El verdadero consenso que existe en España no es el del 78, sino la aceptación de que la izquierda sea la única que decida qué es el bien y el mal, como antaño hizo la Iglesia. Quién, cómo y cuándo puede acceder al poder, que entienden sólo les pertenece a ellos.
El mayor logro de la izquierda ha sido que la oposición asumiese las “verdades absolutas”. Le ha hecho creer que realmente es arrinconada por un motivo razonable en ese ejercicio sádico de doma, de maltrato ideológico. En ese momento la víctima, cuya voluntad se ha eliminado, sólo busca probar su inocencia de los calificativos que recibe, dedicando a ello todas sus acciones al pensar que así dejarán que juegue en un rincón del patio y quizá algún día le permitan que se una al fútbol un rato. El día soñado, el anhelo de quien sufre y acepta un acoso.
El Partido Popular lleva años buscando ese día en el que reciba titulares elogiosos por parte de quien alardea de criticarlo para justificar su presencia en los medios, mayoritariamente de izquierdas. Y sobre todo, de recibir la felicitación del PSOE "por su actitud de partido de Estado", el eufemismo para recalcar que su labor es estar en la oposición apoyando a un Gobierno socialista que no lo consulta.
El PP no quiere pactar un Gobierno con Vox en Castilla y León, ignorando el resultado de unas urnas que impusieron sin motivo alguno, porque temen que el PSOE les llame ultraderecha. ¿Y cuándo no lo han hecho? "No podemos permitirnos el lujo de darle hecha al PSOE la campaña de identificarnos con la extrema derecha, es de hecho la única arma que tiene la izquierda contra el PP”, recoge El Mundo que afirman sectores del PP.
Las políticas de desprecio de la izquierda no se dirigen al PP, ni a Ciudadanos, a quien no han elogiado hasta que han acabado con él, ni a Vox, sino a las personas que representan
En el momento que la dirección de tu política y tu estrategia se basa en evitar la crítica de tu adversario, quien te desprecia, das la espalda a tus votantes, que humillados por los amigos que anhelas, se sienten abandonados. Porque las políticas de desprecio de la izquierda no se dirigen al PP, ni a Ciudadanos, a quien no han elogiado hasta que han acabado con él, ni a Vox, sino a las personas que representan.
La única estrategia de Casado este último año y medio ha girado en torno a evitar que la izquierda le llame ultraderecha, sin darse cuenta de que Sánchez se lo gritaba con mofa y desdén cada vez que le hacía alguna pregunta de líder de la oposición. Nada desprecia más el abusador que la debilidad, es lo que realmente decide la elección de sus objetivos y no ninguna de sus ideas o características. La estrategia multierrada consiste en forzar que Vox se abstenga, le apoye gratis, porque de lo contrario, como si de un chantaje se tratase, le culparían de entregar el poder al PSOE.
Tres cosas fallan en ese argumento que frustrarán el objetivo del PP de formar gobierno en solitario. La primera es que presume de que Vox adolece de sus mismos miedos y decide su actuación con base en lo que puedan pensar de ellos sus adversarios. Tampoco ningún votante del partido de verde compraría esa argumentación, porque el precio a pagar, en caso de aceptarla, es asumir que su voto no vale nada para el PP, salvo que sea muy numeroso. Lo que nos lleva al segundo fallo de dicho argumento. Imponer la abstención a los de Abascal o ceder el poder al PSOE es un incentivo de voto a Vox. Si su voto sólo va a ser tenido en consideración en el caso de que el resultado sea aplastante, buscará que lo sea manteniendo su voto. Y aquí aparece el tercer y definitivo fallo que explica el problema de fondo sin el cual no se entiende nada de lo que está sucediendo en la derecha.
La batalla cultural más importante es que se interiorice el lema ¿a quién le importa lo que diga la izquierda de mí?
Existe una firme voluntad en el votante de centroderecha de que sus opiniones, principios y creencias dejen de estar estigmatizadas en el espacio público por quienes lo están degradando. Que la izquierda deje de decidir qué está bien o mal, entre otras cosas porque son los menos indicados. Por lo que no aceptar un cordón sanitario sobre Vox es una cuestión de supervivencia, incluso moral, no sólo para sus votantes, sino para todo el centroderecha y quienes defienden los principios democráticos. Cortar ese cordón o impedir que se consolide liberará el espacio público de las cadenas de la agenda progresista tan alejada de la realidad de los ciudadanos.
Alguien que representa el espíritu de libertad de la movida madrileña del siglo XXI, Isabel Díaz Ayuso, ha denunciado por fin esta situación pidiendo que se actúe sin permitir que sea la izquierda quien decida las políticas, los movimientos y ahora los pactos que haga la derecha. La batalla cultural más importante es que se interiorice el lema ¿a quién le importa lo que diga la izquierda de mí? Aunque para ello se requiere una firme convicción en la superioridad de tus ideas y tus principios morales. El primer requisito para ello es precisamente tenerlos.
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