Antes de que España se humillara pactando el Gobierno con delincuentes, llevando al poder analfabetos consuetudinarios como Colau, Montero,Yolanda Díaz, Belarra y toda una piara de antiespañoles racistas, ya el espíritu tribal colonizaba espacios de autoridad mediante un proceso de desnaturalización de lo español, lento, pero constante. Esto condena a los ciudadanos españoles libres e iguales y a la misma nación española (la única nación que hay en España) a su vaciado primero, y posteriormente, a la desaparición.
Semejante perversión no hubiera sido posible sin décadas de complicidad del bipartidismo con los traidores tribales, que convertían los poderes otorgados por los españoles libres e iguales en tumores que pudrían el cuerpo de la españolidad, llevándolo al estado terminal que padece.
Esta fase terminal en que se halla la democracia española nunca se hubiera alcanzado sin la estúpida, irresponsable y oportunista cesión de la educación pública a los tribales. La educación pública en los feudos tribales se convirtió en una fábrica de “patriotas” y de “ciudadanos” regionales. Cuando un joven “catalán”, es el caso que mejor conozco, entra en el sistema de enseñanza pública, ya está perdido. Perdido para la España de ciudadanos libres e iguales. En esas escuelas los convertirán en catalanes primero, y aprenderán a sentirse superiores a sus compatriotas del resto de España. Saldrán de ese sistema escolar tribalizados. Tribalizados, y burros, en todo lo referente a la verdadera Historia de su país, España (el único país que hay en España). Y no sólo ignorarán o tendrá unos conocimientos tergiversados o completamente falsos de esa Historia, ni siquiera conocerán la Geografía de su país. Amén de que, en muchos casos, “dominan” el español al nivel de Tarzán, o la mona Chita.
Yo he escuchado a niños españoles nacidos en Cataluña (doce años, más o menos) insultar a un compañero de clases gritándole ¡español!
Hoy España es un país lleno de ciudadanos de países inventados que juegan un papel crucial en la metástasis tribal que sufre España. Yo he escuchado a niños españoles nacidos en Cataluña (doce años, más o menos) insultar a un compañero de clases gritándole ¡español! Esto describe de manera inapelable el tumor que corroe a la España de ciudadanos libres e iguales. Todo, fruto de la famosa Transición y, concluida esta, gracias a la permisividad, la corrupción y el financiamiento de los traidores partidos del bipartidismo, PP y PSOE.
Me divierto mucho con lo del consenso del 78. ¡Que no se rompa el consenso! ¡Recuperemos el consenso! ¡Quieren romper el consenso! Pero. Qué consenso. Se cedió a las tribus, desde el principio, lo suficiente para erradicar la igualdad de los españoles. Y se sentaron las bases del proceso de desespañolización. Qué consenso. ¿Cómo pagaron las dos principales tribus el supuesto consenso alcanzado? Una de ellas, asesinando en nombre de la Patria Etarra y convirtiendo esa región de España en uno de los lugares más abyectos del planeta. Y la otra, programando en las escuelas, en las instituciones y en la sociedad en general, la desespañolización de España. ¡Y todo eso mientras el jefe de la tribu robaba descaradamente cientos, miles de millones de euros, y nadie se atrevía, ni se atreve aún, a meterlo en la cárcel!
El llamado consenso del 78 es lo que nos ha traído hasta la España tribalizada y desespañolizada de hoy. ¿Preservar ese consenso? ¿Recuperarlo? No me hagan reír. La “paz” y el “consenso” han durado hasta que las tribus catalana y vasca se sintieron lo suficientemente fuertes para pasar a la segunda fase del supuesto consenso: desmembrar España.
Las grandes culturas, como la española, son acogedoras, maternas y centrífugas (mírenme a mí, español de Cuba), y su poder igualador está por encima de las particularidades geográficas o históricas
Las pequeñas culturas regionales, sentimentales y folclóricas, son por naturaleza centrípetas. Sacralizan y racializan cualquier curiosidad: subirse unos encima de otros, quemar muñecones, tirarse tomates, correr delante de unos toros, bailar dándose patadas en la cabeza) del folclor regional y dan a ese folclor rango religioso y ascendencia étnica. Todos esos trajes, gorras y bailes primitivos una vez sacralizados, apartados de su contexto folclórico natural, son por naturaleza retrógrados y se oponen al avance civilizatorio porque la fuerza civilizadora es centrífuga, y tiende al mestizaje, a lo planetario, y su destino es expandirse, ofrecer a la especie una nueva manera de ver, de entender y de estar en el mundo. Las grandes culturas, como la española, son acogedoras, maternas y centrífugas (mírenme a mí, español de Cuba), y su poder igualador está por encima de las particularidades geográficas o históricas y, a fin de cuentas, de la barbarie de las tradiciones y otros ritos arcaicos, su poder es el progreso de la especie, su engrandecimiento científico, artístico, civil y moral.
En España sólo hay una gran cultura, la española. Cualquier iniciativa encaminada a mutilar al ciudadano español libre e igual, convenciéndolo de que España es un conjunto de culturas y de lenguas igualmente importantes e igualmente civilizadoras es algo maligno que atenta contra los ciudadanos españoles y tiene el claro propósito de rebajar y destruir esa gran cultura española que, liberalmente, los acoge. Igualar lo pequeño a lo grande no es hacer justicia a lo pequeño, es rebajar lo grande, y es una manera de procurar el hundimiento, la destrucción, de la gran cultura que ampara a las pequeñas culturas que acoge. Es el triunfo de la barbarie folclórica sobre la civilización.
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