La muerte de Masha Amini, tras ser detenida por la policía de la moral al no llevar bien colocado el velo, ha desencadenado una rebelión en las calles de Teherán. En la sociedad del consumo y la adicción a la exposición mediática habrá políticos que salgan a condenarlo. Algunos incluso parecerán escandalizados desde su férrea inacción. Es lo único que se exige en España a un político respecto de un hecho atroz. Que lo condene. Unas palabras ambiguas o rotundas cubren con el manto de la legitimación a cualquiera para que continue ignorando el problema o que incluso lo apoye. La sociedad emocional colmena de las redes sociales y los medios quizá pidan medidas contra el Gobierno, como si la opresión tras el hijab fuese un problema únicamente de Irán y no del Islam.
Ahora que por fin cobra el protagonismo en medios que realmente tiene, es hora de que en Europa se abandonen las consternadas, repetitivas y estériles condenas para denunciar la realidad detrás del velo.
El hijab no es un inofensivo símbolo religioso, como insinuó Macron en las últimas elecciones frente a Le Pen. El velo no es una prenda escogida libremente por las mujeres como forma de expresar su identidad religiosa. No hay libertad cuando a pesar de no existir imposición legal, sí hay un clima social que desprecia y juzga a la mujer que no lo lleva puesto. Donde se considera mejor musulmana a la que se cubre con él, como símbolo de una sumisión que no es en realidad a Dios. El velo es una sociedad donde el acoso sexual y la violencia sobre las mujeres es tan habitual como feroz. El velo identifica el grado de poder de un sistema que oprime a la mujer, a la que denigra y subordina al hombre.
Pero el velo representa principalmente la sumisión a un sistema de normas y leyes religiosas, un sistema de poder distinto por encima de cualquier otro régimen jurídico. Bajo una misma religión hay una misma ley, un mismo poder. Así se entendió desde los Reyes Católicos. El peso de ese símbolo de poder recae sobre la cabeza de la mujer, pero la sumisión es de toda la sociedad.
La activista exiliada iraní, Masih Alinejad, cree que si cae la prohibición del hijab en Irán, el régimen caerá. Por la misma razón la proliferación del velo en pueblos y ciudades en Francia o en España, indica el grado de vigencia de la ley española y por tanto el nivel de protección de la misma. Este es el diferente trasfondo del velo en Europa respecto de la reivindicación de las mujeres en los países islámicos. De momento este año Suecia no puede considerarse uno de ellos.
Desde Bruselas se financian campañas en favor del hijab como fuente de felicidad. “Trae alegría, acepta el hijab”, fue el anuncio patrocinado del año pasado mientras la alemana Presidenta de la Comisión Europea Úrsula Von Der Leyen recomendaba felicitar las fiestas en lugar de la Navidad, como medida de “integración”. Adujo que no todos en Europa son cristianos. En Cataluña, donde se ha fomentado la inmigración no castellanohablante hasta ser un preocupante foco de salafismo en Europa, la Generalidad hizo una campaña este verano para enseñar el nombre en catalán de los distintos tipos de velos que cubren íntegramente el cuerpo de la mujer. Y la Ministra de Igualdad identifica el hijab como símbolo de diversidad y libertad de la mujer musulmana.
De forma errónea estas políticas se interpretan como el absurdo, el enloquecimiento o el suicidio de Occidente. El velo en Europa es un arma de destrucción de la identidad occidental o al menos de lo que queda de ella o un día fue. Este es el motivo por el que su proliferación es defendida desde ciertos dirigentes, especialmente desde la izquierda radical. Una Europa, una España, una Cataluña sin identidad española, que destruye todo vestigio de una civilización y una cultura, que fue y aún es cristiana. Donde el humanismo recuerda el valor de la persona y su necesidad existencial a vivir con dignidad y participar de los asuntos públicos. Defender la proliferación del velo en Europa persigue la destrucción de la identidad propia para posibilitar la sumisión al sistema de poder que decida la última agenda, con vocación de religión.
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