Si en algo ha sido constante el Gobierno es en su sinceridad. Quien dice sentirse engañado a estas alturas es o bien un tramposo de la peor especie, o bien un ignorante supino. O bien, tercera opción, alguien que esperaba seguir gozando de las engrasadas autopistas de las subvenciones y las alabanzas culturales hasta que le han dicho que no le renuevan el carnet de progresista oficial.
Es imposible que un español pueda hoy sentirse realmente engañado por las acciones del Gobierno, todas ellas sistemática y consistentemente dirigidas a la corrupción de las instituciones democráticas y a la consolidación de un poder absolutamente arbitrario; y todas ellas anunciadas desde el primer momento, mediante declaraciones y discursos, hasta la saciedad.
Los miembros de Podemos eran admiradores declarados de Hugo Chávez, de la Alemania comunista y de la Revolución Rusa. Es decir: del poder político sin límites, de la violencia oficial y extraoficial para conseguir y mantener el poder y del control totalitario de la población. La palabra clave en “admiradores declarados” no es “admiradores”, sino “declarados”. Cualquier votante de Podemos sabía lo que estaba votando. Y cualquier partidario de la alianza progresista con Podemos sabe lo que ha legitimado.
Es, sencillamente, continuidad y coherencia. La plasticidad ejecutiva y legislativa de los años González al servicio del desquiciamiento ideológico de los años Zapatero
Los miembros del PSOE no tenían que declarar nada porque ya habían mostrado sus ideales políticos durante la II República y durante los gobiernos de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero. La etapa de Sánchez no es una excepción histórica, como a tantos socialistas les gusta repetir estos días. Tampoco es una culminación, un desvío temporal ni mucho menos una traición a su historia. Es, sencillamente, continuidad y coherencia. La plasticidad ejecutiva y legislativa de los años González al servicio del desquiciamiento ideológico de los años Zapatero.
Quien mejor ha resumido la esencia de este Gobierno ha sido la vicepresidenta y ministra Yolanda Díaz, que la semana pasada se encontraba haciendo las Américas. Primero visitó México, y después Argentina (en el Vaticano). En México dejó una expresión clara y sincera: quieren seguir “ensanchando la democracia”. El juego de palabras que se nos ocurre a todos es fácil y vacío: quieren seguir convirtiendo la democracia en una mera representación de los deseos de Sánchez. Pero Sánchez es irrelevante. Lo dijimos aquí hace tiempo. Es divertido presentarlo como un demonio, un sátrapa, un tirano, un tipo sin ideología y sin escrúpulos, un hombre inteligente, un hombre idiota, un conspirador en la sombra con un plan a largo plazo y un mero narcisista obsesionado con la erótica del poder. Es aún más divertido observar cómo es descrito como todo a la vez sin que resuenen las costuras de la coherencia analítica.
Tan evidente es que el problema no es Sánchez que quien realiza esas declaraciones es una ministra del Gobierno. Las declaraciones, por cierto, se referían a la amnistía. Conceder la amnistía es una manera de ensanchar la democracia, y es verdad. Pero no es la concesión lo que la ensancha, sino el hecho de concederla por encima de cualquier objeción política y jurídica, el hecho de concederla sin que haya una reacción social significativa y el hecho de concederla como premio a unos apoyos en la investidura.
El Gobierno socialista se ha convertido en el defensor más radical del laissez faire en España, y su lamento es el mismo que el de Tony el Gordo en Los Simpson o el de Nigel de Jong en la final del Mundial 2010: no nos dejan hacer nuestro trabajo
Ensanchar la democracia significa exactamente lo que parece. Soltar los codazos que hagan falta para que la voluntad del Ejecutivo pueda abrirse camino hasta sus objetivos. El mensaje de la última semana en las portavocías mediáticas del PSOE no podría haber sido, de nuevo, más claro. “Cada vez que el Ejecutivo mueve ficha, un juez mueve ficha”, recogían en El Mundo. Los jueces están boicoteando la política del Gobierno, repetían en las tertulias. El Gobierno socialista se ha convertido en el defensor más radical del laissez faire en España, y su lamento es el mismo que el de Tony el Gordo en Los Simpson o el de Nigel de Jong en la final del Mundial 2010: no nos dejan hacer nuestro trabajo.
El daño de este Gobierno es mucho mayor de lo que creemos, porque no termina -ni empieza- con la figura de Sánchez. Odiar a Sánchez es como odiar el torno que nos corta el paso. Lo que se está instalando no es un régimen personalista, ni siquiera unos ideales políticos concretos. Se está consolidando algo que ya ha tenido sus momentos en la historia. El socialismo sin límites. El Gobierno del pueblo. Los audaces frente a las leyes. El principal daño de este Gobierno no es lo que hace, sino la constatación de que en España es muy fácil ensanchar y estirar la democracia sin que los mecanismos de control al poder puedan parar el golpe.
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