En materia de octópodos uno tiene grabada en la memoria la imagen del gigantesco pulpo que intentaba hacer sushi con el capitán Nemo en la maravillosa cinta 20.000 leguas de viaje submarino. También viene a mi cabeza el atrabiliario Doctor Octopus, que tantos quebraderos ha proporcionado a nuestro amigo y vecino Spiderman, o el persistente enemigo de The Spirit, el malvado Octopus, al que solo le vemos unos guantes púrpura en sus apariciones precedidas siempre de trampas maléficas. Ahora bien, además de ser entusiasta del pulpo a feira, del guiso de pulpo con patatas, de los minúsculos pulpitos encebollados y de sentirme como pulpo en un garaje en este mundo de locos, juro que jamás me interesó cómo folgaban estos animalicos de Dios. Diría que ni al comandante Cousteau le provocó curiosidad, aunque vaya usted a saber.
Así las cosas, imaginen cuál no sería mi sorpresa al enterarme que la digna y benemérita consejera de agricultura de la generalidad valenciana, Mireia Mollá, ha decidido gastarse casi 60.000 leuros en una cosa que se llama Estudio de las características reproductivas del pulpo (octopus vulgaris) en aguas de la Comunidad Valencina. Agárreme usted ese pulpo por el tentáculo, joven. Se conoce que en Compromís, partido al que pertenece doña Mireia, la cosa del pulpo y su modo y manera de hacer la caidita de Roma produce curiosidad y, hala, han decidido gastarse ese dinerito, a ver si el pulpo valenciano se refocila de manera diferente al gallego, lo que ya sería el colmo. Para más inri, el estudio lo han adjudicado a la Universidad Católica de Valencia, con lo cual, por lo menos, estaremos a salvo de pornografías submarinas y orgías entre pulpos, calamares, jibias y algún bivalvo despistado. Total, un dinerito que pagaremos usted, y yo, y aquel señor que pone cara de ensimismado porque no sabe cómo pagar los impuestos. Ignoro si los pulpos leerán el estudio, porque si muchos políticos son ágrafos no sería descartable que, por compensación, los pulpos leyeran con aprovechamiento y gusto a Borges, Baudelaire, Baroja o Chesterton. A muchos les parecerá surrealista, pero se han dado casos de aves que recitan “Veinte poemas de amor y un canción desesperada” cuando de aparearse se trata. Con poco éxito, digámoslo todo. O, por ejemplo, como en la lejana provincia noruega de Härrasfiord – se pronuncia Calasparra - tienen noticia de un caballo percherón de nombre Olaf que escribía poesías ultraístas para leérselas a un perro de raza malamute llamado Björn Rodríguez del que estaba enamorado platónicamente, porque el primero era luterano y el segundo agnóstico, como la mayoría de malamutes. Son curiosidades científicas que pocos conocen, quizás salvo doña Mireia, y que es pertinente investigar, habida cuenta de que en España todos son tortas y pan pintado. Le propongo que en futuros estudios se ocupe de investigar la capacidad de hacer señas que tienen los delfines cuando juegan al mus o el sex appeal de la ameba, temas que, humildemente, creo que merecen la misma consideración que pulpos, pulpas y pulpes.
No tenemos p’a pan, pero tenemos p’a estampas. Madre de Dios.
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