Opinión

Elon Musk y la ética

A pesar de la desconfianza y el escepticismo ante la iniciativa, es lógico que se perciba como una oportunidad para quienes no renuncian participar en el espacio público sin someterse a la sumisión del izquierdismo

Sólo en un mundo aturdido y sentimentalizado se podía reducir a un falso debate ético la compra por 44.000 millones de dólares de Twitter por Elon Musk. A través de esa artificial pugna por proteger la ética de la aldea digital nos arrojan una especie de cortina opaca y mugrienta de la realidad quienes apelan a las bondades que dicen anhelar y proteger. Una maloliente mezcla de defensa de la democracia, la libertad de expresión, el hambre en el mundo y la ética de la riqueza.

Señala de forma acertada el dueño de Tesla que Twitter funciona como la plaza del pueblo digital en la que todos vivimos, aunque no lo hagamos de la misma forma y no con la misma libertad. La aplicación adolece en la actualidad de un fuerte sesgo izquierdista que provoca suspensiones de perfiles en función de la ideología. Cerró la cuenta de Donald Trump mientras era presidente de los Estados Unidos porque consideraba que difundía odio —expresión que utilizan los izquierdistas para denominar la libertad de expresión de sus críticos. Mientras los líderes del ISIS mantienen sus influyentes cuentas en Twitter.

Elon Musk, usuario de la red social y poco amigo de la dictadura de la corrección posmoderna, detectó ese fallo en el producto, el sesgo izquierdista censor, y utilizó el restablecimiento de la libertad de expresión como campaña de publicidad de una operación multimillonaria de calado más profundo y anterior en el tiempo. Porque Musk no es un cruzado de la democracia como Bill Gates no lo es del cambio climático. Son las causas que se presentan como cortina, como excusa ante el usuario. Quizá la diferencia principal con la estafa de la ecopobreza sea que, aunque la libertad de expresión no es su objetivo, la compra de Twitter sí tenga consecuencias en ella, pese a que aún no sepamos en que dirección.

Quizá la diferencia principal con la estafa de la ecopobreza sea que, aunque la libertad de expresión no es su objetivo, la compra de Twitter sí tenga consecuencias en ella

En el falso debate que antepone la bondad en la motivación del empresario a las consecuencias sociales positivas de su acción se halla estancada la izquierda trasnochada. Las justificaciones supuestamente éticas que invocan para evitar una posible pérdida del control del discurso digital, que conforma cada vez más el marco mental del individuo, han despojado de todo disfraz buenista a quienes con él pretenden ocultar su carácter tiránico y su falta de capacidad intelectual para justificarlo.

Exigen la utilización de ese dinero para otros fines bondadosos que deciden ellos. “Podría destinarse a erradicar el hambre en el mundo”. Los presupuestos multimillonarios que durante décadas se han dedicado a dicho fin a través de organismos públicos no han conseguido hacerlo, quizá porque su razón de ser dependía de la existencia de la pobreza. También escandaliza que dicho grito lleno de sentimentalidad se invoque desde instancias millonarias de izquierdas, a las que nunca se les exige en qué han de gastar su dinero.

Elon Musk ha mostrado su intención de que funcionen las libertades en Twitter del mismo modo que en la vida real. No existen los derechos absolutos cuando pueden afectar a otros

Otros alertan de los peligros de la libertad de expresión sin control. Se refiere la izquierda a sin “su” control. Elon Musk ha mostrado su intención de que funcionen las libertades en Twitter del mismo modo que en la vida real. No existen los derechos absolutos cuando pueden afectar a otros.

Pero el tremendo hedor que despiden estas apelaciones a la ética y la bondad para mantener una situación de desequilibrio en el espacio público emana de la firme convicción de parte de la sociedad, que niega el valor moral de la propiedad, de que son ellos y sólo ellos quienes tienen la legitimidad y el derecho de decidir quién participa y de qué modo en la vida pública.

Sin duda Elon Musk, quien también es propietario de Neuralink, empresa de microchips cerebrales, busca hacerse con la conformación del pensamiento de quienes están en Twitter. Su principal objetivo será ampliar el número de usuarios dando prestigio a lo que allí acontezca para que la influencia sea aún más poderosa en la conformación de voluntades y el negocio sea más rentable. A pesar de los riesgos y la desconfianza es lógico que se vea como una oportunidad para quienes no renuncian a su derecho a existir y participar en el espacio público sin la sumisión y la censura del izquierdismo.

Lo peor que podría pasar es que esa plaza del pueblo digital la hiciesen estatal, pública, que es la forma que tiene la izquierda de tener el control de cualquier cosa.

Cuídense de todo el que apele a cualquiera de los anteriores motivos revestidos de ética para criticar la compra de Twitter por Elon Musk. Está ante alguien peligroso con anhelos tiránicos frustrados. Cuídense de todo aquél que quiera poner una estatua a Elon Musk como sincero abanderado de la libertad de expresión, está ante un miope.

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