El capitalismo popular, esa distopía surgida al albor del thacherismo-reaganismo, toca a su fin. No da más de sí. Lo triste es que atrapó a cierta clase media ávida de dinero fácil, insolidaria con la clase trabajadora a la que pertenecía, por más que aspirara a otra cosa, y con aquella clase empresarial que sí se volcaba en la inversión productiva. El resultado ha sido su complicidad con los rentistas improductivos, esos que han sorbido las rentas de sus hijos y nietos. Ahora, en nuestro país, dicha clase media se está volcando en los alquileres para el turismo. ¡Qué error! ¡Qué horror! A la represión a que han sometido a las rentas financieras, vía tipos cero, le seguirá otra represión igual de cruel con las rentas inmobiliarias. No queda otra. Y eso la superclase lo sabe.
La menguante clase media lleva años recogiendo los frutos de su apuesta por un capitalismo popular. Son frutos nada saludables, nada ecológicos. Sus hijos y nietos, sin futuro. Resultado, un destrozo demográfico sin precedentes. Y afecta a todo occidente. Ah, por cierto, el mercado no existe señor Rato, es un mito. Lo que sí que ha existido ha sido el saqueo derivado de un modelo basado en la financiarización de la economía. Pero dicho modelo toca a su fin y con él, el súper-ciclo de deuda iniciado allá en los años 80. Ya es irreversible.
Durante este súper-ciclo, los buscadores de rentas camparon a sus anchas, con la aquiescencia del poder político; con el consentimiento de la clase media. Durante esta fase, los salarios de los han perdido poder adquisitivo, mientras se cerraban empresas bajo el pretexto de buscar mayores ganancias a través de la explotación de mano de obra barata en el extranjero. Durante este período, los grandes evasores de impuestos se frotaban las manos observando cómo no se hacía nada contra los paraísos fiscales -Luxemburgo, Suiza, Singapur…-. Durante ese tiempo, excluyendo la tierra y la vivienda, el capital se mantuvo constante. Durante esos años, el principal motor de la actividad económica fueron actividades especulativas financiadas con deuda.
Ahora, en nuestro país, cierta clase media ávida de dinero se está volcando en los alquileres para el turismo. ¡Qué error! ¡Qué horror!
Y pensar que, inicialmente, tras la ruptura de Bretton Woods en 1971, las cosas pintaban muy bien. La mayoría de gobiernos empezaron a emitir sus monedas mediante decretos legislativos bajo un tipo de cambio flotante. Un tipo de cambio flexible liberaba a la política monetaria de tener que defender una paridad fija. Por lo tanto, las políticas fiscal y monetaria podían concentrarse en garantizar que el gasto doméstico fuera el suficiente para mantener altos niveles de empleo. Los gobiernos que emitían sus propias monedas ya no tenían que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. El culto a la austeridad se derivaba de la lógica del patrón oro y no eran aplicables a los sistemas monetarios “fiat” modernos. Ya no era necesaria la maquinaria institucional creada para la emisión de bonos soberanos en los mercados privados. A pesar de ello, los gobiernos sufrieron intensas presiones para mantener comportamientos y estructuras institucionales que limitaban sus capacidades de gasto. En el nuevo modelo que surja, obviamente, deberá derribarse toda esa maquinaria privada creada para emitir deuda soberana innecesaria, pero muy útil para repudiar el papel del gasto público y de la política fiscal.
¿Cuál es la foto de España en esta nueva fase?
España, por obra y gracia del mal llamado capitalismo popular, presenta una foto muy complicada. Venimos denunciándolo blog tras blog, año tras año. No es un país para jóvenes, pero, además, bajo la actual superestructura, es un país sin futuro. Nos pilla a tope de deuda. Sin soberanía monetaria somos rehenes de una deuda impagable. En el cuadro 1 vemos una instantánea actualizada de la deuda patria. A finales de 2017 teníamos una deuda total de 4,10 billones de euros, de la cual la deuda externa alcanza los 1,15 billones de euros. En el trasfondo de todo, la salida en falso de la Gran Recesión.
Se detectan claramente dos errores de política económica que afectaron muy negativamente a la economía española. En primer lugar, el Banco Central Europeo, en 2002, implementó una política monetaria excesivamente expansiva, con el objetivo último estimular la economía de Alemania para que no tuviera que expandir su crecimiento vía política fiscal. Ello aceleró e infló hasta límites insospechados la burbuja inmobiliaria en España. No hubiera habido necesidad de una política monetaria tan expansiva por parte del BCE si Alemania hubiera utilizado el estímulo fiscal para estimular su demanda interna. El problema es atribuible al establecimiento de límites de déficit fiscal y de stock de deuda soberana ad-hoc en el Tratado de Maastricht, lo que implica exigencias poco razonables en materia de política monetaria al BCE durante este tipo de las recesiones. En segundo lugar, la Gran Recesión puso de manifiesto un diseño institucional ineficiente del Euro por no anticipar que los pasivos bancarios garantizados se acabarían convirtiendo en deuda pública en situaciones de crisis. Lo que empezó siendo un problema de deuda privada acabó contaminando a la deuda pública.
En definitiva, la carga de la deuda en España, igual que en otros países desarrollados, se ha convertido en un evento extremo utilizando cualquier medida histórica. Es necesario urgentemente un cambio del actual modelo rentista, surgido al albor del capitalismo popular. Esperemos que esta vez la deuda no acabe convirtiéndose en un arma de imposición de políticas al dictado de los acreedores.
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