Desde que la justicia decretara a finales de 2017 el ingreso en la prisión de Estremera de los políticos y activistas procesados por el 1-O, la nómina de celebrities y cargos públicos que han pasado por dicho centro penitenciario no hace más que aumentar, al punto que la peregrinación a Madrid empieza a ser (otro) requisito ineludible para seguir acreditando la condición de persona de bien, ya sea en las modalidades de equidistante profesional, racista bonachón o tertuliano sentimental. Así, por lo bajo, se habrán dejado ver por el páramo mesetario alrededor de una treintena de aspirantes a antifranquista del año, y al parecer la lista de espera es interminable.
Un googleo a vuelapluma, del que, obviamente, quedan excluidos los familiares y otros íntimos, arroja el siguiente saldo: Joan Manuel Serrat, Pablo Iglesias, Jaume Asens, Ada Colau, Gabriel Rufián, Enrique Santiago (Izquierda Unida), Jordi Évole, Xavier Sardà, Marta Pascal, Roger Torrent, Carles Mundó (ERC), Carles Castillo (PSC), Dante Fachín, Gerardo Pisarello, Isaac Peraire (alcalde de Prats de Lluçanès), Alfred Bosch, Jordi Basté (conductor del magazine matinal de RAC1, del grupo Godó), Sílvia Cóppulo (locutora de Catalunya Ràdio), Andreu Pujol (escritor), Joaquim Torra, Marta Pascal, Josep Maria Soler Canals (abad de Montserrat), Xavier Novell (obispo de Solsona), Meritxell Roiger (alcaldesa de Tortosa), Mercè Conesa (alcaldesa de Sant Cugat), Jaume Collboni, Benet Salellas (CUP), Aitor Esteban…
No hay peor castigo que lidiar casi a diario con un profesional de la solidaridad. Ningún interno debería estar expuesto a ese suplicio ni a sus más que probables secuelas"
Semejante aluvión de visitas, huelga decirlo, supone un descrédito para el Estado de Derecho y un aval a la intentona golpista del pasado octubre. Con todo, no me preocupa tanto España (ni la posibilidad de que el régimen de entrevistas esté siendo conculcado a capricho de quienes anhelan un selfie frente a la cárcel) cuanto la salud de sus presos. Sospecho, en fin, que no hay peor castigo que lidiar casi a diario con un profesional de la solidaridad que, como aquellos regidores que acudían al 'Un, Dos, Tres', lleva consigo un chorizo mágnum, el afecto de toda su tribu y una sincera invitación a hacer de pregonero en cuanto las circunstancias lo permitan. Ningún interno debería estar expuesto a ese suplicio ni a sus más que probables secuelas.
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