Opinión

El sinvergüenza y el 'régimen'

Seguramente ustedes han oído hablar de Steve Bannon. Es un sinvergüenza ese señor. Un completo sinvergüenza. No lo digo yo, lo dice él: en un documental con formato de entrevista

Seguramente ustedes han oído hablar de Steve Bannon. Es un sinvergüenza ese señor. Un completo sinvergüenza. No lo digo yo, lo dice él: en un documental con formato de entrevista que le hicieron hace no demasiado tiempo, y que se ha emitido en España, se define a sí mismo, entre risas, como un shameless man, esto es, un sinvergüenza. Son sus palabras.

Este Bannon es uno de los tipos que más trabajo sucio hicieron para llevar a Trump a la Casa Blanca. Está metido en todas las webs, iniciativas, asociaciones y grupos de todo género de extrema derecha, desde Breitbart News (uno de los grandes apoyos de los neonazis estadounidense: él es el director) hasta la Alt Right o “derecha alternativa”, que son los propios neonazis. Pasando, desde luego, por los temibles QAnon, los supremacistas blancos, los racistas violentos, los antisemitas, los antigays y por ahí seguido. Bannon es un fascista en estado puro; y no uso el término fascista como epíteto ofensivo sino como definición política objetiva. Un tipo que desprecia la democracia y que acabaría con ella sin dudarlo. Uno de los instigadores del inaudito asalto al Capitolio, en Washington, el 6 de diciembre pasado. Este hombre, muy inteligente y activo, apoya a toda la ultraderecha europea y americana, desde Bolsonaro a Salvini y, naturalmente, a Vox. Dice de sí mismo que es “conservador”, pero eso es casi lo mismo que decir que Hitler era liberal o Stalin un socialdemócrata moderado.

Este es el sujeto al que Trump hizo jefe de su campaña electoral para ganar las elecciones. Y luego “estratega en jefe” de la Casa Blanca. Duró siete meses, porque se enfrentó con todos los demás, incluida la esposa, los hijos y el yerno del jefe. Y resultó ser aún más bocazas que su presidente. Y, claro, en la Casa Blanca de Trump nadie estaba autorizado a ser más bocazas que el presidente. Lo echaron. Pero siguió siendo fiel a Trump, fidelidad que, en lo personal, nunca ha dejado de ser mutua.

Antes de entrar, en las escaleras del edificio, se mostró ante los periodistas como siempre: bravucón, perdonavidas, gesticulante y mussoliniano. Dentro fue todo lo contrario: una ovejita del Señor

Steve Bannon fue citado por una comisión del Congreso para investigar el asalto al Capitolio, quizá el más grave de sus errores. Chulo como siempre, no se presentó. Entonces lo juzgaron por desacato. Ahí sí acudió. Antes de entrar, en las escaleras del edificio, se mostró ante los periodistas como siempre: bravucón, perdonavidas, gesticulante y mussoliniano. Dentro fue todo lo contrario: una ovejita del Señor, suave, acobardado y acojonadizo. Pero luego, al salir, recuperó para las cámaras sus ademanes de rufián y de matón: se han metido con el tipo equivocado, voceó, me voy a cargar a Nancy Pelosi [la presidenta del Congreso]. Y añadió: atentos todos, que voy a acabar con el “régimen de Biden.

Ahí está otra vez ese término envenenado, “régimen”. Es una palabra fea, no me digan que no. En el diccionario tiene unas cuantas acepciones, pero sobre todo dos: o es un asunto que sirve para adelgazar (algo que provoca sufrimiento) o es un “sistema político por el que se rige una nación”, dice, aséptico, el DRAE. Sí… pero no. Es ahí donde está el veneno. Decir el “régimen democrático” es correcto, desde luego, pero nadie lo dice. Régimen es una palabra que todos asociamos casi mecánicamente a las tiranías; pero que, curiosamente, las propias tiranías han hecho suya.

Todos sabemos que ese término huele a despotismo, a falta de libertad, a opresión y a totalitarismo. Digan lo que digan los diccionarios

Fíjense. La dictadura de Franco se llamaba a sí misma “el régimen”. Decimos “el régimen de Vichy” para referirnos a la parte de Francia tutelada por los nazis durante la última guerra mundial, bajo el mando títere de Pétain. Hablamos del “régimen cubano” o del “régimen castrista”, e incluso no es raro leer cosas sobre el “régimen soviético” y otras dictaduras comunistas. Pero a nadie se le ocurre hablar del “régimen parlamentario de Dinamarca” o del “régimen democrático” de Japón, Alemania o el Reino Unido. Eso no son regímenes, o al menos no los llamamos así; usamos la expresión “democracia” o “sistema democrático”. No “régimen”. Porque todos sabemos que ese término huele a despotismo, a falta de libertad, a opresión y a totalitarismo. Digan lo que digan los diccionarios.

Esto lo sabe muy bien Steve Bannon, que para eso estudió en Harvard y es asesor de decenas de candidatos a tiranos en todo el mundo, unos más castizos que otros. Por eso usa la palabra. Cuando dice que acabará con el “régimen de Biden” está deslizando que la democracia estadounidense es una tiranía, que es exactamente lo que él impondría en su país (y en todos) si pudiera. La conclusión es fácil: la cara dura de este autotitulado sinvergüenza no tiene límites, pero eso ya lo sabíamos. Como buen publicista político, no habla para todo el mundo: se dirige a los tontos y a los crédulos, que es lo que hacen todos los populistas (término demasiado suave para Bannon), confiados en que, como bien dice el Eclesiastés, el número de los tontos es infinito. Igual que su maestro Goebbels, tiene perfectamente claro que una mentira mil veces repetida fácilmente se convierte en una verdad. Porque tenía razón Kant: lo importante no es la realidad sino la percepción que tenemos de esa realidad. Es decir, que lo que cuenta no es lo que sucede de verdad sino lo que conseguimos que la gente se crea.

En España sucede algo parecido, sigan fijándose. Los españoles sabemos esto bien, porque para nosotros “el régimen” es una expresión que se asocia automáticamente al franquismo. No a otra cosa. Es un hombre del régimen, se dijo durante décadas, y eso lo mismo podía ser un elogio que una descalificación, depende de quién lo dijese. Lealtad al “caudillo” y a su régimen era otra expresión muy usada. Pero ¿y ahora?

Pues ahora se habla (algunos lo repiten sin cansarse nunca) del “régimen del 78” para referirse a la democracia constitucional que nos dimos a nosotros mismos hace ahora 43 años. Eso, para nuestro entendimiento colectivo, sugiere que nuestra democracia no es tal, sino una tiranía, una opresión y una dictadura. Un “régimen” como aquel. Es exactamente lo mismo que hace Steve Bannon. Ese shameless, ese scoundrel, ese sinvergüenza. Y aquí ¿quién usa esa expresión malsana y mentirosa, eh?

Pues está claro. Los secesionistas catalanes y, en el resto del país, algunos restos, muy pocos, de la extrema izquierda. Hasta donde yo sé, nadie o casi nadie más.

Si se dan cuenta, esa palabra envilecida es, en realidad, un indicador muy certero. Quien usa el término “régimen” para referirse a una democracia, o “régimen del 78” para motejar a la nuestra, es que quiere acabar con ella. Eso casi nunca falla. ¿Y para poner, en su lugar, qué? Pues fíjense ustedes en Steve Bannon. Difícilmente van a encontrar un ejemplo mejor.

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