La insinuación de Donald Trump de destituir a Janet Yellen, presidenta del Sistema de Reserva Federal de los Estados Unidos y de desear “bajos tipos de interés” pone en el punto de mira la independencia del “Banco Central” norteamericano y la confianza depositada en él y que tantos beneficios ha traído a la economía americana desde hace casi cuatro décadas. Independencia y trasparencia son dos virtudes que se exigen a un banco central moderno para que su lucha contra la inflación y el desempleo sea exitosa. Estas insinuaciones pueden debilitar un precario equilibrio ganado con enormes costes desde inicios de los años 80.
Y es que una de las tareas que más dificultad me supone en mi docencia de Macroeconomía es describir a mis alumnos las razones últimas de la inflación. Llegadas estas fechas hemos repasado los dos shocks del petróleo, la caída de Bretton Woods y la Gran Inflación asociada a todos estos eventos. Además, hemos reparado en la crisis económica y política de España de los años setenta y debatido sobre las razones de nuestra idiosincrasia en esta cuestión. Sin embargo, a veces, cuesta explicarles el porqué de la inflación. Cuesta explicar por qué muchos creemos que la inflación, al fin y al cabo, es una mera cuestión de confianza.
Para hacer hincapié en ello les muestro a mis alumnos un billete de un dólar y que desde luego nunca llegaré a quemar ya que me es muy apreciado. Como decía, les enseño el billete por el reverso pues en su parte superior, en el centro, sobre la palabra “ONE” (uno), una frase reclama lo que para mí es la base y fundamento del actual sistema monetario y financiero. Esta frase dice textualmente “In God we trust”, o en Dios creemos o, quizás mejor, en Dios confiamos, lema nacional oficial de los Estados Unidos desde 1956.
Lo único que nos separa entre una economía estable sin inflación y una economía desbocada y con enormes desequilibrios en los precios es la confianza que depositemos en la moneda y en el buen hacer del organismo que se encarga de gestionarla: el banco central
Esta frase es toda una alegoría sobre nuestro sistema fiduciario (“fides”, fe). Sin la confianza, sin la fe, el sistema no funciona. Y es que podríamos argumentar que lo único que nos separa entre una economía estable sin inflación y una economía desbocada y con enormes desequilibrios en los precios es la confianza que depositemos en la moneda y en el buen hacer del organismo que se encarga de gestionarla: el banco central.
En la segunda mitad de los años sesenta, el equilibrio que caracterizó los primeros años del sistema monetario acordado en Bretton Woods estaba a punto de estallar. Este sistema, un patrón dólar, exigía unas reglas de juego sencillas a todos los países participantes y que descansaba en el mantenimiento de un tipo de cambio fijo con el dólar. A cambio, se exigía a los Estados Unidos un comportamiento responsable en cuanto al uso de su moneda. Era el dólar el nuevo oro y para ello se decidió que esta moneda mantuviera una relación estable (paridad) con el metal precioso. Así, de forma jerárquica, el sistema debería funcionar con un dólar que actuaba como moneda enésima y que amparaba en un paraguas de tipos de cambios fijos al resto de las monedas.
Los Estados Unidos consideraron que su moneda era, pues eso, su moneda y que por ello nadie tenía que decirles cómo tratarla a pesar de los acuerdos firmados
Sin embargo, los Estados Unidos consideraron que su moneda era, pues eso, su moneda y que por ello nadie tenía que decirles cómo tratarla a pesar de los acuerdos firmados. Esto se hizo más evidente a fínales de los años sesenta y especialmente con el inicio de la nueva década de los setenta. El aumento del gasto público a lo largo de esos años, tanto por un impulso en el gasto desde la Administración Kennedy como por el aumento de la partida de defensa motivado por la Guerra de Vietnam, relajaron el control monetario poco a poco. Además, en un entorno de crisis social que caracterizó la segunda mitad de la década, la Reserva Federal o no quiso o no pudo ajustar el lento pero claro aumento de la inflación que se iba normalizando en la economía norteamericana creando una especie de “trampa de expectativas”. La inflación se inoculó en los entresijos contractuales de la economía norteamericana.
Este incremento se fue contagiando al resto de las economías occidentales en base a los acuerdos de Bretton Woods. Un tipo de cambio fijo implica que la cantidad relativa de dos monedas debe ser estable. De este modo se asegura la estabilidad cambiaria. Sin embargo, si el país de la moneda enésima crea inflación, necesariamente la “exporta” al resto de países. La expansión monetaria en los Estados Unidos obligó al resto de las economías a hacer lo propio, lo que enfermó poco a poco al resto de Occidente de inflación. La caída de Bretton Woods en 1971, en parte por la negativa de Alemania de seguir el juego “inflacionista” de los norteamericanos, y el primer shock del petróleo de 1973 fueron las puntillas a una situación que fue degenerándose no menos de un lustro antes. La inflación superó el 10 % en gran parte de las economías occidentales y los agentes empezaron a descontar que esta había venido a quedarse.
A pesar de la idea que tenemos sobre que la causa fue el shock del petróleo, este parece ser más el detonante que el conductor de la misma
Empieza una dinámica que en macroeconomía denominamos espiral de inflación. Su alimento: la desconfianza en un banco central que no es capaz de controlar la subida de precios. Esta se transmite vía costes, especialmente a través de las subidas de salarios nominales y que terminan por elevar precios y, que de nuevo eleva costes iniciando de nuevo el proceso. Gran parte de la inflación de los setenta tuvo este origen. A pesar de la idea que tenemos sobre que la causa fue el shock del petróleo, este parece ser más el detonante que el conductor de la misma. Por ejemplo, en el gráfico que muestro a continuación, donde se observa la correlación entre el precio del crudo y la inflación para períodos de dos años en los Estados Unidos (la línea discontinua es una aproximación polinómica a largo plazo), entre finales de 1974 y principios de 1979 esta fue negativa, lo que viene a decirnos que la Gran Inflación de los setenta tuvo causas ajenas a la evolución del precio de este producto.
Solamente la llegada de Paul Volcker y su intensa subida de tipos en 1979-1980 consiguió cambiar el rumbo. Volcker fue para la sociedad norteamericana (y del resto del mundo) como aquél que sacude a quien está en estado de shock para hacerle volver a la realidad. Volcker propinó a la economía norteamericana un tortazo de esos que duelen para conseguir sacarla de esa espiral inflacionista que las expectativas alimentaban. Y funcionó, a pesar de generar una recesión.
La principal explicación fue el cambio en el paradigma de funcionamiento de los bancos centrales, comprometiéndose muchos de ellos a concretar su política monetaria a través de la fijación de tipos de interés, del precio del dinero, y no mediante el infructuoso control de la oferta monetaria
Pero no solo fue la subida de tipos. En parte, la principal explicación fue el cambio en el paradigma de funcionamiento de los bancos centrales, comprometiéndose muchos de ellos a concretar su política monetaria a través de la fijación de tipos de interés, del precio del dinero, y no mediante el infructuoso control de la oferta monetaria. Además, la independencia del banco de los poderes legislativos y ejecutivos así como la de explicitar con meridiana claridad su política monetaria han sido desde entonces fundamentales para estabilizar las economías occidentales.
Desde entonces, tanto el abaratamiento de las materias primas como el fin de las expectativas de inflación, permitieron poco a poco ir bajando esta segunda, de tal manera que la nueva normalidad hoy en día es tener una inflación que ronda, como allá entre finales de los años 50 y principios de los 60, entre el 1 y el 2 %.
Prácticamente toda inflación de hoy puede explicarse por razones no monetarias
Una hipótesis de quien les escribe y que trasmite a sus alumnos, es que prácticamente toda inflación de hoy puede explicarse por razones no monetarias (miren de nuevo el gráfico y comprueben como esta se correlaciona hoy mucho más con precios como el del crudo que hace cuarenta años). Dicho en otros términos, la inflación no parece ser hoy un producto de la oferta de dinero ni de la actuación de los bancos centrales a excepción claro está de los episodios de gran inflación o hiperinflación por todos conocidos, como el actualmente caso venezolano. Y es que cuando un banco central fija el precio del dinero y no la cantidad del mismo, la oferta monetaria se ajusta a la demanda, es decir, la liquidez que los agentes deseen tener para sus operaciones. Si los bancos centrales leen bien el ciclo económico, y aquí reside el arte y el riesgo de equivocación, permitirá justar el precio a lo que los agentes deseen pagar por poseer liquidez. Este deseo depende del estado de la demanda de bienes y servicios, del nivel de transacciones existente en cada preciso instante. Por ello la oferta de dinero se ajusta a la cantidad producida de bienes y servicios, y que explicaría no solo la moderación de la inflación, sino de la ausencia de expectativas. Dicho de otro modo, una correcta política monetaria sería en gran parte neutra en los precios.
En resumen, mientras los bancos centrales mantengan su política de fijación de tipos, su independencia y su transparencia, sin equivocarse demasiado en sus tareas, mientras confiemos en los bancos centrales, lo más probable será tener una inflación baja coherente con bajas tasa de desempleo. Lo será porque las expectativas no se verán amenazadas. Lo será porque en los bancos centrales creeremos y confiamos. Lo mismo debería hacer el señor Trump.
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