Pedro Sánchez ha viajado a Nueva York prometiéndoselas muy felices. Su susurrador aúlico y su sociólogo de cámara le han asegurado que someter al país a las cuartas elecciones generales en cuatro años -vamos a unas por año, paga el contribuyente- le va a resultar muy rentable. Su pronóstico es que el PSOE saldrá reforzado, aumentando votos y escaños, también el PP, y todos los demás irán a la baja.
El mejor de los mundos posibles, regreso al bipartidismo, imposibilidad de que la investidura vuelva a fallar, Podemos sometido, Pablo Iglesias políticamente difunto, Albert Rivera tocado y desaparición de la necesidad del apoyo de los separatistas. Desde esta risueña perspectiva, el precio a pagar en forma de inestabilidad política, incertidumbre económica y desprestigio del sistema parece barato. Al fin y al cabo, el objetivo vital del doctor en funciones nunca ha sido el interés general, sino la conquista, disfrute y prolongación del poder.
El malo de la película
Sin embargo, estas halagüeñas previsiones, confirmadas de momento por los sondeos, pueden verse torcidas desde hoy al diez de Noviembre. El guión que Iván Redondo ha escrito y que el apuesto galán cum laude ha representado, dibuja a Sánchez como un estadista lleno de buena voluntad, ganador claro de los comicios anteriores, al que el resto de jefes de partido, contumaces, sectarios y egoístas, han impedido gobernar.
Por supuesto, en esta película el más malo entre los malos es el terrateniente de Galapagar, del que hemos sabido por propia confesión del actual inquilino de La Moncloa, que le quita el sueño. Los españoles, compadecidos del protagonista e indignados por el mezquino comportamiento de sus adversarios, le recompensarán con sus papeletas mientras los demás, salvo Casado que se ha mantenido en una posición menos beligerante, saldrán del trance notablemente debilitados.
No es descartable que un número apreciable de los confiaron en él en abril, se recluyan en la abstención u otorguen su voto a Podemos o a Cs
Esta hermosa historia con final feliz admite una narración menos grata y es la de que Sánchez, pese a disponer de varias alternativas para superar la investidura, ha maniobrado arteramente para despreciarlas todas en busca de una reválida más favorable sin importarle el coste de la operación -cada elección son doscientos millones de euros-, las repercusiones negativas sobre la evolución del PIB, el deterioro de la confianza en las instituciones y la mala imagen de España ante el resto de la UE y de Occidente en general. Si esta es la versión que acaba imponiéndose el candidato socialista se puede topar con la desagradable sorpresa de que los votantes, lejos de premiarle por su supuesta buena voluntad y su pretendida condición de víctima de la intolerancia ajena, le castiguen por su fingimiento y su atención exclusiva a su beneficio personal.
En este contexto, la oferta in extremis de Ciudadanos de abstenerse a cambio de tres premisas de lo más razonable, ha sido una finta habilísima que ha roto los esquemas monclovitas justo en el inicio de la precampaña, obligando a Sánchez a pronunciar la descarada mentira de que los requisitos exigidos ya se cumplen, bola de tales dimensiones que no dejará de tener efecto en el ánimo de los que se acerquen a los colegios electorales. No es descartable que un número apreciable de aquellos que optaron por confiar en él el pasado Abril, descontentos por su negativa sistemática a pactar con nadie y por sus engaños, se recluyan en la abstención u otorguen su sufragio a Podemos o a Ciudadanos. Si así sucediera, el audaz Secretario General del PSOE vería rotas sus ilusiones y pasaría de golpe de la gloria al fracaso. Cuando se abren las urnas, no hay que dar nada por seguro porque, al igual que las armas de fuego, las carga el diablo.
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