Existe la extendida impresión de que las aguas se han calmado en Cataluña. Aunque este relato pueda parecer real, pues la amenaza de la ruptura constitucional y de una declaración de independencia ha desaparecido, esconde un profundo engaño.
El Gobierno de la Generalitat ha aprendido de los errores de 2017 y es consciente de que necesita un mayor apoyo dentro de la sociedad catalana para poder iniciar un nuevo embate secesionista. En este sentido, la estrategia del nacionalismo catalán se basa en el control social para cruzar el umbral de la mitad de los catalanes a favor de la secesión. Dicho control se ha reiniciado mediante la utilización de la piedra angular de todo proyecto identitario nacionalista: la lengua.
Recientemente, la consejera de Investigación y Universidades de la Generalitat de Cataluña, Gemma Geis, ha informado que vigilarán el idioma que usan los docentes en las universidades, el último escollo educativo en materia de imposición lingüística. Esta política, que atenta contra la libertad de cátedra, es un ejemplo del deterioro democrático que vive Cataluña, pero sobre todo es la prueba de que el procés no se ha acabado, ha mutado en una estrategia de hegemonía política, social y cultural a largo plazo.
En otra esfera, el control político, cultural y social del nacionalismo también se ejerce a través de los medios de comunicación. 284,4 millones de euros son el presupuesto anual de TV3 y Catalunya Ràdio, los medios públicos de la Generalitat a través de los que construyen el relato y desarrollan la ingeniería social necesaria para atraer la opinión pública a sus tesis nacionalistas. Pero la gravedad no reside únicamente en las partidas presupuestarias destinadas a los medios públicos, sino en la presión que ejercen en los medios privados a través de subvenciones directas y publicidad institucional.
La menguante presencia de España
La más peligrosa de las estrategias del nacionalismo es la basada en la progresiva desaparición del Estado y de la nación en Cataluña. La paulatina asunción de competencias, el continuo abandono de las instituciones españolas en territorio catalán y la cada vez menos habitual presencia de la nación, ha provocado que España ya no esté presente en Cataluña. En palabras de Juan Claudio de Ramón: “No pudieron sacar a Cataluña de España y ahora están sacando a España de Cataluña”. Esta reflexión esconde el problema esencial de la cuestión. Muchos catalanes no conocen España. Y uno no puede querer lo que no conoce.
Para romper con la desafección existente contra España como comunidad y como nación, es absolutamente necesario que el Estado vuelva a estar presente en Cataluña. A través de la presencia de Instituciones que representen al país, pero también que vuelva a existir la nación, mediante la promoción de cultura, literatura, pintura y escultura del resto de España en Cataluña, el estudio correcto de la historia en la educación catalana, la presencia de empresas y fundaciones de otras ciudades españolas en territorio catalán que permita también más conexión de catalanes con ciudadanos de otras comunidades y otros acercamientos que podrían ir revirtiendo el repliegue del Estado en Cataluña que ha ocurrido en los últimos 40 años. En definitiva, fomentar la cultura del vínculo con lo común.
La Cataluña constitucional debe contar con una sociedad civil fuerte y una oposición firme que sea capaz de ilusionar al millón de constitucionalistas descontentos
Para ello, la Cataluña constitucional debe contar con una sociedad civil fuerte y una oposición firme que sea capaz de ilusionar al millón de constitucionalistas descontentos que se quedaron en casa en las pasadas elecciones autonómicas catalanas del 14 de febrero de 2021. Fue Cayetana Álvarez de Toledo la que entendió el problema y recetó la solución a la perfección: “Dotar a la Cataluña constitucional de presencia, prestigio, presupuesto y poder”. Si ya de por sí es complicado significarse en Cataluña, aún lo es más si no se cuentan con los medios necesarios para disentir.
El señalamiento y la estigmatización del disidente en Cataluña está más presente que nunca y lo continuará estando mientras no exista una oposición fuerte que acompañe a esa mitad de catalanes que no se resigna a ceder ante la sumisión nacionalista, oposición que, a día de hoy, no tenemos.
En este sentido, y tras las últimas elecciones catalanas, el espacio constitucionalista ha quedado destruido. Para tener una visión clara de la magnitud del desastre que supusieron las pasadas elecciones, el constitucionalismo se dejó la mitad de los escaños respecto las elecciones autonómicas catalanas de 2017.
La victoria en las urnas
Ante esta situación de desánimo entre la Cataluña Constitucional, miembros de la sociedad civil han impulsado un manifiesto constitucionalista que aboga por la unión del citado espacio y de todos los representados en él. Este manifiesto apela a partidos políticos y entidades cívicas, pero también a personas de la sociedad civil, a unirse en una única plataforma para lograr representar a la mayoría constitucionalistas y ganar al nacionalismo en las urnas.
Este proyecto de unión no es baladí. Quizás es la última oportunidad para construir los cimientos de un proyecto que ejerza como oposición real ante el nacionalismo. Quizás es el último intento de recuperar ese espíritu del 8 de octubre de 2017. Quizás no habrá más opciones de unir a todos aquellos en defensa de lo común.
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