Opinión

El hijab y la libertad

La obligatoriedad del hijab es la más simbólica y relevante para el régimen iraní, un asunto de Estado, y, por lo tanto, algo fundamental para su supervivencia

El crimen de Mahsa Amini, la joven iraní fallecida hace tres semanas tras ser detenida por la policía religiosa en Teherán por llevar mal puesto el velo, ha desatado una oleada de protestas que amenazan al régimen teocrático del presidente Ebrahim Raisi y del anciano líder supremo Ali Jamenei, heredero de Jomeini. Las protestas democráticas están tratando de ser sofocadas por el régimen con mano de hierro, violenta respuesta que ya ha provocado centenares de muertos y miles de detenidos. Sin embargo, es posiblemente cuestión de tiempo que la democracia se abra paso en Irán y, con ella, la recuperación de las libertades públicas y, como consecuencia de ello, el fin de la obligatoriedad de que las mujeres lleven el hijab, entre otras imposiciones inaceptables. Así suelen ser las cosas: una nueva injusticia que colma el vaso de las injusticias desata una oleada de protestas que son tratadas de ser aplastadas por el régimen tiránico de turno que, desesperado, comete sus últimos crímenes. A continuación, el régimen se torna insostenible, se desmorona y se abre paso la democracia, que luchará por consolidarse.

El hijab es el único tipo de velo obligatorio en Irán, dictadura teocrática que convierte en obligatorios todos los postulados reales o imaginarios del Islam, sin que ninguno de ellos pueda ser discutido por ninguno de sus súbditos, ya sea la prohibición de beber alcohol, no poder escuchar determinado tipo de música o la obligatoriedad de que las mujeres de los creyentes vayan cubiertas por un manto, cuyo incumplimiento se castiga con setenta latigazos la primera vez y la cárcel en caso de reincidencia. Los postulados del Islam son ley en Irán y no se discuten; por ello es una dictadura teocrática, sin separación entre religión y Estado, con el agravante de que en este caso la religión que se impone es el Islam en su versión más extrema, una de las más prohibicionistas para las libertades públicas y una de las más violentas contra las mujeres, carentes de derechos y de autonomía personal y vital por el hecho de serlo. 

Se acumulan los motivos para que los súbditos iraníes continúen las protestas y se sigan enfrentando a sus verdugos para lograr convertirse en auténticos ciudadanos

No es el único sector de la población que vive especialmente acosado; personas LGTBI, activistas de los derechos humanos y contra la pena de muerte, minorías étnicas y religiosas y, en general, todo aquel que no se someta en silencio y dócilmente a los imperativos de la teocracia son también perseguidos, encarcelados, torturados y, llegado el caso, ejecutados. A las vulneraciones habituales de los derechos humanos y a la ausencia de libertades que sufre la población desde la revolución islámica de Jomeini de 1979 y el derrocamiento del Sha, se ha añadido en los últimos tiempos una fuerte crisis económica, una alta inflación, un incremento de la pobreza y una corrupción gigantesca de sus dirigentes. Se acumulan los motivos para que los súbditos iraníes continúen las protestas y se sigan enfrentando a sus verdugos para lograr convertirse en auténticos ciudadanos. Ver a hombres y mujeres luchar conjuntamente por recuperar los derechos que nunca tuvieron emociona y nos conmina a ayudarlos.

La comunidad internacional parece estar reaccionando con mayor rotundidad que en ocasiones anteriores y que ante otros gobiernos totalitarios de otras partes del mundo. Es la eterna disyuntiva entre intervenir o no hacerlo en cuestiones supuestamente internas de otros países, aunque la cuestión esencial es cómo hacerlo allí donde se pisotean gravemente los derechos humanos, de tal modo que ayudemos a la población que sufre la satrapía de turno y ayudemos a acelerar los procesos democráticos. Frente a los pusilánimes y los equidistantes que anteponen la supuesta estabilidad de determinadas zonas del planeta y el mantenimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales con quienes vulneran cruelmente los derechos humanos, existe la opción de ser proactivo y defender los principios democráticos y las libertades públicas. El secretario general de Naciones Unidas se ha expresado con contundencia pero es insuficiente.

Hay que impedir por todos los medios a nuestro alcance que se obligue a las mujeres a llevar el hijab y perseguir y castigar a los fanáticos

Desde Occidente debemos acompañar a la revolución democrática iraní para que alcance más pronto que tarde el poder, se abra paso la democracia y se garantice la laicidad del Estado. En nuestro territorio, debemos ser contundentes en la defensa de nuestros principios, negándonos a mantener ningún tipo de relación con dictaduras que vulneran cruelmente los derechos humanos, persiguen a los homosexuales, atentan contra las minorías étnicas y religiosas y denigran a las mujeres. Debemos negarnos a normalizar situaciones inaceptables y a hacer algo que legitime el régimen o no ayude a que se abra paso la democracia; y, en lo práctico, garantizar que en suelo europeo u occidental ninguna mujer lleve el velo obligada por su marido y facilitarles que denuncien semejante atropello o cualquier otro allí donde se produzca, aunque sin caer en el error de prohibirlo, dado que hay mujeres que voluntariamente lo llevan, por las razones que sean, por muy inexplicable e incomprensible que a nosotros nos parezca. No hay que prohibir el uso libre de una prenda porque en determinados lugares su uso sea obligatorio. Obviamente, hay que impedir por todos los medios a nuestro alcance que se obligue a las mujeres a llevar el hijab y perseguir y castigar a los fanáticos, pero no puede prohibirse llevarlo a las mujeres que libremente quieran llevarlo. Y digo libremente. Y, mientras tanto, ayudar a que esos países se democraticen.   

Entre tantas vulneraciones de derechos humanos, la obligatoriedad del hijab es la más simbólica y relevante para el régimen iraní, un asunto de Estado, y, por lo tanto, algo fundamental para su supervivencia, de ahí que haya respondido con tanta contundencia ante las protestas; saben que, caída esta imposición, caerían otras y con ellas el propio régimen dictatorial y teocrático. De ahí la importancia de las protestas. En todo caso, el objetivo último no debe ser acabar solo con la imposición concreta del hijab sino con todas las imposiciones.   

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