¿Han servido para algo las elecciones generales del 10 de noviembre? Muchas pueden ser las respuestas, pero casi todas van en la misma dirección: para acrecentar los problemas de gobernabilidad que ya tenía España tras el 28 de abril.
De ahí que resulte de una irresponsabilidad infinita la jugada en la que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, ha embarcado a todos los españoles. Sus asesores áulicos le convencieron de que no buscara un pacto, ni con la derecha ni con la izquierda, con la esperanza de obtener mayor rédito en una repetición electoral. Pero la estrategia se ha demostrado equivocada.
Si España fuera un país normal, Sánchez estaría hoy en su casa. Apostó todas sus cartas a ser aclamado en las urnas, y lo que ha recibido es un rapapolvo, se mire por donde se mire. La formación que dirige, el Partido Socialista, ha perdido tres escaños respecto al 28 de abril, se ha dejado por el camino 750.000 votos, en el Senado ha tirado a la basura su mayoría absoluta y, para colmo, las posibilidades de pacto ahora quedan mucho más reducidas: o reedita la fórmula 'Frankenstein' que le aupó hasta la presidencia o tendrá que buscar algún pacto con el Partido Popular.
Problemas para España
La torpeza de la jugada de Sánchez no es sólo nociva para los intereses de su partido, sino que mete a España en un lío mucho mayor que el de hace seis meses. Los resultados del 10-N hacen más ingobernable el país, dado que se pierde la opción de pacto con Ciudadanos. Además, Vox, un partido antieuropeo y con tintes de otra época, se coloca como tercera fuerza política con todo lo que ello supone.
Y, para rizar el rizo, los resultados dejan un Congreso de los Diputados más fragmentado que nunca, con 16 partidos presentes. Los españoles han visto, siguiendo el ejemplo catalán, que lo mejor para prosperar y sacar tajada es tener un partido regionalista/nacionalista que haga 'lobby' en Madrid, de ahí que en estos comicios se hayan reforzado partidos como Junts, PNV o Bildu, otros hayan resurgido de sus cenizas, como el BNG, y dos más se hayan incorporado a la fiesta, la CUP y Teruel Existe. Y a punto ha estado de irrumpir con un escaño Coalición por Melilla. En resumen: ante la falta de proyecto común, los españoles han optado por ir cada uno por su lado y decir aquello de "¿qué hay de lo mío?".
Sánchez se ha hecho un Cameron, un Chirac, un Mas... o un pan como unas hostias, que es lo que diría un castizo
Por tanto, es evidente que Sánchez va a pasar a los anales de la Historia como el político que, en vez de buscar soluciones, embarcó a España en una aventura que lo único que ha traído es más caos. Obviamente, y como tiene una flor en el trasero, no es descartable que haga de la necesidad virtud, pero los hechos son tozudos y quedarán ahí para siempre: Sánchez se ha hecho un David Cameron, un Jacques Chirac, un Artur Mas... o un pan como unas hostias, que es lo que diría un castizo.
La dimisión de Rivera
El otro político que sale escaldado del 10-N es, como es lógico, Albert Rivera. Ciudadanos pasa de 57 a 10 escaños, se deja por el camino 2,5 millones de votos y, lo que es más importante, pasa de ser una fuerza decisiva que podía haber formado gobierno con Sánchez a convertirse en totalmente irrelevante. Del cielo al suelo en seis meses. No se recuerdan debacles tan rápidas en la historia reciente de España, motivo por el cual anoche Rivera tenía que haber dimitido. Seguramente hoy lo hará, pero cuando uno recibe un revés de tal calibre no tiene que esperar a que la dirección del partido le eche. En esto, de nuevo, España sigue siendo diferente.
El desastre de Rivera era más que previsible desde comienzos de año y aquí lo hemos glosado con pelos y señales. Basta echar un vistazo a la hemeroteca de Vozpópuli para ver el cúmulo de errores de campeonato cometidos por Ciudadanos. En febrero, cuando se convocaron elecciones, Rivera se precipitó vetando al PSOE y, de paso, amputándose un brazo con vistas al escenario postelectoral del 28 de abril.
Tras esos comicios, en los que Ciudadanos subió como la espuma, Rivera descartó desde el principio cualquier posibilidad de acuerdo con Sánchez, a pesar de que por primera vez en la historia de España daban los números para formar una coalición limpia entre dos partidos y sin el concurso de los nacionalistas o independentistas.
Obcecado en que él había prometido a sus electores no pactar con Sánchez, Rivera no se dio cuenta de que tenía la ocasión de su vida y la oportunidad de llevar a España a otra dimensión política: la de acometer las reformas pendientes. Si Ciudadanos hubiera tenido olfato, hoy estaría gobernando con el PSOE y Rivera probablemente sería vicepresidente del Gobierno.
Vana ilusión de superar al PP
Sin embargo, Ciudadanos, que el 28-A se quedó a sólo 200.000 votos del PP, olió la sangre de su rival por la derecha y, en vez de convertirse en la muleta de Sánchez, sus líderes prefirieron agarrarse a la esperanza de doblegar al PP en las europeas, autonómicas y municipales del mes de mayo, con la vana ilusión de ser algún día el partido hegemónico del centroderecha. Por eso Rivera, el primer día que se sentó con Sánchez tras las elecciones de abril para ver las posibilidades de formar gobierno juntos, le espetó nada más empezar la reunión: "Que sepas que contigo no voy a ir ni a la esquina".
El problema es que unos días después llegaron las elecciones del 26 de mayo y la dura realidad: la brecha entre Ciudadanos y el PP, en lugar de estrecharse, se agrandó, pasando de los 200.000 a los 1,8 millones de votos. El sueño de ser el nuevo PP se alejaba, pero Rivera siguió con la misma estrategia y prefirió jugársela a la carta del bloqueo con la esperanza de cobrarse la revancha en unas nuevas elecciones generales.
Pasó el verano, Rivera pactó con el PP en todas las autonomías que pudo y siguió instalado en el 'no es no' a Sánchez. Las encuestas auguraban el desastre y, cuando Rivera vio que íbamos de nuevo a elecciones y que no pintaban bien, le entró el vértigo y se sacó una propuesta de último minuto que ya nadie se tomó en serio.
Los votantes no perdonan a Rivera que, estando delante de la portería, prefiriera mandar el balón a la grada en lugar de marcar el gol de su vida
Durante esta última campaña, Rivera ha reculado claramente, prometiendo que su partido contribuiría a desbloquear la situación tras el 10-N, fuera cual fuera el resultado. Sin embargo, los electores le han dado la espalda con contundencia. ¿Por qué? Porque no han perdonado a Rivera que, estando delante de la portería completamente vacía, prefiriera mandar el balón a la grada en lugar de marcar el gol de su vida. Los votos a Ciudadanos en abril fueron inútiles, y eso es el mejor reclamo para buscarse otro partido en el que depositarlos.
Si Ciudadanos hubiera entrado en el Gobierno a darle a España la estabilidad que necesita, seguramente podría haber exigido a Sánchez una de sus más antiguas reivindicaciones: cambiar la ley electoral para evitar que los nacionalismos excluyentes determinen la política española con un puñado de votos. Eso le hubiera evitado el desastre de ayer: Ciudadanos cosecha tres escaños menos que Esquerra Republicana (ERC) pese a contar justo con el doble de votos. Esa es una clara anomalía de nuestro país y ahora nos volverán a dar la matraca con ello, pero si hubieran hecho los deberes en su día podrían haber cambiado España ellos mismos. En su lugar, España ha decidido cambiarles a ellos. Así se escribe la Historia.
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