Opinión

El principio del fin 'woke'

Señores de la izquierda, siento ser yo la que les tenga que decir esto, pero se les acabó el cuento

Parece ser que La Vanguardia ha decidido prescindir del periodista Pedro Vallín, tras la polémica que se ha montado en torno a un tuit que le dedicaba a un usuario de la red de Elon Musk: “Eres valenciano. Mete la cabeza en el water y tira de la cadena. Se llama dana doméstica. Lo vas a gozar”. Incluso Risto Mejide, el perejil televisivo que gusta de estar en todas las salsas, se apuntó a condenar las polémicas palabras del señor Vallín: “Es lamentable”.

Y a mí lo que me parece lamentable es que tengamos que estar sufriendo ahora los lloros y rabietas de gente que trata de justificar lo injustificable, de periodistas que alaban la profesionalidad y el buen hacer de su colega, a la vez que se rasgan las vestiduras porque “no se puede despedir a una persona que ha recibido amenazas de muerte”.

Señores de la izquierda, siento ser yo la que les tenga que decir esto, pero se les acabó el cuento. Por mucho que quieran retorcer las cosas, el señor Vallín no ha sido despedido por recibir amenazas de muerte. Aunque les parezca mentira a algunos, tampoco se le ha echado de La Vanguardia por mofarse de esta manera tan zafia de una catástrofe que tiene a muchos españoles en vilo. Vallín ha sido despedido porque los progres han perdido la hegemonía de las redes sociales.

Se lo confirma una servidora, que ha visto cómo una docena de cuentas se han esfumado en el olvido de la cancelación por cosas como decirle a alguien: “Todo eso que me envías a mí, espero que caiga sobre tu cabeza”

No nos engañemos, años atrás hemos oído y leído comentarios mucho más dañinos por parte de otros personajes del lado más izquierdoso de este país y no pasó nada. Podríamos buscar tranquilamente en el historial del señor tan amenazado de muerte y encontraríamos decenas y decenas de comentarios que ponen los pelos de punta. Y nunca pasaba nada. Los que tenían el derecho, e incluso si me apuran, el deber de cancelar y censurar a los demás, eran los progres.

En Twitter podías recibir amenazas de todo tipo por expresar un punto de vista que era crítico con la izquierda, con el feminismo o con cualquier catecismo socialcomunista y no pasaba nada. Denunciabas esas amenazas, vejaciones e insultos y un bot te respondía que esos mensajes no incumplían las reglas de la red social. Ahora bien, como se te ocurriera a ti contestar fuera de tono, tenías la cuenta cancelada antes de que cantara el gallo. Se lo confirma una servidora, que ha visto cómo una docena de cuentas se han esfumado en el olvido de la cancelación por cosas como decirle a alguien: “Todo eso que me envías a mí, espero que caiga sobre tu cabeza”. Cuenta cancelada. No se puede ser tan violenta como para desear que a alguien le suceda lo que te desea a ti.

De todos es sabido que incluso contaban con grupos organizados por Telegram para acosar y cancelar aquellas cuentas que les resultaban molestas. Me han llegado a cancelar una cuenta por simplemente decir “buenas tardes”. Y aún así, me volvía a abrir otra, sabiendo lo injusto que era el sistema y que estaba dominado por un discurso del que estaba penado salirse.

No se esperaban que la gente se cansara de ser amenazada, señalada, acosada y perseguida tan solo por discrepar, y ahora resulta que su medicina no les gusta

Esta gente que patalea ahora es la misma que hace unos días estaba clamando al cielo porque una actriz osaba decir que las violaciones y las agresiones sexuales se tienen que denunciar y resolver en los juzgados, no en las redes sociales. Qué ocurrencia la suya, esperar que se haga justicia mediante la Justicia, y no mediante los gritos y las amenazas de unas cuantas feministas desquiciadas y sus palmeros. El problema es que esta gente pensaba que al horroroso juego de la cancelación sólo podían jugar ellos y ahora les molesta enterarse de que sabemos jugar todos.

Han conseguido que vivamos en una sociedad donde todo se censura, donde si algo no te gusta no pasas de largo sin más, sino que tienes que plantarte y llamar la atención para señalar que eso no debería existir. No se esperaban que la gente se cansara de ser amenazada, señalada, acosada y perseguida tan solo por discrepar, y ahora resulta que su medicina no les gusta.

Cuando Disney se subió al carro

Nada que no supiéramos ya, porque a Irene Montero y Pablo Iglesias les gustaban mucho los escraches a los políticos, incluso habiendo niños de por medio, hasta que probaron su propio jarabe democrático. Es que hay medicinas que solo saben bien cuando las haces tragar a otros. Muchas empresas lo han visto claro: esta moda del pensamiento woke tiene los días contados y, además, no es rentable. Disney lleva perdiendo dinero desde que decidió subirse a este carro y muchas otras empresas han seguido su misma suerte.

Quizá por eso estas Navidades hemos empezado a ver anuncios en televisión donde se vuelve lo tradicional y se ensalzan los valores de siempre. Frente a marcas que en el pasado decidieron meternos en la mesa de Nochebuena a un abuelo que aprende a maquillarse para apoyar a su nieto trans, vemos otras que este año han optado por reflejar mucho más la realidad que vivimos, con un país que resultaría irreconocible para los que ya no están con nosotros.

Me hace mucha ilusión que aquellos que se han tirado años insultando, denigrando, amenazando y señalando a quienes no pensaban como ellos, convencidos de que tienen impunidad total, se vayan al carajo.

Y no me entiendan mal, no es que me alegre que alguien pierda su trabajo por lo que dice en una red social, pero sí que me hace mucha ilusión que aquellos que se han tirado años insultando, denigrando, amenazando y señalando a quienes no pensaban como ellos, convencidos de que tienen impunidad total, se vayan al carajo. Tal vez sea la única manera de que volvamos a recuperar la cordura y simplemente pasar de largo cuando un pensamiento, un discurso, una canción o un artículo simplemente no nos gusta.

Mientras tanto, un sencillo consejo para los progres: si no quieres acabar con la cabeza metida dentro de un váter, no se lo desees a otro públicamente. Si no quieres acabar llorando en una esquina gimoteando “vamos a hablarlo” o excusándose con el manido “es humor”, para evitar una inminente guantada, aprende a saber dónde se establecen los límites para no dañar a los demás y no saldrás dañado.

En definitiva: no quieras para los demás lo que no querrías para ti, que la vida no es un bot del antiguo twitter controlado por un rojo y sus cuatro colegas.

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