Empecemos por reconocer que tanto Sir Keir Starmer como su esposa, Lady Victoria, son personas de gran prestancia física y considerable distinción natural. La propia de dos cachorros de la clase profesional británica: él, el brillante hijo de un mecánico y una enfermera educado en Oxford y barrister de profesión, que es como se denominan en el complejo sistema británico a los abogados que, convenientemente empelucados, presentan los casos ante los tribunales. Ella hija de un profesor de economía judío y de una médica convertida al judaísmo tras su matrimonio, abogada también de profesión, aunque en su caso en la variante solicitor, menos elitista que los barrister y con la que se designan, más o menos, a los letrados que se ocupan de todo menos de los juicios. Dijéramos para facilitar en algo la comprensión de los particulares matices de la carrera de leyes en el Reino Unido que los barristers son los cirujanos y los solicitors los internistas. Pero en ambos casos carreras muy bien remuneradas y con gran consideración social.
Por eso ha extrañado mucho que apenas tres meses después de llegar al número 10 de Downing Street se haya conocido que nada más aterrizar el matrimonio Starmer en la Residencia oficial se concediera un pase de entrada libre al edificio a favor de lord Waheed Alli, con el que podía pasearse libremente por todas las estancias como Waheed por su casa. Seguro que ayudó a la concesión de dicho pase el hecho de que lord Alli costeara de su bolsillo la renovación del guardarropa de la pareja en el poder: 16.200 libras para renovar los trajes de Sir Keir.- me imagino a los sastres de Savile Row aplaudiendo con las orejas.- y 5.000 para comprar vestidos nuevos para lady Victoria, en este caso acompañando al regalo con los buenos servicios de una estilista. Más curioso todavía es el regalo de gafas para el primer ministro por valor de miles de libras. Es bien sabido que unas gafas modernas, elegantes y estilosas pueden modificar la apariencia de su portador, y Sir Keir Starmer es un buen ejemplo de ello, luciendo en toda ocasión modelos exclusivos y favorecedores que le dan ese extra de rollito cool que le falta de forma natural y que a su homólogo español, el bello Sánchez, le sobra ( y entiéndase aquí la ironía). La jefa de gabinete de Starmer, Sue Gray, que es quien dió de forma efectiva el pase de libre entrada en la residencia del primer ministro a lord Alli, se vió también probablemente inclinada a ello por las 10.000 libras que también recibió su hijo, el diputado Liam Conlon, del mismo y generoso Lord para impulsar su campaña.
A todo ello debemos sumar entradas de conciertos, pases especiales para partidos y donaciones a otros diputados claves, pero siempre, como se ha apresurado a afirmar la canciller Rachel Reeves en la conferencia general del partido laborista que tiene lugar en estos días, sin que lord Waheed Alli exigiera nada a cambio, y no como el partido conservador, que caía en las mismas corruptelas pero que además tenía que pagarlas. Se ve que eso es lo normal en un multimillonario con el colmillo retorcido propio de quien se hace a sí mismo, hacer todo tipo de regalos caros a políticos solo a cambio de la satisfacción que le da hacerlos felices, renunciando a cualquier tipo de influencia que pudiera necesitar en sus múltiples negocios y que dichos obsequios pudieran facilitarle. Y nosotros nos lo creemos, porque como determinada señora muy próxima al poder, somos también unos pichones.
Han hecho falta seis años para que las corrupciones patrias hayan salido a la luz. Seis años en los que el dinero no olió o no dejaron que lo oliésemos
Peor pinta tienen las multimillonarias donaciones al partido laborista por parte del fondo de inversión Quadrature Capital radicado en un paraíso fiscal, (Bahamas) y que posee importantes paquetes en el accionariado de empresas petrolíferas, seguros médicos privados y fabricantes de armas. Justo todo lo contrario de las políticas que predica el partido que recibe, a mano abierta, la pasta. Será que como ya dijo Vespasiano cuando decidió poner un impuesto a la orina que se vertía en las letrinas de Roma, Pecunia non olet. El dinero no huele. Y venga de donde venga, y con la forma que adopte, ya sean trajes, gafas, privilegios, o dinero puro y duro, todo es bueno para el hipócrita convento de la presunta izquierda británica, que comparte esta característica capital con nuestro nunca bien ponderado partido socialista y sus élites, acostumbradas a lo mejor y dispuestas a todo.
Entre los trajes de Lady Victoria y los mil chanchullos de la cátedra de Begoña, con su Barrabés, y su Wakalua, y su Air Europa, y su Rector de la complutense yendo a la Moncloa a golpe de pito, no hay diferencia en lo esencial. Tanto Starmer como Sánchez llegaron al poder sin conciencia del límite y con una patológica buena opinión sobre sí mismos y su impunidad. Que en Gran Bretaña se haya empezado a cuestionar a Starmer a los tres meses de su llegada al cargo habla de la mejor salud de su prensa y de la menor capacidad para tragarse la corrupción que nosotros. Han hecho falta seis años para que las corrupciones patrias hayan salido a la luz. Seis años en los que el dinero no olió o no dejaron que lo oliésemos. Ahora, por mucho que abramos las ventanas, por mucho que ventilemos, no podemos escapar de él.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación