La buena noticia es que se ha ido Castells, el ministro más exótico de esa pandilla basura que integra el Ejecutivo. No el más inepto, que para tal título hay competencia. La mala es que le sustituye otro recomendado de Colau, por lo que la facción morada del Ejecutivo sigue intacta. Lo de Sánchez no es un Gobierno, es una pesadilla -esa grieta por la que asoma el infierno- que se prolonga ya tres años. Sigue habiendo 23 sillones en el Gabinete. "Sobran veinte", dice jocosamente uno de ellos, de la familia socialista, en privada celebración navideña.
Si por Sánchez fuera, los arrojaría al Averno. No puede. Su mayoría depende de Podemos. Por eso se irrita cuando Pablo Casado, como este jueves, en explosivo discurso, le recuerda el material del que está compuesto su equipo, un combinado de despojos. En el leve repaso a su prontuario, el líder del PP mencionó, sin morbosos regodeos, asuntos terribles como la prostitución de menores tuteladas en Baleares; los abusos a una niña en Valencia por parte del exmarido de Mónica Oltra, ante la pasividad de su consejería según el auto judicial; la historia de Juana Rivas y, finalmente, la persecución del niño de Canet. Demasiados menores en los titulares. Excesiva perversidad en unos episodios que llevan el sello de la parte morada del Gobierno, avalada por la inacción de la otra parte.
Si se tratara de gente decente, los ministros socialistas no sólo habrían exigido explicaciones a sus pares de la otra banda sino que habrían requerido renuncias. No ha sido así. Unos, como los tres jueces que se alinean en el Ejecutivo, miran hacia otro lado y callan. Otros, quizás espoleados por su mala conciencia, se revuelven en reivindicación de su propia integridad y esgrimen el consabido recurso: enlodar a la oposición y culpar a la derecha.
Suenan las alarmas desde el Banco de España. Bruselas se muda el gesto y enseña el colmillo. Malo. Muy malo. La compra de deuda encoge. Los estímulos europeos decrecen
Nadia Calviño, tan modosita en apariencia, tan europea como la presentaron, tan cerebrín abrillantado, se ha revelado en estas horas como una auténtica killer. El debate nacional del momento estriba en dilucidar si se mostró 'asqueada' o 'descompuesta' tras la mentada intervención parlamentaria de Casado. Se impone la primera. Le dejó bien claro al alcalde Almeida, eso sí, que su jefe está 'desequilibrado'. El jefe del PP sigue mordiendo y este viernes acusó a la primera dama socialista de 'defraudadora fiscal'. En Génova (sorry, Feijóo) se impone el consejo de Maimónides: "Si eres misericordioso con los crueles estás siendo cruel con los misericordiosos". Y han sacado el hacha.
El último regüeldo expelido desde el esquinazo más totalitario del Gobierno lo profirió Yolanda Díaz, aún en olor a Santidad, al advertirle a Macarena Olona que la derecha jamás gobernará este país y que, caso de que tal ocurra, "va a tener huelgas y masivas movilizaciones en las calles". O sea, 'como en el 34 pero con mechas', al decir de un ingenioso tuitero. Luego ocurrió, y seguimos en sede parlamentaria, el aquelarre de 'Los seis de Zaragoza', un homenaje a media docena de pestilentes macacos, condenados por patear a agentes del orden. Elogio del delito en la sede de la soberanía nacional, profanación de la Cámara Baja ejecutada por miembros del Ejecutivo y sus sostenes parlamentarios. Sánchez, lejos de poner orden en ese zaguán de los excesos, se abstrae en su bonapartismo de Falcon y exhorta a volver "a la normalidad democrática". Entonces, ¿dónde dice que estamos? ¿Y de quién es la culpa? ¿Y qué hace por remediarlo?
Cuanto ocurre intramuros de la Moncloa y alrededores tiene un algo tóxico e irrespirable. Los síntomas previos al hundimiento, los signos inequívocos de un escenario que se desmorona. Un Gobierno agrio y lóbrego, impulsado por flaquezas, alimentado con mentiras y guiado por la soberbia puede resistir un tiempo interminable hasta que una realidad áspera e indigerible se le cruza en el camino. Está ocurriendo. Ya no es sólo el recibo la luz, los combustibles, la cesta de la compra y otras angustias domésticas. Cuando tanto contribuyente coincide en dudar de si esto es vida o, simplemente, un tormento, es que ha llegado la hora. Suenan las alarmas desde el Banco de España. Bruselas muda el gesto y enseña el colmillo. La adquisición de deuda se encoge. Los estímulos europeos decrecen. En suma, las perversiones de Frankenstein tocan a su fin.
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