"Muchos nietos de los españoles que alguna vez emigraron a México hacen hoy las maletas para replicar la historia de sus abuelos. La inseguridad, la extorsión y la crisis en ese país ponen en jaque el promisorio futuro de muchos jóvenes"
Era lógica. Para Julio Camba la emigración (al menos la gallega hacia América Latina) era eso: lógica. Y, por supuesto, inevitable. Él mismo la vivió, fue un gallego en Buenos Aires (ciudad en la que el provenir de miles de sus compatriotas, según sostenía el escritor vilanovense, estaba en sus manos y no en las de Madrid). Luego volvió y comprendió que esas historias trasatlánticas, tejidas por la emigración, habían sido sumamente benéficas tanto para América como para su Galicia natal: una postura contraria a la de la Xeración Nós, que veía en ellas el desastre de su tierra. Sin embargo, Camba creía que el inestimable trabajo del emigrante había construido la última gran riqueza en ambas orillas del charco. En fin, para él era eso: lógica e inevitable.
Sí, él regresó. Su billete incluía la vuelta, pero el de tantísimos otros gallegos, asturianos, cántabros y vascos, (entonces) no. Incontables fueron los casos de quienes echaron largas y gruesas raíces en Buenos Aires, la Ciudad de México, Caracas o La Habana.
Ya en este siglo, han sido miles los ‘hijos’ y ‘nietos’ de aquellos barcos que han recurrido a ese ‘billete de vuelta’ olvidado en la maleta de sus abuelos. El caso más sonado es el argentino, y recientemente el venezolano. Y es que ese ‘billete’ es lo que les ha permitido labrarse un futuro lejos de los desastrosos efectos del ‘corralito’ (y sus periódicos fantasmas), así como de la ruina chavista y sus ‘maduros’ ecos. Pero, hoy, todo indica que serán los españoles que viven en México quienes echen mano de esa herencia.
Cuando hace seis meses Andrés Manuel López Obrador 'se lució' con aquella bravata caciquil, traducida en un importante desatino diplomático –sin precedentes en la historia de ese país–, en la que exigía a la Corona algún tipo de perdón histórico por lo acontecido en el encuentro entre dos mundos hace más de cinco siglos, México ya estaba viviendo el año más violento de su historia en democracia. ¡Qué irónico! Exigía un perdón a la España actual por algo que sucedió hace más de 500 años, cuando ni siquiera había sido capaz de disculparse con los suyos por la oleada de asesinatos que tiene a su país en vilo (van ya más de 20.000, desde enero), por cada mujer que es violada (impunemente) cada dos horas, así como por las fosas comunes que ha sembrado el crimen organizado, por los cientos de jóvenes secuestrados y esclavizados a merced de criminales, y por los incontables casos de empresarios extorsionados. En fin, por todo eso que revela que, hoy, México se cae a pedazos.
Ejemplos lacerantes
Sigamos. Como decía Tomás Eloy Martínez, “las cifras impactan, pero no conmueven”. A continuación, algunos casos de quienes, en lo que va del año, han decidido alejarse de esa oleada de violencia e inseguridad:
‘Alpha’, nieto de coruñés y empresario, es víctima de la extorsión. Paga al crimen organizado el ‘derecho’ a trabajar en sus propios negocios. No tiene opción. La amenaza es clara: para él, el miedo tiene la forma de una bala. El año pasado le dispararon en el hombro a quemarropa dentro de su casa y frente a su mujer. Está por enviar a sus hijos a otro país.
A ‘Beta’, emprendedor, nieto de gallegos, en lo que va del año le robaron dos veces. La última le encañonaron en la sien. Hoy vive en Madrid.
‘Gamma’, exdirectora de una empresa de marketing, nieta de asturianos, vive sola desde los 18 años y jamás sintió miedo de andar sola por las calles. Antes de emigrar a Europa, cada vez salía menos de casa.
‘Delta’, hija de madrileños, es inversora y cree que la época dorada del crecimiento económico de México ha terminado. Sus negocios han cerrado ya. Vive con su familia en Madrid.
Ellos pueden contar su historia. Otros (miles) no.
Se puede estar de acuerdo o no con la apreciación de Julio Camba, pero si algo es innegable es que la emigración, como bien sostenía él, es lógica e inevitable. Lo cuestionable, en todo caso, son las condiciones tan desfavorables que empujan a las personas a cruzar el Atlántico (en ambos sentidos) para buscar una vida mejor. Hoy, en México, 80 personas son asesinadas cada día. Huir de eso, no es buscar una “vida mejor”, es, sencillamente, tener el anhelo de vivir. Como lo hicieron en su día aquellos abuelos que salieron a buscar la tranquilidad y el pan que en su ‘España verde’ no encontraron.
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