Opinión

El PP decide perderse

Los hechos tienen consecuencias. Nos empeñamos en pensar que no. El tiempo pasa. Deja huella. No hay que irse demasiado lejos para aprender la lección. Las políticas de Zapatero, al

Los hechos tienen consecuencias. Nos empeñamos en pensar que no. El tiempo pasa. Deja huella. No hay que irse demasiado lejos para aprender la lección. Las políticas de Zapatero, al comienzo de este siglo, se nos presentan nítidas. La senda de endeudamiento: comerse los impuestos de las siguientes generaciones como si no hubiera un mañana: Una enmienda a la Transición -abriendo heridas cerradas por nuestros mayores en el 78- resquebrajó el pacto del recuerdo. La crisis territorial -asumiendo como propias las políticas identitarias del nacionalismo vasco y el catalán- engendró el renacimiento del nacionalismo español, enterrado en el fondo de un valle hace 46 años.

La izquierda, sí la izquierda, defiende que hay ciudadanos distintos según el territorio en el que nazcan o habiten. Menuda renuncia a la igualdad de la izquierda. En el memorable, valiente e imprescindible documental Traidores de Jon Viar, su padre Iñaki, miembro de ETA en el final de la dictadura franquista, preso durante ocho años, resume el delirio nacionalista del que escapó tras el alumbramiento de la democracia del 78: “Distinto es el nombre elegante de la xenofobia”. Los hechos tienen consecuencias.

El viernes 30 de diciembre de 2011, el consejo de Ministros presidido por Mariano Rajoy subió el IRPF como primera medida para afrontar la herencia dejada por Zapatero. Rajoy hizo lo contrario a lo prometido. En julio de 2012 incrementó el IVA. No hubo una sola figura tributaria que no se tocara al alza. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, se jactó entonces: “Hemos desconcertado a la izquierda”. La subida de impuestos, en la primera semana de gobierno de la mayoría absoluta fue el comienzo del descalabro del PP.

De 186 escaños a 66 siete años después, en abril de 2019. Los votantes toman las decisiones cuando ocurren los hechos. A la subida del IRPF contra el programa electoral le siguió la renuncia a la derogación de la ley del aborto. Rajoy afirmó en un pasillo que era lo “sensato”. En el PP se enseñoreaban de que no les quitaba ni un voto. ¿Cuántos tomaron la decisión tras ese desistimiento y luego aparecieron en Vox? No hay más que leer con atención y una mínima comprensión los resultados de las dos elecciones en 2019.

La elusión de responsabilidades en los casos de corrupción o no pronunciar en vano el apellido del extesorero Bárcenas apelotonaron al personal en la salida. Los ciudadanos, por supuesto, viven a lo suyo, alejados del mundanal ruido de la política, pero no se les puede tratar como si fueran vacas mirando el paso del tren sin que se den cuenta. La quietud frente al secesionismo catalán puso el colofón a la saga. El PP abasteció de votantes a Ciudadanos, dos de cada tres. Después, tras la moción de censura creció Vox por incomparecencia del PP que solventaba su futuro en unas primarias en las que los enfrentamientos personales abrieron paso a la tercera vía de Casado con la desbandada consumada.

Las dos elecciones de 2019, con el partido deshilachado, son para Casado como una sola. Por eso asegura que le quedan dos oportunidades

El actual presidente del PP heredó todo lo ocurrido desde aquel primer Consejo de Ministros hasta el Congreso de julio de 2018. No solo afrontaba un solar sino una etapa insólita en el PP: no había sido elegido por del dedo antecesor. Las dos elecciones de 2019, con el partido deshilachado, son para Casado como una sola. Por eso asegura que le quedan dos oportunidades. El pasado febrero tras el resultado de Cataluña el PP, un escaño menos que en diciembre de 2017 con Rajoy, terminó su existencia como tal en Cataluña. El error de Sánchez al intentar el desalojo del PP de su poder autonómico el pasado 10 de marzo se convirtió en la oportunidad sobrevenida.

El resultado del 4 de mayo de 2021 en Madrid cambió el horizonte del PP de Casado. El triunfo de Ayuso, anunciado desde un año antes por las encuestas más solventes, ha permitido a los populares adelantar al PSOE de Sánchez en los pronósticos creando el marco mental de la existencia de una alternativa. Esa ventaja se ha estancado, e incluso ha mermado en toda España desde que los electores, a partir de septiembre, han percibido una disputa inexplicable a raíz de la lógica y legítima candidatura de Ayuso a la presidencia del PP de Madrid.

Al resctate de Sánchez

Esa percepción por parte de los votantes del centro derecha importa más que el hecho en si, un reparto del poder, una pelea de fontaneros por los cargos que ya no importa ni a los implicados.  Ayuso consiguió, además de votos socialistas, la reunificación de los votantes del PP desperdigados desde aquella primera semana del Gobierno de Rajoy enviando una señal a toda España con acuse de recibo en los sondeos a nivel nacional. Ayuso descolocó ya en Génova con su gestión en la pandemia con remate el 4 de mayo.  No solo desconcertó a la izquierda que diría Montoro sino que ha recuperado el incumplido programa electoral de su partido en 2011.

Mal asunto si los electores han concluido que Ayuso -el motivo de muchos para regresar al PP- tiene adversarios e incluso enemigos dentro del propio partido. El PP ha decidido perderse. Abandonarse a la refriega interna, desperdiciando el viento a favor del 4M, dándole un respiro decisivo a un presidente del Gobierno entre la espada de sus socios gubernamentales y parlamentarios anti-78 y la pared de la Unión Europea. La legislatura se le había ido de las manos a Sánchez. El PP ha salido en su rescate dilapidando el triunfo de Ayuso en Madrid. Una riña de gatos dentro de una tubería. Los hechos ya tienen consecuencias.

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