Las elecciones legislativas italianas han encumbrado al primer gobierno de derecha extrema en Italia, un siglo después del ascenso al poder de Benito Mussolini, en 1922. Lo paradójico es que la coalición de derecha extrema tuvo un porcentaje de votos (43%) inferior a la suma de lo que aparentemente constituye el bloque de centro-izquierda (49%): Enrico Letta-Giuseppe Conte-Matteo Rezi. Este hecho ha pasado desapercibido en los análisis patrios, y es muy importante. La deslealtad continuada de Matteo Renzi hacia el gobierno de Giusseppe Conte, al que dejó caer, y la negativa del Partido Democrático de integrar en su bloque al Movimiento 5 Estrellas de Giusseppe Conté, al que daban por desahuciado, junto con una ley electoral que premia a la coalición ganadora, hicieron el resto.
Sin embargo, desde mi punto de vista, muy personal, es indudable que existen una serie de factores estructurales, de naturaleza económica, que son los que han facilitado la victoria del partido de Hermanos de Italia, el gran triunfador, con un 26% de los votos. La Liga de Salvini y el PP italiano son irrelevantes.
El primero de esos factores es, sin duda, la ausencia de una alternativa económica del bloque de la izquierda frente al paradigma económico dominante, el neoliberalismo. ¿Cómo es posible que a fecha de hoy ningún partido socialdemócrata europeo haya salido a criticar la locura del Banco Central Europeo de frenar una inflación de oferta aumentando el desempleo?
La socialdemocracia se olvidó de la clase trabajadora
Stephanie Mudge, profesora de Sociología en la Universidad de California, lo explica meridianamente en su libro “Leftism Reinvented: Western Parties from Socialism to Neoliberalism” (2018, Harvard University Press) que ya detallamos en estas líneas. Cuando la actual ortodoxia económica se impuso, la economía cambió, y los partidos de izquierda cambiaron con ella. De esta manera, el mercado se convirtió a mediados de los 90 en la entidad más poderosa de la política democrática occidental, y esta evolución ha resultado más sorprendente y peligrosa en el ámbito de la socialdemocracia. Primero el SPD alemán, después el SAP sueco, pasando por el PSOE español, o el PSF de la segunda etapa de François Mitterand, todos ellos precursores de una tercera vía que alcanzó la apoteosis con el laborismo de Tony Blair y los demócratas de Bill Clinton.
Según este nuevo catecismo, las exigencias humanas y democráticas solo pueden satisfacerse ahora en la medida en que se sometan a las fuerzas inquebrantables del “mercado”, al que debe darse el máximo margen de acción para coordinar la gran diversidad de decisiones económicas y controlar con eficacia la demanda y la oferta. Obviamente, y así lo asumieron, el mercado no podía garantizar el pleno empleo, la justicia distributiva o la protección del medio ambiente. Como resultado, esta socialdemocracia poco a poco perdió su capacidad de representar de forma significativa a los grupos históricos de pobres, trabajadores y de clase media. Como corolario, la pérdida de peso político.
El euro y la guerra de Ucrania hicieron el resto
En el caso italiano, además, el problema se ve aderezado por el empobrecimiento masivo de sus ciudadanos tras la incorporación de la lira al euro. Recuerden el análisis que bajo el sugerente título “20 years of the Euro: Winners and losers” realizaron los economistas Alessandro Gasparotti y Mathias Kullas, del instituto alemán Centre for European Policy. Salvo Holanda, y, sobre todo, Alemania, en todos los demás países analizados, el euro ha provocado un descenso de la prosperidad, que alcanza su récord en Italia, con una pérdida de prosperidad cifrada en 4,3 billones de euros, 74.000 euros per-cápita, respecto a la alternativa de haber seguido utilizando la lira. Como corolario, la abstención alcanzó la cifra récord histórico desde que se celebran elecciones legislativas, y una parte nada substancial del voto de la clase trabajadora fue a parar a Hermanos de Italia.
Pasa igual en el resto de países europeos, pero desde una gran parte de la izquierda siguen sin darse por aludidos, y únicamente proponen cambios cosméticos frente al dogma del libre mercado, pero dentro de las reglas del juego que la actual ortodoxia económica ha establecido. La clase trabajadora nunca ha estado más desamparada que ahora desde la segunda guerra mundial: desigualdad, pobreza, salarios míseros, vivienda prohibitiva, hijos desamparados, vacío existencial,... Y todo ello ha sido muy bien aprovechado por los cantos de sirena de la derecha extrema
Por si todo eso fuera poco, se añade las consecuencias para los más desfavorecidos, para la clase trabajadora, de la guerra de Ucrania, donde muchos de esos partidos de izquierda de manera entusiasta han hecho un seguidismo, a modo de genuflexión, de la posición de estadounidenses e ingleses, sin analizar las consecuencias para su población. Esta guerra no va de democracia o autocracia, va de poder y de acumulación de capital. Y en vez de haber presionado hasta la extenuación al gobierno de Zelenski para que firmara un acuerdo de paz con Rusia a finales de 2021, se dejaron llevar por los cantos de sirena de una administración, la demócrata de Biden, que se ha acabado convirtiendo en una máquina perfecta de generación de gobiernos de ultraderecha en nuestra querida Europa. No hay otra opción. O de una vez por todas, la izquierda se centra en la situación de desesperanza que atenaza a la inmensa mayoría de la población, para lo cual debe enmendar la plana a la actual gobernanza económica, o la ultraderecha ocupará ese vacío.
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