La vida confinada está llena de contradicciones. Las parejas con hijos vivimos más cerca que nunca por obligación, pero estamos más ocupadas que habitualmente. Nos hacen estar encerrados, pero nos recomiendan no besarnos para evitar el contagio del coronavirus. Y aunque para el arte de amar siempre se encuentra (o se debería encontrar) el momento propicio, los permanentes juegos con los niños y el teletrabajo cansan tanto que pueden llegar hasta el extremo de sofocar las más ardorosas fogosidades.
Afloran esas contradicciones cuando uno piensa que, como sufrimos el asedio de todo tipo de vídeos y bromas sobre el asunto, ya toca hablar de ello. Hablemos de sexo. O, mejor, preguntemos. En los grupos de WhatsApp abundan el pesimismo y los memes sobre el tema, pero también hay quienes presumen de estar viviendo unos días de esplendor amoroso que nunca olvidarán. Esto último es la excepción y, en todo caso, conviene recordar que los fanfarrones mienten con frecuencia para simular vigor y esconder su frustración ante los demás. Eso del dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Como no encontré estudios científicos al respecto, decidí hacer una encuesta sobre el particular en este décimo tercer día de reclusión. Ya que el niño había madrugado más de lo tolerable -seis de la mañana- y su siesta iba a ser larga, pretendía aprovechar ese par de horas de paz para llamar a diez personas de mi total confianza. En la lista había tanto amigos como amigas, en proporción de seis a cuatro. Personas de diferentes lugares del país, con una franja de edad entre los 30 y los 40, residentes tanto en ciudades como en pueblos, y también de distintas extracciones sociales.
En todo caso, creí que la muestra iba a ser significativa, y si no lo fuera, poco importaría, porque vivimos en un país donde las encuestas no aciertan ni cuando se equivocan
Teniendo en cuenta que este diario va sobre familias enclaustradas con niños, que las parejas sin hijos juegan esta liga con ventaja y que preguntarle a personas solitarias sería demasiado cruel, la única condición indispensable sería que los encuestados fueran padres y vivieran con sus pequeños. Por supuesto, dejaría los nombres de los elegidos en el anonimato por aquello de la ley de protección de datos -¿alguien se ha leído esa ley de la que todo el mundo habla?- y, sobre todo, porque no querría ahondar en sus hipotéticos problemas familiares.
En todo caso, creí que la muestra iba a ser significativa, y si no lo fuera, poco importaría, porque vivimos en un país donde las encuestas no aciertan ni cuando se equivocan. Lo siento por los demóscopos, entre los que hay gente seria, pero es que no dan una. Lo bueno (para ellos) es que luego nadie se acuerda de sus errores y todos volvemos a consultar la penúltima encuesta como si fuera un vaticinio fiable. Qué trabajo tan plácido ese en el que importa un comino que aciertes o falles. A los economistas les pasa lo mismo, como pudimos comprobar en la anterior crisis. Y a los epidemiólogos también, como estamos comprobando ahora.
Vamos con el sondeo que preparé. Constaba sólo de dos preguntas. La primera, de planteamiento general, para entrar en calor -nunca mejor dicho-, de respuesta libre, pensada para que cada encuestado se explayase y aportase una visión que serviría para un análisis cualitativo posterior: "¿Qué tal el sexo en estos días?". La clave de la encuesta estaba en la segunda cuestión, más directa, de respuesta cerrada con solo tres opciones (más, menos, igual) y que construiría el análisis cuantitativo: "¿Estás practicando más o menos sexo que de costumbre?".
-Hola, X, te llamo porque hoy se me ha ocurrido hacer una encuesta para el artículo de la familia enclaustrada. La cosa es que voy a preguntarte sobre hábitos sexuales durante el confinamiento.
-¿Pero qué dices? -contestó entre risotadas-. Se te está yendo la olla con esto.
-Como a todos, solo es que yo lo escribo. ¿Pero me responderás?
-¿Pero va en serio?
-Que sí, que es en serio. Contéstame, por favor.
-Bueno, si no me queda otra... Pero no mencionarás mi nombre, ¿verdad?
-Claro, hombre, solo eres el primero al que llamo. La idea es hablar con diez personas y extraer conclusiones.
-Perfecto. Tú dirás.
-¿Qué tal el sexo estos días?
-¿Qué sexo?
Lo dijo con un tono de voz bajo que se movía entre la sorpresa y la tristeza, como implorándome que no preguntase más. Fue demasiado embarazoso. En silencio, entendí que la encuesta no tenía mucho sentido. Decidí sobre la marcha desechar esta idea poco afortunada. Así las cosas, confieso con todo mi pesar que carezco de datos fehacientes para concluir si el onanismo sigue triunfando en los hogares aunque las parejas pasen tanto tiempo juntas, como se deduce de la única respuesta cosechada, o si, por el contrario, el apareamiento está siendo la tabla de salvación de las parejas para superar las consecuencias de la cuarentena.
No soy quién para aconsejarles, queridos lectores, pero, entre contradicción y contradicción, me permito la licencia de añadir que un científico les diría que sus endorfinas, como cualquier ser encerrado, están deseando ser liberadas. Háganlo por ellas, que sí pueden salir, no como nosotros.
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