En el alborear de mañana brumosa que presagia soleada jornada estival, en una de esas pocas barriadas en las que cohabita la pesca artesanal con chiringuitos marineros y en las que los veraneantes hacen parada (de selfis) y fonda (de “pescaíto frito”), un espalda encorvada que desanuda redes eleva su voz ronca por el relente sobre el tráfago de madrugadoras zapatillas deportivas que corren por el paseo marítimo como si no hubiera mañana. “¡Que bien vives!”, saluda cáustico a un cuarentón descamisado, de bruñido torso tatuado, que camina a rastras de dos juguetones canes. Impávido, el interpelado le replica: “Con todo lo que hay que pagar, ¿para qué voy a trabajar? ¡Hay que vivir, hermano!”. No sin irritación, tercia otro marinero rumbo al varadero: “¡Pues, con gente como tú, vamos a levantar el país, por los cojones!”.
Si el fallecido cineasta (y genial humorista), Manuel Summers, aunque hoy convenga referirse a él como progenitor del David Summers de los “Hombres G”, cuyo Sufre mamón lleva la impronta paterna, hubiera sido testigo de la escena en este lar tan entrañable para los Summers -su padre inauguró esta promoción pública en 1955 como gobernador de Huelva- tal vez su reacción habría oscilado entre la sonora carcajada y la abierta indignación. Si el “dolce far niente” que recorre la España sanchista se apodera también de pueblos tan industriosos como el Lepe de los Summers, a donde peregrinó Jordi Pujol en 1996 para averiguar el milagro del oro rojo de sus campos de fresa tras vilipendiar veinte años atrás a unos andaluces a los que tildó de peligro para el porvenir catalán por su “miseria cultural, mental y espiritual”, pese a simbolizar epopeyas como el Descubrimiento de América, ¿qué se puede cavilar de otros predios menos dinámicos? Tales deserciones están al cabo de la calle cuando se privilegian a minorías con derechos, pero sin deberes, cargándose estos sobre las espaldas de quienes aguantan en pie la pirámide invertida de un país que grava de modo confiscatorio el trabajo y el esfuerzo.
Se impone el balido de los borregos y nadie protesta en un sindicato transformado en una hucha de subvenciones gubernamentales que luego defrauda como los podridos ERE de la banda de Chaves y Griñán
Hace tiempo, pero ya de forma clamorosa, que la antaño izquierda del trabajo y el salario es la de los subsidios. Denigra el crecimiento económico desentendiéndose de que esa premisa es básica para procurar la igualdad mediante el cabal reparto de la riqueza. Pero, ¿qué se puede aguardar con un secretario general de UGT, Pepe Álvarez, que avala el cupo catalán como un nacionalista más y aplaude que la región rica a la que emigró desde Asturias desatienda el menoscabo que esa cacicada acarreará a su tierra natal y a toda España? Empero, se impone el balido de los borregos y nadie protesta en un sindicato transformado en una hucha de subvenciones gubernamentales que luego defrauda como los podridos ERE de la banda de Chaves y Griñán.
Por eso, se entiende que el marinero cesante de Lepe se encogiera de hombros y retomara sin perder la sonrisa su garbeo diciéndose a sí mismo, según el clásico dicho, “dame pan (mi paguita) y dime tonto”. Reverdeciendo el “ande yo caliente y ríase la gente” de Góngora, el impávido subsidiado personifica la renuncia silenciosa tanto de asalariados españoles como de foráneos nacionalizados y su inclinación a holgar sin dar un palo al agua propiciado por un Gobierno que ve en ellos una papeleta de voto. Esta deriva explica que casi toda la mano de obra ganada el último año sea extranjera, pese a ser el país con más tasa de paro de la UE y a su máximo histórico de puestos sin cubrir (150.000).
En un proceso de “emigración circular”, usando la última “Pedrogullada” puesta en circulación por el sanchismo para regularizar inmigrantes con el compromiso de billete de ida y vuelta, España exporta -a modo de variante el principio de Arquímedes- jóvenes de alta cualificación formados a un elevado coste, e importa mano de obra barata sin capacitar. Ello origina una economía poco competitiva e innovadora con el concurso de gobiernos cleptómanos a los que España retribuye su inacción con mafias que hacen de su litoral primer puerto de atraque continental al incentivarse la trata de personas con regularizaciones de 250.000 inmigrantes, como la jaleada por Sánchez en su periplo por el África subsahariana.
Un Estado tan elefantiásico como artrítico se balancea sobre la tela de araña de una deuda pública despendolada sin que casi nadie inquiera como Josep Pla ante el despliegue lumínico de Nueva York: “Y esto ¿quién lo paga?”
Si el alegato oficial se fundamenta en que estos “foreños” -como el viento del oeste de Lepe- son inexcusables para la economía española y sus pensiones, pese advertir el Banco de España que sus cotizaciones serán parvas por sus bajos salarios, amén de generar sus propios derechos, no lo es menos que estos inmigrantes son imprescindibles, según apuntaba con tino Carlos Martínez Gorriarán en Vozpópuli, como fuente del voto en el que asienta su poder Sánchez y su rapaz “famiglia” política y carnal, cuya parentela se ha destapado en el negocio de la corrupción tras manipular ésta como palanca para defenestrar a Rajoy.
Así, mientras rija la fanfarria de los fondos europeos y no arrecie el “post festum, pestum” romano, cundirán los españoles que darán de mano y optarán por dejarse llevar viviendo a costa de los demás como en la fábula de la cigarra y la hormiga. De momento, un Estado tan elefantiásico como artrítico se balancea sobre la tela de araña de una deuda pública despendolada sin que casi nadie inquiera como Josep Pla ante el despliegue lumínico de Nueva York: “Y esto ¿quién lo paga?” Esa explosiva burbuja de dinero fácil permite a Sánchez navegar subido a un globo aerostático, dando tumbos y sin que se sepa qué derroteros tomará, aunque le baste con que le sostenga en el aire sin que estalle.
Por eso, se apresura a convocar un congreso caudillista frente a unos barones que callarán como muertos e intentará culminar su dominio sobre la Justicia para ser impune sin que le quite el sueño la conciencia recobrada de un Ábalos que sería tanto como restaurar el virgo de una meretriz, que diría la alcahueta de La Celestina, mientras calla y otorga con la satrapía venezolana y rehúsa reprobar su dictadura porque, como dice su “bolichico” en Exteriores, no son politólogos. Albares evoca al alemán que, interrogado sobre el nazismo, arguye que él no se enteraba de nada porque trabajaba en el metro de Berlín.
Con un paralelismo que asusta a medida que uno se adentra en su lectura, España asiste a la distopia que la escritora rusa afincada en EEUU, Ayn Rand, refleja en La rebelión de Atlas. De la mano de la mitología griega cuando este titán es condenado por Zeus a soportar la bóveda celeste sobre sus hombros, la gran novelista se pregunta qué pasaría si los “atlas” de la sociedad -empresarios visionarios, científicos constructores del progreso y trabajadores competentes- decidieran, hartos de maltrato, sublevarse y sacudirse el peso del mundo.
Considerado el libro más influyente en EEUU tras la Biblia al poco de su publicación en 1957, la destrucción y devastación que retrata por mor del intervencionismo y del expolio estatal se espejea en la España sanchista merced al abuso de los estraperlistas del poder. Bien por vía parental, cuya cuñada se suma al trato de favor a su hermano y a los negocios monclovitas de su mujer sometidos al escrutinio judicial, bien por la de los tiros libres de sus amistades baloncestísticas o bien por la del partido colonizando toda instancia. En esa trama, Sánchez forja su permanencia en el poder sometiendo a la sociedad, cercenando su libertad y premiando la irresponsabilidad. De este modo, el Ufano de la Moncloa, con el presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido, como Sumo Pontífice, desprovee por la puerta falsa a la ciudadanía de su Nación y de su Constitución.
Es la profecía autocumplida en una España donde se saquea y destruye el Estado, una vez desprovisto de los mecanismos de autodefensa constitucionales, y donde se sabotea la creación de prosperidad para mermar la libertad y la autodeterminación de ciudadanos
¿Acaso ya no es una realidad cierta en la España del trapicheo sanchista lo que el personaje de Francisco d’Anconia verbaliza en La Rebelión de Atlas? “Cuando veáis -alecciona- que el comercio se realiza, no por consentimiento, sino por coacción; cuando veáis que para poder producir necesitáis obtener autorización de quienes no producen; cuando observéis que el dinero fluye hacia quienes trafican, no en bienes, sino en favores; cuando veáis que los hombres se enriquecen por soborno y por influencia en vez de por trabajo, y que tus leyes no te protegen contra ellos, sino que les protegen a ellos contra ti; cuando veáis la corrupción siendo recompensada y la honradez convirtiéndose en autosacrificio, podéis estar seguros de que vuestra sociedad está condenada”. Es la profecía autocumplida en una España donde se saquea y destruye el Estado, una vez desprovisto de los mecanismos de autodefensa constitucionales, y donde se sabotea la creación de prosperidad para mermar la libertad y la autodeterminación de ciudadanos cual siervos contemporáneos.
Basta contemplar cómo el presidente y su familia, junto a amigos y allegados, hacen esa clase de fortuna soñada que no requiere ni competencia ni esfuerzo a base de que no haya más principio que el que establece el Gobierno en cada momento. Claro que, dejando, eso sí, entreabierto el portillo del favor bajo el peaje del pago de la coima establecida para disponer del pertinente “permiso especial” porque “estas cosas siempre ocasionan gastos”, según le desliza al industrial Rearden el comisario político que le es impuesto en su fábrica en aplicación de la Ley de Participación Equitativa. Así, los “descongeladores” con amigos en el Gobierno franquean despachos oficiales y dejan en suspenso preceptos legales sumamente elásticos en provecho de propios y en perjuicio de ajenos. Sobre ese montón de basura y corrupción, vivaquean personajes tan cínicos como los que hoy se enseñorean de la España sanchista agraciando al que les apetezca.
Al modo de anticipación de la agenda 2030 y de la teoría del decrecimiento, Ayn Rand refiere la creación de la Oficina de Planificación Económica y Recursos Nacionales, cuyo superior decreta, por sorpresa y en nombre de la emergencia nacional, la limitación de la producción y la inamovilidad de las empresas recompensándose a las sociedades mercantiles con buena entrada en el Gobierno con subsidios que salvan sus cuentas de resultados sin estar operativas. A este fin, se obstaculizan los avances tecnológicos para dejar espacio a los científicos de segunda. “No creo que los fuertes deban tener derecho -zanja un santón del sistema- a herir la autoestima de los débiles”.
Conversación democrática entre monos
Para que estos desvaríos se abran paso, no debe haber hechos objetivos, sino reducir estos -sobre todo, si contravienen la doctrina oficial- a meras opiniones particulares, lo que imposibilita una conversación democrática entre quienes han retornado a ser monos -no precisamente gramáticos, como los de la obra del premio nobel Octavio Paz, sino TikTok- que repiten lo que otros dicen sin saber por qué lo dicen. Así, cuando un colega reprende a otro sobre un putrefacto manual en el que se proclama la inconveniencia de pensar, su autor se solaza en su impudicia: “Mire, doctor Stadler, la gente no quiere pensar. Pero, por algún tipo de instinto, sienten que deberían hacerlo, y les hace sentirse culpables. Así que bendecirán y seguirá a cualquiera que les dé una justificación para no hacerlo”. Al fin y al cabo, “el hombre que no advierte tantas mentiras es -remacha- porque se las merece cumplidamente”.
Todo esto es lo que acaece cuando una civilización nacida del conocimiento y dependiente de él se empeña en combatirlo o se abstiene de emplearlo
Aunque, a veces, las cosas llegan cuando menos se espera, breve y repentina como el simple toque de una campana en medio de una gran quietud, raramente lo hacen si, como en La rebelión de Atlas, los más productivos van desapareciendo, abandonan sus empresas y sus trabajos, mientras el resto se arrima al perol del presupuesto como el impertérrito marinero cesante de Lepe emulando a una casta gobernante compinchada con empresarios de su cuerda, líderes sindicales apesebrados, científicos sin ciencia y periodistas propagandistas. Todo esto es lo que acaece cuando una civilización nacida del conocimiento y dependiente de él se empeña en combatirlo o se abstiene de emplearlo.
En suma, poniendo del revés la controvertida frase de François Guizot, inspirador de la revolución burguesa de Louis-Philippe d’Orléans que modernizó la Francia de su tiempo y cuyo legado reivindica Macron, como Ortega en su prólogo francés de La revolución de las masas, en la que exclama: “¡Enriqueceos a través del trabajo, el ahorro y la honradez!”, ahora impera en la España sanchista enriquecerse con el “trabajo, el ahorro y la honradez” de los otros, y en Lepe (como en otros puntos de España) se han quedado con el cante sin parecerles ningún chiste.
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