Opinión

La agonía de elegir

Isaiah Berlin hizo hincapié en “la necesidad y la agonía de elegir”. Claro que, si esas elecciones posibles desapareciesen, también lo haría la “libertad” de elegir y, por tanto, la

Isaiah Berlin hizo hincapié en “la necesidad y la agonía de elegir”. Claro que, si esas elecciones posibles desapareciesen, también lo haría la “libertad” de elegir y, por tanto, la libertad per se. Parece que Lincoln se vio sumido en esa necesidad y agonía cuando para abolir la esclavitud debía lograr que la dividida Cámara de Representantes aprobara la decimotercera enmienda, para lo que puso en marcha una serie de maniobras de naturaleza netamente vulpina: sobornos, halagos, amenazas y mentiras descaradas. Y cuando le preguntaron cómo podía conciliar tan elevada meta con procedimientos tan ruines, Lincoln recordó lo que aprendió trabajando de topógrafo en sus años de juventud:

La brújula señalará el norte verdadero desde donde te encuentres, pero no avisa sobre los desiertos, ciénagas y desfiladeros que encontrarás por el camino. Si, en la búsqueda de tu destino, te lanzas hacia él sin atender a los obstáculos y no consigues otra cosa que hundirte en una ciénaga..., ¿que utilidad tiene conocer el verdadero norte?

Más recientemente John Lewis Gaddis, en su libro Grandes estrategias (Editorial Debate, Barcelona, 2019), sostiene que el sentido común es como el oxígeno: cuanto más asciendes, más se enrarece. De ahí que el poder abra la puerta a cometer grandes idioteces. El enrarecimiento del oxígeno, la disminución progresiva de oxígeno en el aire, conforme se incrementa la altitud es un fenómeno bien conocido por los aviadores, que lo denominan mal de altura. El general Kindelán, fundador de la aviación española, lo detectó en Franco, su compañero de armas, después de haber contribuido de manera decisiva a su encumbramiento como generalísimo y Jefe del Estado en aquel aeródromo de Salamanca donde se reunió la Junta de Defensa Nacional el 1 de octubre de 1936.

En todo caso, como dice Gaddis, la “gran estrategia” debe prevenir que el poder abra la puerta a cometer grandes idioteces. Su definición según nuestro autor es “el alineamiento de aspiraciones potencialmente ilimitadas (los fines) con capacidades necesariamente limitadas (los medios)”. Porque si buscamos fines más allá de nuestros medios, tarde o temprano tendremos que redimensionar aquellos para ajustarlos a estos. Además estamos advertidos por Geofrey Parker de que “el éxito nunca es definitivo, ni permanece siempre en las mismas manos”. Y desde Clausewitz sabemos que una victoria sólo puede ser alcanzada si está bien definida y que cualquier intento de explotación del éxito más allá del punto culminante de la victoria conduce inevitablemente al desastre. El problema que Henry Kissinger identificó hace mucho es que “una vez al mando, los líderes no podrán recurrir a otro capital intelectual que el que hayan acumulado en su camino hacia la cima”.

Un periodista buen amigo, en su telegrama para el informativo Hora 14 de la Cadena SER dirigido al presidente de Ciudadanos, le decía ayer: "Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cuán presto se pierde el favor de los electores, vuelva a las lecturas inspiradoras como la de José Ángel Valente, quien en su poema Melancolía del destierro advierte cómo 'Lo peor es creer/ que se tiene razón por haberla tenido/ o esperar que la historia devane los relojes/ y nos devuelva intactos al tiempo en que quisiéramos/ que todo comenzase./ Pues ni antes ni después existe ese comienzo/ y el presente es su negación y tú su fruto,/ hermano consumido en habitar tu sombra/'".

Tendremos sentencia el lunes 14 de octubre. Pero el tiempo en que quisiéramos que todo comenzase se demostrará inalcanzable. Atentos.

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