía europea se contrajo el año pasado un 0,3% y el futuro no pinta bien. Las exportaciones no funcionan como deberían y eso en parte es a causa del enfriamiento de la economía china y de la de la zona euro, que son los dos principales mercados para la industria alemana. Los tipos de interés han subido, están en el 4,5% desde septiembre del año pasado (el punto más alto desde 2001), la energía es muy cara y el comercio global atraviesa algunos problemas. Entretanto el país se ha embarcado en una costosa transición energética que no es del gusto de todos y que está metiendo mucha presión a algunas industrias importantes como la del automóvil.
El resultado final es ese estancamiento, que no es algo del año pasado ni del anterior. Desde 2017 el PIB alemán ha crecido sólo un 1% frente al 13% que en el mismo periodo creció la economía estadounidense. La cuestión es que, aunque se ha incrementado ligeramente el desempleo y hay más inmigrantes que nunca, las empresas se quejan de que les falta mano de obra, algo que se deja sentir directamente en la inflación. Los precios ya no suben como hace año y medio, pero siguen siendo muy altos. Todavía el año pasado hubo varios meses con inflaciones interanuales superiores al 8% y a finales de 2022 se fue por encima del 10%. Desde mediados del año pasado se ha conseguido controlar esos incrementos tan grandes en el índice de precios (el año cerró con un 3,7%), pero eso los alemanes lo llevan fatal ya que les recuerda uno de los episodios más dolorosos de su historia reciente: la hiperinflación de los años veinte que machacó a la república de Weimar y trajo en volandas al partido nazi poco después.
El malestar de buena parte de la sociedad alemana está muy extendido y su desencanto perfectamente explicable. Lo de los agricultores no ha sido más que un síntoma de que muchas cosas no funcionan. Perciben que la amenaza de la desindustrialización es real y que eso se notará en su nivel de vida. A ello no son ajenos los apuros que atraviesa la industria automovilística que lucha en dos frentes: por un lado, la competencia de los vehículos eléctricos chinos y de los Tesla estadounidenses, por otro la descarbonización a marchas forzadas que impulsa el Gobierno.
La semana pasada el Bundestag aprobó la ley de mejora de la repatriación, que dará más poderes a la policía para retener a los inmigrantes que han pedido asilo y esperan a que las autoridades se lo concedan
Contra lo primero poco pueden hacer, pero de lo segundo culpan a Scholz. Su popularidad está por los suelos en torno al 20%. Las razones de esta desafección hacia un canciller que lleva poco más de dos años en el cargo pero que está desgastado como si llevase quince, son fundamentalmente dos: la decisión del gobierno de acelerar la agenda de transición ecológica, y la incapacidad para frenar el fuerte incremento de inmigrantes ilegales. Lo primero es intocable. A lo segundo ya le están metiendo mano, pero con suavidad. La semana pasada el Bundestag aprobó la ley de mejora de la repatriación, que dará más poderes a la policía para retener a los inmigrantes que han pedido asilo y esperan a que las autoridades se lo concedan. La policía podía retenerles 10 días, ahora serán 28. Los agentes también podrán buscar a quienes su asilo ha sido rechazado y proceder a la deportación. Eso antes era difícil porque se refugiaban en pisos compartidos a los que la policía no podía acceder. Estas dos eran exigencias del CDU y AfD desde hace tiempo a las que el Gobierno ha tenido que acceder. Le han llevado a su terreno y ahí siempre tienen las de ganar.
Para los dos partidos de la derecha el malestar actual es un regalo y pretenden que Scholz se vaya cociendo a fuego lento hasta las elecciones, que serán dentro de un año y nueve meses. Eso implica sumarse a cualquier movimiento que desgaste a Scholz. El de los agricultores es uno más, ni siquiera el más importante, pero si muy visible y ruidoso. El tiempo corre a su favor, tan sólo tienen que aprovechar esta ventana que se les ha abierto y que podría llevarles a la cancillería de aquí a menos de dos años.
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