Aunque las bolsas parecen descontar que a la guerra le queda poco, lo cierto es que hemos superado ya las tres semanas de invasión y se demuestra, una vez más, que casi siempre quien inicia el conflicto bélico piensa que va a ser de corta duración y subestima la resistencia y los apoyos del enemigo. Todo apunta que a Rusia le ha pasado lo mismo. Y si lo vemos desde una lógica puramente económica, el que Ucrania no se haya rendido ya es una mala noticia. Sin embargo, esa es una visión cortoplacista. Ante la agresión rusa, desde Occidente se podían haber tomado, básicamente, tres medidas: asumir la invasión sin castigar a Rusia (o castigándola de forma tímida como se daba por hecho a las pocas horas de iniciado el conflicto, y como ya pasó cuando se anexionó Crimea), intervenir militarmente en apoyo de Ucrania (esa fue la postura que, emocionalmente, muchos reclamaban las primeras horas) o, como finalmente se hizo, iniciar una guerra económica que asfixie la economía rusa y le lleve a recapacitar.
Es pronto para saber con toda seguridad cuál de las tres opciones es la mejor, y quizás nunca lo sepamos, pero creo que la última es la menos mala. La primera sería la más cómoda: abandonar a los ucranianos (al fin y al cabo nadie tenía firmado ningún tratado de auxilio militar al país) a su trágico sino de ser invadidos. A corto plazo, seguramente la que menos coste produce en vidas y en dinero. ¿Problema? Más allá de que éticamente resulta injustificable no hacer algo cuando agreden a alguien ante nuestros ojos, sería un error geopolítico y estratégico enorme. En un mundo donde dos de las tres mayores potencias militares están en manos de gobiernos autoritarios, dejar que uno de ellos aplaste a otro sin reaccionar equivaldría a cometer el mismo error que perpetraron los gobernantes de Reino Unido, Francia, Estados Unidos… al dejar que Hitler fuera anexionándose territorios sin hacer nada. De hecho, la situación es muy similar: la Alemania nazi y la URSS de Stalin llegaron incluso a aliarse, a pesar de las diferencias ideológicas, para ampliar sus fronteras a costa de Polonia. Poco se diferencian de la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping (¿quién dice que no han pactado uno quedarse con Ucrania y otro con Taiwan?): dos potencias imperialistas con objetivos comunes, y que son conscientes que sólo Estados Unidos puede frenarles.
La segunda opción, que incluso podría implicar una guerra mundial nuclear (y que, por desgracia, no se puede descartar del todo) creo sobra explicar por qué no es adecuada.
La economía está empeorando porque estamos dañando las transacciones comerciales, que son la base de la prosperidad del mundo desde hace décadas, si bien debemos tener en cuenta que el sacrificio podría merecer la pena
En cuanto a la tercera, la guerra económica que Occidente ha desplegado contra Rusia, es la menos mala aunque, como la guerra bélica, también tiene víctimas. Pero sería una frivolidad equiparar las muertes de los ucranianos bajo las bombas a los de los consumidores occidentales que ven cómo la tendencia alcista de los precios, iniciada ya hace meses (y perjudicada en España por las alzas fiscales y la mala gestión del presupuesto público), se acelera. Por supuesto la economía está empeorando porque estamos dañando las transacciones comerciales, que son la base de la prosperidad del mundo desde hace décadas, si bien debemos tener en cuenta que el sacrificio podría merecer la pena si el objetivo (que a ningún país se le ocurra nunca empezar una guerra ilegal porque los beneficios, aunque triunfe bélicamente, serán menores que los prejuicios económicos) se cumple.
No sabemos aún si esto servirá pero está claro que algo había que hacer, y que algunas consecuencias positivas (como la mayor unión europea o la concienciación del problema de la dependencia energética) ya ha habido. Y no olvidemos que, a pesar de lo duras de las sanciones y de las nefastas consecuencias económicas para todos, no se ha llegado al extremo de parar el comercio de gas y petróleo, como algunos propugnan, con lo que aceptamos un coste sin llegar a unos extremos que no sean asumibles.
Es muy evidente para todo aquel que no sea un fanático de Putin, que él pretende negociar sobre hechos consumados obtenidos a través de su supuesta superioridad militar
Circula por las redes la coletilla de “si las sanciones son contra Putin, ¿por qué parece que sean contra mí?”. Pues porque todo está conectado; incluso sin sanciones, el que dos grandes productores agrícolas mundiales y el mayor suministrador de gas a Europa entren en guerra, también hubiera disparado muchos precios, como le pasó al coste de barril de petróleo cuando Irak invadió Kuwait en 1990. No es algo nuevo que países que no participan directamente en una contienda acaben viendo mermada su propia economía ante un escenario bélico cercano. En la Segunda Guerra Mundial los ciudadanos de Suiza o Suecia, a pesar de la neutralidad de sus países, también tenían cartillas de racionamiento. Tampoco es original el concepto de guerra económica: ¿Qué porcentaje del colapso de la URSS se debió al enorme gasto militar al que le obligó el intentar competir con los gobiernos estadounidenses que, en su carrera armamentística, llegaron a poseer un arsenal tan exagerado que podía destruir el planeta varias veces? Eso sí, esperemos que no hagan falta décadas -ni la construcción y despliegue de miles de misiles nucleares- para derrotar a Putin.
A los que insisten en que lo que hay que hacer es negociar, sólo queda apuntar que ya se dialoga hace muchos días pero es muy difícil creer en la voluntad de negociación de un bando que no deja de machacar, literalmente, al país con el que se pretende llegar a un acuerdo justo para las dos partes. Es muy evidente para todo aquel que no sea un fanático de Putin, que él pretende negociar sobre hechos consumados obtenidos a través de su supuesta superioridad militar. Exactamente como hizo Hitler una vez conquistó Francia: propuso la paz a Reino Unido siempre y cuando aceptara las nuevas fronteras de Europa. Sin la férrea oposición de Churchill, se hubiera aceptado con el argumento de librarse de los bombardeos y de una posible invasión. Ucrania con su valentía, y gracias al apoyo de las medidas de Occidente que tanto están dañando a la economía rusa, está pudiendo negociar desde una posición que no es la de vencido humillado que buscaba Putin.
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