Que nadie se alarme. No es que la primavera afecte a la gente hasta el punto de andar timándose por la rue con el primero que pase, aunque puede darse el caso. Pero no se hagan ilusiones. Si hoy se cruza con alguien cuando acuda a votar, lo más probable es que alguien a quien no conozca de nada lo mire fijamente y le guiñe un ojo. Derecho o izquierdo, da igual, porque en esto las ideologías no cuentan. Eso, exceptuando a los que, pobrecicos, lleven un ojo de cristal, que harán lo que puedan y no debemos exigirles un esfuerzo superior al del resto de sus paisanos.
El asunto es que en estas elecciones parece ser que los servicios monclovitas de al loro con lo que pasa han detectado un fortísimo ataque de complicidad ciudadana, cosa temible para según quién
El asunto es que en estas elecciones parece ser que los servicios monclovitas de al loro con lo que pasa han detectado un fortísimo ataque de complicidad ciudadana, cosa temible para según quién. Se conoce que en el último año y medio – pongamos dos – el sano pueblo de Madrid ha ido incubando una especie de contagio que se ha ido incrementando con la pandemia, el confinamiento, la ocultación de muertos, de cifras, las compras fantasma que no constan, los comités científicos que jamás existieron, el “no sabíamos qué hacer, así que los encerramos” dicho por Simón, el “salimos más fuertes” o “el virus ya ha sido vencido” del presidente, los comercios que han peleado como jabatos, las críticas a la sanidad pública siempre que fuera madrileña, los sabotajes al Zendal, los bulos, las balas, las bilis, la mala bajandí, los escoltas que se convertían en vecinos arroja piedras, las isobaras que se quedaban patidifusas preguntándose como podían votar a una candidata determinada desde una televisión que tiene de todo menos de pública, en fin, el acabose, el despiporre, el cachondeo padre, y, siempre y sobre todos, los muertos.
Esos muertos que fallecían en residencias responsabilidad del gobierno central y que ahora pretenden endosar al autonómico, esos muertos que todavía no sabemos cuántos han sido, esos muertos que nos reprochan desde arriba nuestros aplausos cobardicas, nuestras cancioncitas de púberes alocadas, esas manualidades pueriles extraídas de tutoriales de YouTube.
Esos guiños de los médicos que acabaron destrozados de cuerpo y alma, de los policías que fueron nuestros ángeles de la guarda, de militares que echaron manos y brazos y todo lo que tenían para llevar su esfuerzo a sus compatriotas, todos esos igual le guiñan el ojo cuando usted acuda a la urna para hacer lo que más temen todos los totalitarismos mundiales
Los muertos no votan, exceptuando en las dictaduras, pero los que tenemos la suerte de estar vivos sí podemos hacerlo. A lo mejor, esos guiños del vecino del rellano, de la vendedora de la esquina, del propietario del bar, del amigo que se quedó en paro y le prometieron que nadie se quedaría atrás y ahora está que le deben y no le pagan y, además, en la puñetera calle, esos guiños de los médicos que acabaron destrozados de cuerpo y alma, de los policías que fueron nuestros ángeles de la guarda, de militares que echaron manos y brazos y todo lo que tenían para llevar su esfuerzo a sus compatriotas, todos esos igual le guiñan el ojo cuando usted acuda a la urna para hacer lo que más temen todos los totalitarismos mundiales.
Votar libremente. Sin cortapisas, sin coacciones, sin más interés que el suyo y el de su tierra, sin otra preocupación que la de que las cosas mejoren, porque pueden mejorar. Ese guiño es más que un guiño, es un farol encendido, es una puerta a la esperanza, es un deseo de decir que este martes puede ser el inicio de algo nuevo, de algo bueno, de algo que suponga cambiar de escenario, de obra y de personajes más allá de Madrid. Ustedes son muy libres de depositar la papeleta que gusten, pero sería bonito que mañana, cuando los satélites meteorológicos – perdona, madame isobaras – pasen por encima de nuestra patria viesen como Madrid le guiña el ojo al resto de territorios que la componen, en clara alusión a que esto no es, parafraseando a Winston Churchill, el principio del fin sino el final del principio.
Que ustedes lo voten bien y permítanme que les guiñe el ojo.
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