Opinión

Un encantador estado sin territorio

Las elecciones vascas han confirmado que el Estado en España se empieza a quedar sin territorio, lo cual es una singularidad de la que nuestros vecinos no disfrutan. Todos los Estados, salvo los que están en guerra o se solazan en un ameno caos, cuentan c

Las elecciones vascas han confirmado que el Estado en España se empieza a quedar sin territorio, lo cual es una singularidad de la que nuestros vecinos no disfrutan. Todos los Estados, salvo los que están en guerra o se solazan en un ameno caos, cuentan con su territorio donde cobrar impuestos, administrar justicia o simplemente dar la tabarra a sus ciudadanos.

España ha tenido su propio territorio pero a nadie se le puede escapar que, desde el domingo pasado, se vislumbra que uno de ellos, en el que habita el pueblo vasco, empieza a despedirse de quien le ha oprimido a lo largo de los siglos aunque, haciendo un duro sacrificio, no renunciará a seguir obteniendo prebendas del opresor, a ser posible contenidas en suculentos renglones presupuestarios.

Si, en efecto, España, su Estado, en unos años se queda sin territorio, podemos reeditar lo que decía un romance del siglo XIII, acogido por cierto en las páginas del Quijote:

“... Ayer era rey de España

hoy no lo soy de una villa;

ayer, villas y castillos,

hoy, ninguno poseía;

ayer tenía criados

y gente que me servía;

hoy no tengo una almena

que pueda decir que es mía...”

Bien mirado, un Estado con su territorio es una tabarra que además tiene poca alcurnia histórica pues más tiempo duró el sistema feudal caracterizado por el hecho de que el noble o el obispo, en disputa con quien hiciera falta, disfrutaba de privilegios ganados a lomos de un caballo en el campo de batalla.

España ha tenido su propio territorio pero a nadie se le puede escapar que, desde el domingo pasado, se vislumbra que uno de ellos, en el que habita el pueblo vasco, empieza a despedirse de quien le ha oprimido a lo largo de los siglos

Volver a la Edad Media tiene su aquel y ahí está la obra de Umberto Eco como testimonio.

El Estado pierde lo que de molesto y adusto tiene, empeñado como suele estar en disponer de funcionarios, guardias, jueces y fiscales y hasta de inspectores de hacienda, una temible avalancha bien importuna por la propensión de tales individuos a meterse en asuntos privados y atreverse a desvelar trapos sucios.

Bienvenidas canongías

Del Estado debe conservarse tan solo lo que tiene de cariñoso por lo que siempre será bien recibido cuando reparta rentas, subvenciones y subsidios, fondos de la Europa poblada de herejes y otras bienvenidas canonjías. 

A este empeño patriótico dedican sus esfuerzos los gerifaltes de hogaño del territorio vasco, nostálgicos de las leyes y los fueros viejos en cuyas entrañas dormitan las inmaculadas esencias. Se trata de reanimarlas para contribuir al Progreso.

El Estado, no lo olvidemos, es el Leviatán, una bestia marina. Por eso, el Estado, desprovisto poco a poco de su territorio, quedará como un inofensivo producto de las supersticiones.

El Estado como muñón de un cuerpo que fue.

El Estado como tocón del árbol que fue.

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