Ha llamado la atención de muchos comentaristas en las últimas semanas la absoluta falta de comunicación entre Pedro Sánchez y el líder de la oposición y eventual sucesor suyo al frente del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo. Esta ausencia de interlocución, que dura ya siete meses, entre las que son hoy las dos figuras centrales de nuestro sistema político ha sido vista con razón como una anomalía dentro del funcionamiento normal de una democracia parlamentaria. La situación del país es de una extrema gravedad y sin duda estamos atravesando una de las peores etapas de nuestra vida colectiva desde la Transición. Todo parece conjurarse en contra de España, su prosperidad, su seguridad y su bienestar. Los efectos de la guerra de Ucrania sobre el suministro energético y el alza de los precios, la terrible sequía, los devastadores incendios forestales, la pérdida progresiva de relevancia en el plano internacional, tanto en el seno de la Unión Europea, donde hemos sido progresivamente relegados a un papel meramente secundario, como en la escena global, con un retroceso evidente de nuestro prestigio y autoridad moral en Iberoamérica, un endeudamiento público alarmante, el inmisericorde ataque a la unidad nacional de las fuerzas separatistas, una calidad en caída libre de nuestra enseñanza secundaria, un paro juvenil aterrador y una sensación general de fatiga, de desánimo y de pesimismo que invade la sociedad española pese a los patéticos esfuerzos de la coalición en el poder por enmascarar con propaganda demagógica y estériles golpes de efecto las penosas dificultades en las que se debaten millones de familias, de autónomos y de pequeñas empresas, dibujan un panorama que exige sin duda la máxima conjunción de voluntades para salir adelante.
Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en otros Estados miembros de la UE, en los que gobierno y oposición mantienen un diálogo leal en los temas de trascendencia nacional -véase por ejemplo el comportamiento del tripartito alemán y de la alternativa demócrata-cristiana- de forma madura y constructiva, en nuestros pagos el jefe del Ejecutivo se niega a cualquier contacto o colaboración con el cabeza de filas del principal Grupo opositor de la Cámara, reemplazando lo que debería ser un respetuoso intercambio de puntos de vista y un análisis conjunto de soluciones por una retahíla de insultos y descalificaciones de una tropilla de ministros salidos en tromba de manera servil a cubrir de denuestos a su oponente sin el menor respeto institucional ni el mínimo decoro que se supone inherente a su cargo.
Consiste en fomentar el antagonismo feroz entre izquierda y derecha sin matices ni ecuanimidad alguna, empleando sin el menor escrúpulo la caricatura, la mentira, la calumnia, la reinvención de la Historia
Pedro Sánchez ha recurrido invariable y pertinazmente, desde que inició su andadura presidencial, a un método de movilización electoral que revela a la vez su incapacidad como gobernante y su desprecio por el interés superior de la Nación que los votantes le han confiado. Aunque esta estrategia innoble fue utilizada ya por Zapatero, Sánchez la ha llevado a su extremo más deletéreo. Consiste en fomentar el antagonismo feroz entre izquierda y derecha sin matices ni ecuanimidad alguna, empleando sin el menor escrúpulo la caricatura, la mentira, la calumnia, la reinvención de la Historia o la etiqueta infamante para crear una imagen del adversario político tan injusta como repulsiva. Así, mediante la excavación de una sima de rencores y rechazos viscerales entre las dos Españas machadianas que el gran pacto civil de 1978 había reconciliado y que su antecesor y actual lobista de una narcodictadura comenzó a resucitar, pretende cegar cualquier posibilidad de que los ciudadanos examinen la realidad con ojos objetivos y alcancen conclusiones racionales por encima de los enfrentamientos ideológicos. Diabólico y amoral conocedor de que el votante obedece más a sus emociones y prejuicios que a las evidencias probadas, concentra enormes recursos y dedica innumerables horas a excitar lo peor que los seres humanos llevamos dentro, la envidia, la frustración, la desconfianza, la pereza, el egoísmo y el odio a un enemigo inventado en lugar de apelar a lo mejor de nuestra condición, la solidaridad, el equilibrio, el esfuerzo, la búsqueda de la excelencia y el sano patriotismo.
La ruina general
La herramienta preferida del actual inquilino de La Moncloa para suscitar la adhesión de amplias capas de nuestra sociedad que experimentan los embates de la presente crisis con particular intensidad no es invitarles al trabajo en común, no es animarles a poner de su parte para mejorar su desfavorable coyuntura, no es hacerles ver que navegamos todos en el mismo barco y que si dañamos el motor las hélices se detendrán e iremos a la deriva, no es ofrecerles un camino de esperanza mediante la ayuda que merecen combinada con la motivación para ascender en la escalera social, nada de eso pertenece a su universo mental. Por el contrario, les azuza contra aquellos cuya desaparición, desistimiento o paralización traería la ruina general y provocaría el mayor perjuicio precisamente a los que dice cínicamente proteger. Para nuestra desgracia, el presidente del Gobierno, cuya misión es despertar y cohesionar las energías más saludables y positivas de una España atribulada y desorientada, tiene el odio por divisa y no ceja en fomentar la división y el enfrentamiento. En su ciego empecinamiento, no sabe que esta senda despreciable contiene la semilla de su derrota dentro de año y medio. Lo escribió clarividentemente Alphonse Daudet hace siglo y medio: "El odio es la cólera de los débiles". En efecto, la profunda y amarga hostilidad hacia sus semejantes que revela la siempre tensa mandíbula de Pedro Sánchez, empezando por la inquina hacia su propio partido, denota una irremediable, triste e impotente debilidad.
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