Quizá sea cierto aquello de que no hay mal que por bien no venga. El Brexit, sea finalmente pactado o por las bravas, ya ha tenido una primera e inesperada consecuencia: reavivar la conciencia europea de los 27 Estados miembros que, con una encomiable unidad frente a las pretensiones británicas, se han empeñado en proteger el modelo de integración y en demostrar a su ciudadanía el valor añadido de la Unión Europea.
Cuando por una ajustada mayoría los británicos decidieron en referéndum que se iban cundió el pesimismo. Una mayoría aplastante de analistas pronosticó entonces que la UE, a causa de la pérdida de un socio tan relevante, se hundiría sin remisión en una crisis de identidad, origen a su vez de su descomposición y consiguiente desaparición.
Ciertamente, y como afirma el informe del Consejo Federal del Movimiento Europeo sobre la legislatura que está a punto de concluir, la salida británica constituyó el primer órdago a la idea federalista de la integración progresiva de Europa. Sin embargo, se ha revelado como un error político de primera magnitud, sumiendo al Reino Unido en una crisis política sin precedentes. Ese mal ejemplo ha servido para que se descarte en el corto y medio plazo el efecto contagio a otros Estados miembros.
Gracias a las tensiones por el Brexit se han cambiado radicalmente los parámetros de la VIII Legislatura que ahora termina. En primer lugar, porque se ha puesto en marcha la política común de defensa, primer paso de Europa hacia su “independencia” de Estados Unidos. Han sido precisos los desplantes y el desdén del presidente Donald Trump para convencerse de que al antiguo aliado, amigo y líder de lo que se ha dado en llamar Occidente no le gustamos. Esa convergencia, pues, de Brexit y de neoegoísmo americano, ha servido para que los europeos tomen al fin conciencia de que son mayores de edad para ocuparse de sus intereses y contrarrestar las amenazas, sin esperar a que los norteamericanos vengan a sacarles las castañas del fuego.
La convergencia del Brexit y el neoegoísmo americano ha servido para que los europeos tomen al fin conciencia de que son mayores de edad
Además de conformar una auténtica política de defensa y seguridad europea, los 27 se han puesto manos a la obra para desarrollar la correspondiente industria militar con fines duales, esto es con aplicaciones civiles. Los europeos han dado, pues, un paso importante para transformarse de clientes de gran parte de los ingenios americanos a socios de los futuros proyectos genuinamente europeos. La causa principal de no haberlo hecho antes eran las consabidas resistencias británicas. Como también fue la persistente negativa de Londres la que imposibilitó que la UE pusiera en marcha el Pilar Europeo de Derechos Sociales, una iniciativa muy relevante, que añade al proceso de integración europea la hasta ahora aparcada dimensión social.
Logros y resistencias a la cesión de soberanía
Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, se fijó diez objetivos al principio de su mandato en 2014. Un exhaustivo estudio del Movimiento Europeo evalúa el grado de cumplimiento de los mismos y reconoce que la mayor parte de ellos se han cumplido total o parcialmente. Empleo, crecimiento e inversión; mercado único digital; diversificación de las fuentes de energía para enfrentar el cambio climático; mercado único reforzado; una política comercial que defienda el sistema multilateral, claramente combatido por Estados Unidos, y un desarrollo democrático institucional y de la sociedad civil europea, componen el haber de la Comisión y el Parlamento Europeo al final de estos cinco años.
En la parte negativa, por no alcanzar los objetivos propuestos, cabe situar el estancamiento de la reforma de la Unión Económica y Monetaria, especialmente en lo que respecta a la falta de capacidad presupuestaria para la zona euro, además de la más que deficiente representación exterior de la moneda común. Más visible incluso es la persistente carencia de una verdadera política común de inmigración y asilo. Los Estados siguen resistiéndose a ceder soberanía en este espinoso asunto, de forma que la lucha contra las mafias que trafican con personas sigue aún muy lejos de alcanzar una eficiencia aceptable.
Las cruciales elecciones europeas del próximo mes de mayo se encontrarán, pues, con el desafío de ahormar una Unión Europea más estrechamente unida. El reto principal será preservar el multilateralismo comercial, una vez constatado que Trump quiere aniquilar la Organización Mundial del Comercio (OMC). Será difícil, sobre todo si, cuando se renueve el Colegio de Jueces de Arbitraje de la misma, la UE pierde la actual mayoría y Estados Unidos impone una alternativa destructiva.
Para España, estas elecciones son una oportunidad de recuperar peso en las instituciones de la UE en las que nuestro país lleva mucho tiempo infrarrepresentado
Con todo, las cartas están boca arriba, de forma que los ciudadanos europeos podrán decidir con sus votos el destino de sus vidas. Aunque las cuitas meramente nacionales puedan opacar la importancia de lo que está en juego, los partidos deberían clarificar en sus programas si quieren o no avanzar en la construcción de una Europa más fuerte, justa, social y solidaria, que asuma los gastos que comportan defenderse tanto de quienes quieren destruirla como de los que intentan imponerle una globalización salvaje.
Con respecto a España, parece fundamental que no vuelva a ser considerada por sus socios como el miembro enfermo al que hubo que ayudar con 100.000 millones de euros, perdiendo con ello su libertad de autonomía y viéndose sometida al escrutinio implacable de “los hombres de negro”. El termómetro que demostrará si hemos recuperado el respeto de los demás socios lo marcará la elección de los grandes cargos que habrán de renovarse en la nueva legislatura: presidencia de la Comisión y las comisarías, presidencia del Consejo Europeo y presidencia y altos cargos del Banco Central Europeo. Instituciones decisivas en la arquitectura política de la UE, en las que España ha estado mucho tiempo infrarrepresentada.
Con los nuevos equilibrios que salgan de esas elecciones, será el momento de abordar la necesaria reforma de los Tratados que conforman el entramado legal de la Unión Europea. Como recuerda Francisco Aldecoa, presidente del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, es una reforma imprescindible. A su juicio, este debate electoral se diferencia de los anteriores en que gira en torno al compromiso federalista real de los Estados miembros, es decir, sobre quienes están realmente comprometidos para seguir en el futuro con la “Unión cada vez más estrecha”. Será el momento de hacer patente en las urnas que los fracasados ultranacionalismos y populismos no son en absoluto la solución para el mundo de hoy.
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