Opinión

Elogio de Simone Weil, filósofa íntegra

Quizás lo más extraño y atractivo de su personalidad sea esa insistencia en vivir las cosas, en lugar de creer conocerlas mediante teorías de moda

Simone Weil trabajaba en una fábrica y malvivía sin necesidad -su familia era acomodada y ella profesora de secundaria-, para saber realmente qué era agotarse y pasar hambre; mientras, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y sus amigos soñaban la revolución del caviar con champagne en noches embriagadas de debates chispeantes, copas y ligues. Admito que esa rareza atrajo mi primer interés por esta filósofa, activista y mística poco conocida entre nosotros. Francesa de origen judío, Weil, indiferente al feminismo y al sionismo porque se interesaba por toda la humanidad, publicó sus textos en medios marginales e influyó poco, pero vivió una existencia fulgurante en la que pensó y sintió por todos.

El lector interesado puede conocerla mejor en el ameno El fuego de la libertad, de Wolfram Eilenberger. Nació en París en 1909 y murió en Inglaterra en 1943, donde se había refugiado para unirse a la resistencia del general De Gaulle. De gran talento y sensibilidad enfermiza, renunció a la carrera académica y literaria para consagrarse al activismo práctico y la experiencia directa, algo verdaderamente inusitado en el gremio intelectual, al que en consecuencia no quiso pertenecer. Quizás lo más extraño y atractivo de su personalidad sea esa insistencia en vivir las cosas, en lugar de creer conocerlas mediante teorías de moda.

La libertad y verdad como guías del filosofar

Joven ascética de aspecto desaliñado en la ciudad de la belleza -Weil resultó repulsiva al dandi Georges Bataille-, compartía las tesis marxistas revolucionarias, pero rechazaba hablar en nombre del proletariado y la revolución sin salir de la Sorbona y los cafés frecuentados por la juventud dorada intelectual. En la Escuela Normal coincidió con Simone de Beauvoir, que admiró su inteligencia y empatía por los perdedores de la Tierra; en sus memorias dice que “tenía un corazón capaz de latir para todo el mundo”. Pero la pequeña Weil despreciaba las inquietudes existencialistas de los privilegiados radicales y un día cortó con ella espetándole: “¡cómo se ve que usted nunca ha pasado hambre!” Ella sí, aunque su obsesiva búsqueda del sentido de la pobreza, la opresión y las privaciones acabó matándola.

La busca incansable de la verdad explica su maduración intelectual: comenzó por el marxismo con simpatías anarquistas, renegó del estalinismo y también del trotskismo, y descubrió el pacifismo pese a defender -y participar en- la resistencia armada contra la agresión fascista o nazi; desembocó en la mística católica y acabó plenamente comprometida con el patriotismo constitucional y la resistencia democrática.

Escribió un lúcido análisis sobre el significado del nazismo y anticipó que los errores socialdemócratas y las aberraciones de Stalin, empeñado en considerarles fascistas, propiciaban el triunfo de Hitler

El tránsito desde la revolución social a la mística, o su mezcla, no es tan rara como pueda parecer en una religión política como es el marxismo heterodoxo. También la encontramos en Walter Benjamin (la mística judía, en su caso) y hasta en José Bergamín, nuestro católico comunista. Pero el interés religioso de Weil, como el político, era más espiritual que eclesiástico y así como no se afilió a ningún partido tampoco quiso bautizarse pese a la invitación de sus amigos teólogos, creo que porque su libertad le importaba más que la integración en una iglesia o comunidad.

En 1930 la frágil Weil se desplazó a Berlin, en pleno ascenso nazi, para ayudar a la perseguida izquierda alemana. Escribió un lúcido análisis sobre el significado del nazismo y anticipó que los errores socialdemócratas y las aberraciones de Stalin, empeñado en considerarles fascistas, propiciaban el triunfo de Hitler, como así fue en 1933.

En consecuencia -y a diferencia de la intelectualidad francesa de la gauche caviar- rompió con el comunismo. Su independencia y honestidad irreductible brillan en su historia con Trotski. A instancias suyas, sus padres cedieron un piso en París al gran revolucionario y su familia, expulsados de la Unión Soviética. Pero cuando conversando con Trotski descubrió que compartía con Stalin la legitimidad de la violencia totalitaria para imponer la dictadura del partido, no dudó en romper también con él y criticarle públicamente.

Al estallar la guerra civil española hizo como George Orwell: fue a Cataluña y se enroló en las milicias. Las fotos de la pequeña Simone con su sonrisa beatífica, su gorra de la CNT y el fusil que apenas podía sostener es de las más memorables y extrañas de la guerra. Asistió a los combates del frente de Aragón, pero su torpeza miope le llevó a meter el pie en una sartén con aceite hirviendo, obligándole a volver herida a casa. En Francia siguió defendiendo vigorosamente la causa republicana, pero también denunció las atrocidades en la retaguardia contra católicos, propietarios y gente de derechas, dando la razón a George Bernanos. Parece difícil ser más políticamente inoportuna y más comprometida con la verdad.

Los numerosos escritos de Weil apenas se conocieron en vida suya fuera de un círculo pequeño y devoto; en España los ha editado muy bien la editorial Trotta. Pero su vibrante alegato contra la guerra de agresión y a favor de la resistencia y la libertad, resultado de su experiencia en España, entusiasmó póstumamente a otro convencido pacifista y resistente outsider, Albert Camus, convertido en el editor francés de Weil en la posguerra.

La virtud y belleza de un ejemplo de vida acaso trágica

Sería erróneo quedarse con la Weil pacifista o mística desestimando a la activista de simpatías libertarias que acabó defendiendo la democracia liberal y el patriotismo. Puede que hoy lo más valioso de su filosofía sea el modo ejemplar en que entrelazó en un todo coherente vida y obra, sus principios de ética y política con la profundidad y libertad insobornable de su pensamiento, antidogmático y siempre atento al progreso y mejora. Aunó en sí misma el compromiso radical con la libertad de un Orwell, la originalidad y profundidad política de una Hanna Arendt y la exigencia ética de un Wittgenstein, y todo con una actitud deliberadamente ajena a lo superficial y el aplauso. Coherente, compleja e inconformista: ¿qué más se puede pedir a una filosofía honesta?

En Inglaterra, su precario estado de salud empeoró por las privaciones que adoptaba por motivos espirituales. Pasó sus últimos meses postrada en un sanatorio. Todavía participó activamente en el comité que preparaba una nueva Constitución republicana para Francia por encargo de De Gaulle. No satisfecha con esto, y quizás completamente ajena a la realidad material, Simone insistía en que le encomendaran una misión realmente peligrosa en la Francia ocupada. Murió consumida por esa fiebre sobrehumana. La belleza de su filosofía y su vida libre, incluyendo sus paradojas, no es mal ejemplo en estos tiempos de oportunismo, relativismo o fanatismo al servicio de causas liberticidas. Sánchez la habría cancelado.

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