A ninguno de estos avinagrados personajes que nutren las filas de la neo convergencia les interesa lo más mínimo dialogar con nada que no sea con un espejo. Sus muecas crispadas, sus cejas hirsutas y fruncidas en cefalea posición, sus miradas preñadas de odio abismalmente abyecto y sordo no pueden tener otra réplica que aquella que la refracción de la luz pueda ofrecerles. Siempre será una luz que emanen otros, naturalmente, porque ellos son la más rotunda oscuridad del pensamiento, del intelecto y, si me apuran, de esa cualidad exigible en los seres humanos, a saber, la empatía.
Lo del vídeo de Torra, escenificación de corte similar al de una función de teatrillo de fin de curso, es algo más que una manera como cualquier otra de hacer el ridículo: es la constatación de alguien que pensó que ser presidente de la Generalitat era similar a un monólogo de Joan Capri, a hacer de dimoni escuat en Els Pastorets, o a hacer de extra en un film sobre la II República, cosa que Torra hizo en su día con una ilusión tan infantil como definitoria de su carácter. Torra es la banalidad más rotundamente pagesa, con tilde soez de propietario rural decimonónico, cabreado porque la cocinera se muere en mal momento, porque tiene invitados, o porque sus masoveros no recogen la cosecha con la celeridad que él precisa para convertirla en dinero y poderlo así dilapidar en cabarés barceloneses de mala nota y buena factura.
Torra es, ya lo hemos dicho muchas veces, una persona de ideología extremadamente de derechas, cosa que oculta bajo el aspecto de profesor amable, de tono susurrante y mirada de bienintencionado miope humanista. Pero no se equivoquen. Es su piel de cordero. Si se empeña en hablar con Sánchez solo es para que éste le escuche. Torra pretende hablar con el enemigo, con su enemigo -a pesar de los 40 pactos municipales o el de la Diputación, porque para Torra un español tiene una tara en el ADN, y aunque Pedro sea de natural genuflexo nunca podrá remediar que no nació en Vic, en Santa Coloma de Farners o en Guardiola de Berguedà-, para comunicarle que tiene como rehenes a todos los catalanes y exige negociar su rescate. Ese es el siniestro gag, el secuestrador pidiendo unos cuantos millones, la inmunidad y el helicóptero a punto de despegar.
Torra no sabe, no puede, no quiere hacer nada más que mantener artificialmente la vida de un cadáver con transfusiones hechas a base de contenedores incendiados, policías heridos, odio en las escuelas, abuelos y jóvenes convertidos en hienas
A Torra lo único que le queda antes de que Esquerra deje de aguantar que insulten a sus dirigentes sus, en teoría, socios, o que se enteren en sede parlamentaria por boca del president que tiene intención de volver a las andadas con referéndums y constituciones catalanas, es estirar el chicle lo máximo posible, tensar la situación, buscar cómo reconducir el efecto barricadas en beneficio de la neo convergencia y ver en qué para España después de las próximas elecciones. Torra no sabe, no puede, no quiere hacer nada más que mantener artificialmente la vida de un cadáver con transfusiones hechas a base de contenedores incendiados, policías heridos, odio en las escuelas, abuelos y jóvenes convertidos en hienas. Ese suero infecto es lo que hace creer a muchos que el cuerpo insepulto del neo pujolismo aún alienta vida, porque lo ven mover el brazo en el balcón de esa inmensa plaza de Oriente en la que se ha convertido la Cataluña política, como pasó con Franco, al que le tenían que sostener el codo disimuladamente para que no se le notara el párkinson; un temblor inherente a lo decrépito de una ultra derecha que, en Cataluña, quiso serlo todavía más, plantando cara al Estado con la ayuda de los tontos útiles de siempre, los social comunistas, buscando la independencia como salida a su corrupción brutal.
De ahí que, en caso de que fuera Sánchez quien llamase a Torra, no preguntaría jamás si es el enemigo. El doctor cum fraude es tan tonto que preguntaría por el compañero Torra. Porque para el socialismo español, y para el catalán ni les cuento, el enemigo a batir es Casado, Rivera o Abascal, no Torra.
Con tan prodigiosos dirigentes a nadie ha de extrañar lo que está sucediendo.