Lo que ha ocurrido en Barcelona y escandalizado a medio mundo ha dado lugar a las interpretaciones más variadas, al tiempo que la atención pública se detenía en las ocurrencias más diversas. Lo que no cabe negar, en todo caso, es que la performance del forajido ha resultado espectacular hasta el punto de colocar a España en la picota de la prensa internacional más acreditada, a pesar de que, a toro pasado, no resulta difícil explicarla de cabo a rabo: a saber, que Puigdemont había acordado su impunidad con Sánchez con tiempo suficiente para atender hasta el último detalle previsto en su plan; que hasta el más tonto esperaba de los Mossos exactamente la actitud y el comportamiento impasible que mantuvieron; que por la frontera uno no pasa así como así si el Gobierno no quiere, sobre todo cuando ese imprescindible control está “monitorizado”, como ahora se suele decir, de la noche a la mañana; o que muy torpe habría de ser el servicio secreto si no hubiera empotrado --¡será por dinero!-- alguno o varios encapuchados en laberinto de Waterloo. Nadie se cree, en resumen, otra versión que la se desprende de los hechos tal como se produjeron. ¿Sería posible explicar la inhibición de la Guardia Civil, de la Policía Armada y del CNI ante el gravísimo plan seguramente conocido por los negociadores sanchistas destacados en Bélgica por el propio Gobierno de España? Excluida la del insignificante ministrillo Bolaños no creo que haya jeta capaz de tragarse semejante camelo.
En fin, ya pasó, como (casi) todo en la vida, las aguas han vuelto de momento a su cauce, se ha formado un gobiernillo cómplice y vasallo en la autonomía catalana, el fuguista ha vuelto a su casoplón gratuito de Waterloo, los conspiradores Boye y Turull se han retirado impunes a sus cuarteles de verano a pesar de su pública colaboración en la fuga, y lo que más resonado en el mentidero nacional ha sido el hecho, perfectamente previsible, de que a la ceremonia inaugural de esta investidura en tenguerengue asistieron delincuentes o presuntos ex-Honorables pero no se vio por ninguna parte la bandera nacional, es decir, la única descrita en el artículo 4º de la Constitución y, que se sepa, aún vigente. ¿O no? Cualquiera sabe.
Su visita será todo lo ridícula que quiera la prensa internacional pero es evidente que ha constituido una descarada exhibición de su poder real, un gesto realengo para que nadie se llame a engaño
Pero, entonces, a qué ha venido tan soberano jaleo, qué ha movido al prófugo a meterse en el aparente avispero que cabía esperar que fuera España antes de verla humillada por ese hijo de la fortuna? Pues, simplemente, el instinto del dueño que vigila su viña, el ojo del amo que se dice que engorda como nada ni nadie al caballo. Su visita será todo lo ridícula que quiera la prensa internacional pero es evidente que ha constituido una descarada exhibición de su poder real, un gesto realengo para que nadie se llame a engaño: ni el pobre Illa, ni los exactores del negocio independentista, ni… el propio Sánchez, por muy relajado que ande en su paraíso estival, y menos que nadie la tropilla de este Gobierno a la que ahora se le ha ordenado el silencio igual que hasta ahora se la ha venido lanzando cada mañana a salir en tropel con una sola consigna en la boca.
El poder efectivo que guarda en la manga
Es como si el contumaz hubiera querido decirle en la cara a todos ellos que aquí no manda nadie más que él. Que sí, que es consciente de que su poder, además de casual, es seguramente efímero, pero que no se confundan, porque la realidad es que él es quien tiene en su mano mantenerlos en activo o enviarlos al paro. A todos y cada uno. Y es más que posible que al volver al casoplón que desde hace siete años le pagamos inexplicablemente los contribuyentes españoles, su impresión puede que no haya sido tan ajena a la inquietud como su satisfacción. El caballo se ve lustroso en su cuadra de lujos prohibitivos y si es verdad que ahora mismo él no es más que un perseguido por la Justicia en el extranjero, también lo es que ya les gustaría a los poderosos del interior tener el poder efectivo que él guarda en la manga y exhibe con desfachatez. Illa lo tiene crudo para gobernar siendo rehén de los chantajistas que lo han investido pero es que, además, lo va a tener sólo mientras Puigdemont quiera. Tal como Sánchez. Como se dice del engaño, cabe decir del truquismo: se puede trucar a todos algún tiempo, se puede trucar a algunos todo el tiempo, pero es imposible trucar a todos todo el tiempo. No creo que algo tan elemental se le escape a ninguno de los conchabados aunque que unos y otros esperen ingenuamente que los dados los sigan favoreciendo permitiéndoles prolongar la partida, ya que, de momento, son ellos quienes tienen las llaves de la caja. Por su parte, Puigdemont, como Sansón en el templo, no tiene más que el poder de devolverlos a todos a la nada de la que salieron. Algo que no es poco, por la simple razón de que, bien mirado, lo es todo.
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