El puntapié de Manuela Carmena a Pablo Iglesias la dejó a ella en silla de ruedas y a Podemos sin candidato a la Comunidad de Madrid. Fue un accidente, cómo no, esas cosas pasan, ya sabe usted, así se lo contó ella a Carlos Alsina en una entrevista ofrecida esta semana. Todo ocurrió en su casa, durante una cena que la alcaldesa ofreció a Íñigo Errejón, el más aventajado de la muchachada morada.
Iba la simpática Manuela rumbo a la mesa con una bandeja de humeantes empanadillas cuando ocurrió todo. Afanada estaba la alcaldesa en agasajar a Íñigo, el jovenzuelo espabilado que de tanto leer a George Lukács se ha quedado en los huesos. Cual abuela y madre proveedora, Carmena abría las estanterías, sacaba platos, disponía refrescos y servilletas y daba el toque final a su receta estrella: las empanadillas. Porque como las suyas ninguna.
Chicos, comed, comed, que os veo muy desganados y así no se puede gobernar, Iñigo. Se os abrirá el apetito con tan sólo olerlas, decía la regidora. Estás muy flaco, Íñigo. Hay que ponerle remedio… ¡y qué mejor forma que alimentándose bien! Bocadillitos de jamón, batido con aceite de bacalao -un chorrito, para alimentar bien a los mozalbetes- y después, zas, una bandeja repleta de primorosos tentempiés.
El puntapié de Carmena a Iglesias la dejó a ella en silla de ruedas y a Podemos sin candidato a la Comunidad de Madrid
A qué niño no le gustan sus empanadillas si tienen el toque secreto, piensa Manuela mientras mezcla los ingredientes: un poquito de prohibición peatonal por aquí, otra pizca de empoderamiento por allá, un chorrito de progresía, dos cucharaditas de presupuestos participativos, esencia de diálogo, una ramita de demagogia pasada por agua, otra de cáscara de gestión gubernamental, una pizca de cabalgata y listo.
Que así no se puede, hijo, que hay que comer, decía, cual abuela que prepara un téper para el nieto en edad de crecer. Que Pablo te está dejando en los huesos y la abuela Carmena no quiere verte así, como alma pena en Vistalegre. Y si en el partido te vuelven a perseguir con el piolet, te vienes aquí con la abuela, que ella los pone en su sitio y te busca a ti uno en sus listas. ¡Será un pacto entre tú y yo!, pero, eso sí, ¡te comes todas las empanadillas que la abuela Manuela ha cocinado! ¿Estamos? Íñigo asiente mientras sostiene su batido con las dos manos.
Y si en el partido te vuelven a perseguir con el piolet, te vienes aquí con la abuela, que ella los pone en su sitio y te busca a ti uno en sus listas
¡Ah, pero si ya están listas!, exclama Manuela mirando su reloj. Después de correr a la cocina, dispuso las empanadillas, una a una, sobre su bandeja de motivos floreados. A los niños que les cuesta comer hay que meterles las cosas por los ojos, piensa. ¡Claro que sí!, dice chasqueando los dedos y canturreando ante los fogones. A punto estaba de preparar otra ronda de Cola-Cao para la muchachada, cuando pensó, ¡oh por dios!, que la merienda se enfriaba. Hay que sentarse a la mesa rápido, que no hay nada peor que una empanadilla fría y un pacto recalentado.
Íñigo, ¡a la mesa!, exclamaba la amorosa regidora mientras recorría el pasillo, sosteniendo la bandeja con las dos manos y el delantal aún anudado alrededor de su cintura. Ya verás cómo el Pablo ese se va a morir de envidia cuando se entere de la cena que te ha preparado la abuela Manuela. Un carrito de scalextric con los que jugaba Íñigo quedó mal aparcado en el suelo de tarima cuando Carmena pisó, oh Dios, el juguete. Vaciló por un momento, con la bandeja aún en las manos y aunque lo intentó, no pudo mantener el equilibrio y se dio de bruces contra la moqueta tejida que le habían regalo, Santo Cristo, en su último viaje a Bolivia. Y aunque las empanadillas cayeron todas de golpe, y luego de ayudar buenamente a la alcaldesa a levantarse, Íñigo las metió en un táper y se fue con ellas a casa.
Descuida, hijo, me pondré bien, cómetelas todas. Haré más durante la campaña, le dijo la buena de Manuela a Íñigo en un mensaje de guasap.
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