Pasaron las elecciones andaluzas. Victoria impecable e histórica del candidato popular, Juanma Moreno Bonilla, con unas formas y un lenguaje de personalidad de centro, de forma que resulta imposible que pueda asustar absolutamente a nadie. Cuyo correlato estuvo en la debacle del candidato socialista Juan Espadas, que, por primera vez en cuarenta años, cedió al PP la plaza electoral de Sevilla entre otros pésimos números; y también, las izquierdas populistas, divididas y quebradas entre sí, ofrecieron un lamentable espectáculo: de diecisiete diputados en 2018, pasaron directamente a siete.
Es seguro que la irrelevancia de Vox es una gran noticia. Durante más de tres años ha sido el remoquete cotidiano lanzado por el PSOE a todas horas: la advertencia de que el PP únicamente se encontraba en condiciones de gobernar en un pacto con Vox. Se trataba de una auténtica pesadilla que condenaba a la política española a un callejón sin salida. Pues todos sabíamos que por el lado de la izquierda la única posibilidad de repetir mayorías parlamentarias no era otra que reiterar la entente con Unidas Podemos, con ERC y con Bildu; es decir, con lo peor de cada casa. Esta vez las cosas pintaban igual, al grito del PSOE de que viene la ultraderecha para intentar asustar al electorado andaluz, por otra parte bien capaz de ver con quien gobierna Sánchez. Y así el PP le ha dado la vuelta al argumento: vota PP de manera que no se tenga que depender del populismo desvergonzado y chillón de la ultraderechista Macarena Olona, encasquetada con la pavorosa Meloni, líder de la ultraderecha italiana. Y así los populares además de situar al partido en una posición de rechazo al populismo extremista, sitúan también al PP en el centro de la disputa contemporánea, es decir, a los defensores de las democracias liberales frente a los regímenes autoritarios.
Todo esto es lo que se ha producido en las elecciones de Andalucía. Tanto advertir de la llegada del lobo en forma de Vox y más Vox, que al final el lobo llegó pero no como imaginaron en el PSOE; llegó en forma de trasvase de votos de PSOE –se calcula que en más de 200.000 votos- al PP, precisamente para evitar la presencia machacona de Vox. Es decir, es el PP quien se convierte en partido absolutamente ganador y deja a la izquierda sumida en una crisis cuasi existencial, provocada por ella misma. Desde hace mucho tiempo, todo indicaba que la izquierda vivía mejor contra Vox.
Los acuerdos inmorales con Bildu o con ERC son una tropelía de tal calibre que hace mucho que restan al PSOE, y que resultan sencillamente incomprensibles para una mayoría de españoles
Y así, podemos vislumbrar la ruptura de esa ecuación que pretendía bloquear un cambio de mayorías parlamentarias. Al PP, Vox se le convierte en un ser políticamente irrelevante, que no sirve para sumar, lo que es tanto como decir que no sirve para nada. Por la izquierda, lo que se detecta con clamorosa claridad es la crisis de Unidas Podemos, crecientemente demediada, y con un espacio para Yolanda Díaz que se hace incomprensible, e incluso hace dudar seriamente sobre su existencia. Recuerda cada vez más a la marginal Izquierda Unida del pasado que tantas dificultades sufría para alcanzar un 10% de votos a escala española. Son demasiadas tensiones internas, demasiadas derrotas electorales estrepitosas, demasiados conflictos con sus propios compañeros, o compañeras, de gobierno. Y es bien previsible que la conflictividad con el ala socialista del gobierno vaya a más, que es tanto como decir que las relaciones se van a ver crecientemente complicadas. Finalmente, los acuerdos inmorales con Bildu o con ERC son una tropelía de tal calibre que hace mucho que restan al PSOE, y que resultan sencillamente incomprensibles para una mayoría de españoles; sean de izquierda o sean de derecha.
Es decir, todo apunta a una situación en que el PSOE se va a ver crecientemente interpelado. Con una situación económica que cualquiera entiende ganará en gravedad pasado el verano, con una subida de tipos de interés del Banco Central Europeo que apunta directamente sobre nuestra deuda desbocada y con una nula ortodoxia financiera gubernamental, con una inflación disparatada, con una situación explosiva en el Magreb, tanto en Marruecos como en Argelia; entre mil y un problemas que acechan crecientemente al ejecutivo es difícil imaginar un clima de tranquilidad en lo inmediatamente venidero.
No, no es bueno tirar por la borda la soberanía nacional, o dejarla en manos nacionalistas. Tarde o temprano, la izquierda que enfila tal camino acaba en una crisis terrible
Claro, se trata de saber cómo este Gobierno tiene pensado seguir ganando tiempo. En sus palabras, el empeño en “agotar la legislatura” a todo precio. Desde luego, si eso se traduce en seguir como hasta ahora, incapaz de dirigirse a la sociedad española a transmitir lo que hay, con unos aliados o en crisis –caso de Unidas Podemos- o directamente indeseables –caso de Bildu y ERC-, sólo podemos esperar un empeoramiento crecientemente mayor de nuestro país.
No, no es bueno tirar por la borda la soberanía nacional, o dejarla en manos nacionalistas. Tarde o temprano, la izquierda que enfila tal camino acaba en una crisis terrible, lo hemos visto en otros países próximos, en que sus electores dejan de reconocerse en sus siglas. Es así como empieza una crisis política cuya salida suele ser el cambio político hacia zonas más templadas, más moderadas, y que resulten capaces de apelar a todos los ciudadanos en una manera transversal.
Es probable que sea ahí donde ahora nos estemos empezando a encontrar. En la reivindicación del orgullo de estos cuarenta y cinco años, con la Transición, con la Constitución del 78, pieza maestra de nuestra democracia en la que todos cabemos, con la convicción de nuestro enorme avance como país en ese plazo de tiempo. Y sobre todo con el empeño en defenderlo, en no regalarlo, porque sucesores que somos de una larguísima fila de personas que nos precedieron, no tenemos derecho a ceder lo que con tanto esfuerzo y generosidad se creó.
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