Sin haberlo pretendido, soy relativamente experto en endogamia porque soy profesor universitario, la institución con fama de ser la más endogámica, he escrito en periódicos y fui diputado una legislatura. Por consiguiente, he vivido en el interior de diferentes formas de esa costumbre que, según la bilogía, conduce a la decadencia a quienes la practican y llega a extinguir especies enteras, a saber: la endogamia o apareamiento exclusivo con miembros del mismo grupo, excluyendo a los demás.
El tabú de incesto no afecta a las élites
La naturaleza recomienda la exogamia, es decir, buscar parejas fuera del grupo natal: tómese esta regla como metáfora que va mucho más allá de la reproducción. Porque, si se examina bien, no solo es endogámica la universidad, también lo son la clase política, la empresarial y otras castas de notables. Colarse en alguna de ellas es misión ardua si no imposible, porque la endogamia funciona por exclusión, y pocos son los elegidos. El resultado de la endogamia sistémica es la decadencia y, a la larga, la extinción.
Se cree que la raíz profunda del universal tabú del incesto es la intuición de que casarse con parientes es mala idea. Naturalmente, hay excepciones. Los faraones se casaban entre hermanos por la sagrada excepcionalidad de su sangre divina, pero el resultado era inevitable: las dinastías egipcias se extinguían en un último vástago aquejado de mil taras, como el pobre Tutankamón. Las antiguas dinastías reales temían rebajar su calidad con mezclas menos nobles, además del miedo a meter indeseables en palacio. Nuestros Austrias acabaron extinguidos por la costumbre de casarse entre primos e incluso tíos y sobrinas; así, Felipe IV casó en segundas nupcias con su sobrina Mariana de Austria, de quince años. Pero de genética no sabían nada, una extraña coincidencia con Irene Montero y las ideólogas de la autodeterminación de género.
A pesar de las pruebas contrarias abrumadoras, las castas dirigentes actuales también manifiestan una querencia casi faraónica por la nefasta endogamia. Obviamente, la pregunta es por qué. El fenómeno no se limita a la tendencia de famosos de todo pelaje a tomar pareja con otras u otros de similar extracción social y hábitos, tan bien documentada por las páginas de cotilleo y vanidades. No, el caso a investigar, y lo digo completamente en serio, es la endogamia de las élites políticas, empresariales y culturales. Y hay varias muy buenas razones para hacerlo: la primera es que el peligro de extinción se extiende a toda la sociedad que tales castas dirigen y explotan.
Se esperaba que el individuo, si quería, pudiera ascender por sus propios méritos, cosas como vivir como quisiera y cambiar de profesión y estatus
La democracia liberal se basa, como bien explicó Popper y otros mucho antes, en la sociedad abierta. Es esta una formación social que se debe caracterizar por la movilidad o facilidad para cambiar de una casilla a otra. La gran diferencia con el antiguo mundo de castas y estamentos es que, en el primero, uno estaba condenado a nacer o morir en el mismo estamento, plebeyo o noble, salvo si se disponía de mucho dinero para pagar el peaje del ascensor social, o se conseguía ennoblecer por el favor real.
En la sociedad moderna y avanzada, el destino social innato, casi irreversible, se dio por abolido. Se esperaba que el individuo, si quería, pudiera ascender por sus propios méritos, cosas como vivir como quisiera y cambiar de profesión y estatus, pasando de empleado a empresario, de votante a líder político o de lector a autor, y viceversa.
La movilidad social basada en el mérito y capacidad no solo es exogámica, igualitaria y mucho más justa que la lotería por nacimiento tradicional, sino que beneficia a todos permitiendo que los mejores se pongan al frente de la vida común en las esferas políticas, profesionales, económicas o culturales. Por supuesto, esto era y es un ideal lleno de problemas prácticos, pero quizás ya no lo siga siendo. Escribió Peter Sloterdikj que la nuestra es la era de la Razón Cínica: vivimos una parodia de antiguos valores ilustrados (igualdad, meritocracia, sociedad abierta) en lo que ya no creemos, ni sabemos o queremos cambiar. Al menos los que mandan.
Este es el tema, si han tenido la santa paciencia de leer hasta aquí: ¿una endogamia de casta se ha cargado la sociedad abierta, vital para la democracia liberal? La decadencia occidental, que tantas veces se achaca a la moral, la política o la ideología (que en realidad no han cambiado tanto), ¿no se deberá tal vez a esa endogamia que cierra el puente de mando a los ajenos al grupo o no adoptados?
Peligro de extinción social
Veamos dos ejemplos, uno internacional y otro doméstico. El internacional es la carrera presidencial en Estados Unidos. Es un hecho que solo la dimisión de Joe Biden, forzada por síntomas de senilidad, ha colocado a una persona más joven en la carrera política más importante del planeta. Pero Kamala Harris es una mujer cooptada por el establishment demócrata por política de cuota y minorías, de ningún modo una política hecha a sí misma según la mitología nacional estadounidense del self-made-men. Nada que ver con una Thatcher, como tampoco Trump se parece a un Reagan. ¿Por qué la inmensa maquinaria política de Estados Unidos se ha reducido a ese minúsculo establishment de profesionales (a veces muy ricos) como Biden y Trump? Por endogamia o exclusión de los extraños.
El doméstico no es menos ilustrativo. En las siempre interesantes columnas de Miguel Ángel Aguilar, la última informaba de una reunión de alto copete mediático sobre asuntos internacionales, celebrada en Madrid y protagonizada, como es usual, por políticos y periodistas, todos con un rasgo en común: siempre son los mismos desde hace cuarenta años o más. ¿No hay en España nadie ajeno a esos grupitos con algo interesante que decir?
Más que grandes empresarios audaces e independientes lo que el Ibex quiere es empleados obedientes muy bien pagados
Las incorporaciones se dan exclusivamente por cooptación de nuevos de toda confianza, dependientes del amo y con idéntica mentalidad y mañas: véase el sistema de renovación de talentos de Pedro Sánchez, rigurosamente endogámico y en la mejor tradición mafiosa. Las grandes empresas no son muy diferentes: como alguien observó sagazmente, más que grandes empresarios audaces e independientes lo que el Ibex quiere es empleados obedientes muy bien pagados.
Sospecho que buena parte de nuestros problemas derivan de esta endogamia resucitada, viejuna por naturaleza, hostil a las nuevas ideas y personalidades, consagrada a su autodefensa y rapiña como forma superior de patriotismo, pues su única patria es la sociedad cerrada con los privilegios aparejados.
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