Opinión

El nombre de las cosas

El paseo hasta los jardines donde se celebraba el acto en memoria del asesinato de Miguel Ángel Blanco lo hice sin dejar de dar vueltas a recuerdos y reflexiones sobre

El paseo hasta los jardines donde se celebraba el acto en memoria del asesinato de Miguel Ángel Blanco lo hice sin dejar de dar vueltas a recuerdos y reflexiones sobre aquello. La afición a pensar en soledad, a no compartir los rincones oscuros, tan claros en ese silencio, es algo que se adquiere al ser consciente del apoyo social, si no del terrorismo, al menos sí de sus causas. Pensar en soledad trae algo más que tristeza. Es luz y calma en esa inquietud por dar trascendencia a lo que parece ya no tener relevancia al haber encontrado cierta comodidad. Al fin comodidad.

Reconozco que el recuerdo de aquellos días aparte de lágrimas me provoca ciertos sentimientos encontrados. Desde el momento de su cruel secuestro todos los medios se llenaron de reportajes sobre aquel joven concejal del Partido Popular en Ermua destacando su candidez, su inocencia, “un chico que no le interesaba la política”. El crimen con saña y odio precedido de una tortura durante dos días a aquél concejal provocó que toda la sociedad española en su conjunto saliese a la calle a manifestarse.

Fue la primera vez que los españoles en masa, pero ciudadanos como nunca, tuvieron un comportamiento de dignidad frente al terrorismo de ETA. Miguel Ángel no fue su primer crimen. Llevaban 20 años de democracia masacrando a españoles y con ellos a la democracia misma. Esa explosión callejera, bella y desafiante contra los asesinos se dio no sólo por la brutalidad del crimen. Esas movilizaciones dejaron entrever que había una sociedad en todo el territorio español, y no sólo en el País Vasco, que tenía interiorizado el argumentario de mentiras que, con bombas y tiros, los terroristas habían grabado en el subconsciente. La culpabilidad de la víctima.

Veinte años masacrando españoles

Hasta ese momento ninguno de los espeluznantes asesinatos a quienes vestían uniforme había despertado esa indignación. Como si estuviese incluido en el sueldo de miseria de poco más de tres comidas diarias y un techo en la Guardia Civil de los años 80. Entonces y ahora se negaba que Miguel Ángel tuviese alguna inquietud política. Se evitaba así recordar su afiliación a un partido de derechas y con ello borrar su huella de inocencia. “Se afilió porque quería construir un polideportivo en su pueblo” se afirmaba entonces y se recuerda ahora. ¿Por qué no se afilió al PNV entonces aquél chico al que sólo le gustaba el rock? ¿Por qué a un partido que no gobernaba y que implicaba significarse políticamente fuera de ese líquido amniótico de toxicidad que es la mentalidad nacionalista en un País Vasco con asesinatos en sus calles desde hace décadas? Todo indica que Miguel Ángel Blanco tenía más conciencia, valentía y dignidad de la que muchos de quienes le recuerdan le atribuyen.

Otro recuerdo de aquellas movilizaciones fue haber escuchado por primera vez en las calles del País Vasco el grito de asesinos. Hasta el momento se les había denominado de múltiples formas, pero nunca asesinos a pesar de las centenares de víctimas hasta 1997. Llamarles asesinos por primera vez en público, gritárselo a la cara. Es la prueba de que ETA tenía un entorno social en el País Vasco que la apoyaba, protegía, justificaba y que dio cobijo durante aquellos días que huyeron como ratas por las alcantarillas a esconderse del pueblo al que estaban devastando. Sin esa red social de reivindicación de sus figuras como héroes y de utilización en beneficio propio no hubiese podido asesinar durante cuarenta años.

Instaurar una dictadura

Esa red social que sigue viva y en las Instituciones fue el motor de ETA. La ausencia de condena a sus crímenes evoca la justificación de los mismos, pero también algo más. Negar la condena fortalece el relato de mentiras y propaganda. Aspiran no sólo a controlar al pueblo con terror, sino con mentiras que le proporcionen el apoyo social.

El lenguaje importa. No condenar de forma expresa no es una mera formalidad. Como sucede ahora que el partido Socialista desde el Gobierno se niega incluso a denominar como dictadura al régimen comunista cubano como durante décadas se negó en el País Vasco que los miembros de ETA fuesen asesinos. Existe la tentación de pensar que un comunista aspira a instaurar una dictadura y que ésa es la razón de que no condene el régimen cubano, su justificación. Pero sus verdaderas aspiraciones son instaurar una dictadura y que el pueblo sometido la aplauda porque no sea capaz de identificar siquiera que lo es. No ser consciente de su servidumbre. Esta forma de poder es más absoluta que cualquier otra que se sirve únicamente del terror para mantener en el redil de la sumisión a la población. La mentira. La mentira es la más cruel forma de totalitarismo pues niega algo tan básico como la justicia al negar la realidad.

Es cierto que Miguel Ángel Blanco era un blanco fácil, pero es innegable que sin su compromiso no lo hubiesen asesinado. Por eso comprometerse con la verdad y llamar a las cosas por su nombre, es una forma de impedir que la barbarie envuelta en mentiras nos arrebate nuestro último rincón de cordura. La decencia.

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